El sueño del pibe
Por Diego Torres
Alfredo di Stéfano evocaba sus días de gloria cada vez que podía. Normalmente no lo hacía porque en Madrid casi nadie lo comprendía. Ni sus hijos ni la mayoría de sus amigos descifraban por completo esos códigos, esos rituales, esos crípticos requiebros lunfardos, ni esos chistes.El hombre vivió sus últimos años secretamente atrapado en el cofre de un universo perdido para siempre: el Buenos Aires de entreguerras.
Solo de vez en cuando, y cada vez con menos frecuencia, se encontraba con algún amigo que sabía interpretarle. Entonces descomponía el gesto adusto, cansado de rutinas, y se iluminaba. Como cuando José María Otero le citaba el primer verso de un tango cualquiera, por no mencionar El Sueño del Pibe, el clásico de Juan Puey y Reinaldo Yiso, publicado en 1945, justo antes de su debut en Primera. Entonces Di Stéfano se arrancaba a cantar, feliz de revivir un tiempo en que la realidad parecía un juego: "...Mamita querida / ganaré dinero / seré un Baldonedo / un Martino, un Boyé / dicen los muchachos / de Oeste Argentino / que tengo más tiro / que el gran Bernabé".Como el pibe del tango, Di Stéfano soñó con ser Bernabé Ferreira, El Mortero de Rufino, el primer gran goleador profesional del fútbol rioplatense. Verdadero ídolo de masas en su tiempo, Bernabé fue exaltado y emulado por los chiquillos de todo el país y de todo Barracas, la patria pequeña. Porque cuando le preguntaban de dónde era, Di Stéfano no confirmaba su nacionalidad con una reseña formularia. Él no era exactamente argentino. Él gruñía: "De Barracas".
Antes de ser un barrio de aluvión, un entramado de calles de adoquines que avanzaba sobre la llanura en las orillas de la ciudad, Barracas fue, como advierte su nombre, el polígono donde la primitiva industria del sur de Buenos Aires depositaba materiales. Allí tuvo Di Stéfano su primer contacto con la pelota. Un contacto multitudinario, según recordaba: "¡No la tocabas!". Las polvaredas que levantaban decenas de niños agolpados en el potrero para disputarse una sola bola de trapo conferían al programa un aire de batalla. Ahí no bastaba con la técnica. El contexto obligaba al ingenio, al engaño y a la pelea.
Di Stéfano no entendía el fútbol sin esa rabia. Tampoco lo concebía sin picardía. Por debajo de la máscara del malhumor se revolvía un clarividente incapaz de descuidar la ocasión de descubrir ironías en cada motivo de amargura. Como en la temporada 1996-97, cuando le obsesionó la indolencia de Clarence Seedorf.
Seedorf regresaba de los ataques madridistas andando distraídamente y Di Stéfano, en el palco, no lo soportaba. Se sofocaba al ver al holandés, tan campante, pidiendo la pelota al pie. Al acabar los partidos, bajaba al patio del Bernabéu y esperaba a que los jugadores salieran del vestuario. Entones se ponía sigilosamente detrás de Seedorf y entonaba el bolero: "Esta tarde vi llover / Vi gente correr / Y no estabas tú...".
Di Stéfano vivió sus últimos años secretamente
atrapado en el cofre de un universo perdido para siempre: el Buenos
Aires de entreguerras.
Este intérprete incomprendido hizo frente al destino con una mueca de disgusto, como si hubiera asumido que después de Barracas todo sería una fatal desventura. Harto de que le preguntaran por Balones de Oro y Copas de Europa, el fundador de la industria de los Balones de Oro y las Copas de Europa acabó sus días respondiendo siempre lo mismo cada vez que le inquirieron por los mejores futbolistas de la historia.
-Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Lustau.
-Pero... ¿y usted?
-Yo en el banco de suplentes.
La gloria para Di Stéfano fue jugar en el gran River Plate. Ser de Barracas y cumplir el sueño del pibe.
Fuente: El País de España 07.7.14
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios publicados son de responsabilidad exclusiva de quien los envíe. No siempre refleja nuestra opinión.