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9 ago 2014

Carolina Scotto renunció a su banca de diputada nacional, y da margen para las reflexiones

El cimbrón del portazo de Scotto

Con su renuncia, Carolina Scotto demostró que es una persona honesta. Pero actuó como una deficiente dirigente política.

Por Julián Cañas


Carolina Scotto se fue del lugar al cual nunca debió llegar. La exrectora no estaba convencida de saltar de la política universitaria a la partidaria. Se dejó entusiasmar por los edulcorados elogios de poderosos funcionarios nacionales, que la incentivaron con propuestas atractivas. La necesitaban para afrontar una elección.

Luego de las urnas, la rutina de la anodina tarea legislativa y las espinas de la política terminaron derrumbando el ánimo de Scotto, que pegó un portazo y abandonó la banca por la cual la votaron en octubre pasado 305.794 cordobeses.

Su decisión de renunciar habla de una persona honesta. No se quedó a vegetar en el Congreso, con un sueldo asegurado por cuatro años de 45 mil pesos. Pero tuvo una deficiente actitud política. Le provocó un fuerte cimbrón al partido que invirtió recursos y esfuerzos para que llegara al Congreso. Y, sobre todo, generó frustración en los votantes que confiaron en ella.

Fiel a su personalidad introvertida, Scotto no dirá en público los verdaderos motivos de su renuncia, que, como sintetizó un veterano dirigente peronista, le pone punto final a su novel carrera política: “El único renunciamiento exitoso fue el de Evita. Todos los demás terminaron mal. El último fue el de ‘Chacho’” (por Carlos Álvarez, quien renunció a la vicepresidencia de la Nación en octubre de 2000).
La docente universitaria argumentó que son motivos personales los que generaron su renuncia. Como se trató de una decisión de alguien que decidió ser candidata a un cargo electivo, todos los análisis de su sorprendente salida son políticos. El error de Scotto fue haber decidido meterse en la política, cuando no estaba convencida de este nuevo rol.

Venía de seis años como la primera mujer rectora de la Universidad Nacional de Córdoba, una tarea ejecutiva que tampoco estaba muy convencida de poder cumplir cuando fue elegida para conducir la Casa de Trejo.

Con el devenir de los acontecimientos, se entusiasmó con esa tarea y recibió un reconocimiento que llevó a que desde la Casa Rosada se fijaran en ella para afrontar los comicios legislativos en Córdoba, el territorio más hostil para el 
kirchnerismo.

Varios meses antes de convertirse en diputada, cuando ya tenía el ofrecimiento para integrarse a la política partidaria, en una charla privada, Scotto expuso una idea que suena a puñalada para el rígido credo K. “Estoy convencida de que este Gobierno es el mejor de los últimos 30 años. Por eso adhiero. Pero si participo en política, voy a apoyar las medidas que me parezcan positivas y criticar cuando considere algo que no me parece bien”. Los grises no existen en la paleta de colores del manejo del poder para el kirchnerismo.

Se pueden hacer muchos análisis y conjeturas. Pero, tal vez, a los verdaderos motivos de la renuncia de Scotto haya que buscarlos en esa simple definición. Seguramente hay otras razones, que Scotto no contará, pero la médula de su desilusión hay que buscarla en esa frase.

Scotto dejó un lugar en el cual nunca se sintió cómoda. Eso habla de su honestidad intelectual. Pero eso no la exime de responsabilidad. Nadie la obligó a dar el paso hacia la militancia partidaria. Le generó un fuerte desgaste al espacio que pertenece y, lo más importante, defraudó a mucha gente que confió en ella.

Muchos de sus votantes que le depositaron su confianza lo hicieron porque la veían como una “kirchnerista distinta”. Pero Scotto decidió irse, tal vez impulsada por la impotencia de no poder cambiar nada dentro del kirchnerismo.

Fuente: La Voz 09.8.14

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