Por estos días la ciudad está consternada por el asesinato
de un adolescente de 17 años. Y no es para menos, dado que en dos años, según informan los medios, han
sido diez los adolescentes muertos violentamente en Río Cuarto. La vida en
los barrios se torna así dificultosa y preocupante para las familias por que
cuando entre los pibes se crean condiciones de enemistad, se desencadenan
hostigamientos de imprevisibles consecuencias.
Las posibilidades de contención comienzan en el hogar, pero
continúan en los distintos estamentos de la sociedad que no pueden ni deben,
mirar para otro lado. En estos entornos violentos de la calle, está el germen
latente de la inseguridad de la cual todos somos potenciales víctimas y cuya
resolución es un pedido urgente desde hace mucho tiempo, en todo el país.
Debemos sumarnos al análisis de las causas que hacen a estas
situaciones, y más aún arremangarnos para demandar un abordaje. Con esto no
queremos decir que tengamos que salir a buscar culpables, pero sí mirar a
nuestro alrededor para entender una forma de actuar que conforman una sociedad
tan particular como cuna de esta problemática.
Cuando lo escuchamos a Pablo Carrizo, entrañable trabajador
barrial hablar de su experiencia de 18 años en los barrios más carenciados, en
sus palabras están las causas concretas de lo que sufren esos pibes discriminados
que no pueden ni acercarse al centro de la ciudad, sin ser vistos como
sospechosos. La descripción es lo suficientemente potente como para hacernos
entender lo que la frustración permanente genera en los chicos y lo importante
que es abrirles puertas para que puedan integrarse al medio y encontrar nuevos
horizontes. Y Pablo sabe de que habla…
No todo es oscuro, pero es necesario trabajar más por los
chicos. Es una tarea que le compete a las autoridades de todo tipo que por
medio de la educación no sólo en las escuelas sino en los centros barriales hagan
lo posible para recuperen a los adolescentes que deambulan sin posibilidades
por las calles, constituyéndose en ese triste grupo de “ni ni” o sea pibes que
ni trabajan, ni estudian. Ellos son las víctimas más próxima para caer en la trampa de la droga, que cuenta con el
guiño cómplice de los entornos, tanto de los vecinos que callan por temor, como
de las autoridades que no actúan cuando y como deben.
La posibilidad de aprender oficios, acercarse al arte por la
música o la danza, o la práctica del deporte es realmente una forma de encaminar a los chicos en busca de mejor
futuro, que demostró su eficacia en nuestro país y en otras geografías. Hace
falta determinación, planes a mediano y largo plazo y por supuesto recursos y
voluntad.
Nadie es ajeno a esta problemática, para resolver una
situación que como sociedad no sólo
duele, sino que debe preocuparnos como
para demandar y participar en busca de soluciones.
CIUDADANOS AUTOCONVOCADOS DE RIO CUARTO
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