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16 mar 2014

Adicciones: nuevos paraísos artificiales

Por Margarita Barrón*
 
La reciente visibilidad de la droga y el narcotráfico en Córdoba, su presencia en los medios y en las prácticas de los jóvenes, nos preocupa como educadores y como adultos. En efecto, la inquietud aumenta y se revela en titulares, en encuestas, en conversaciones cotidianas.
Desde nuestro lugar, o sea desde el trabajo con adolescentes, hemos visto cómo surgían y se acrecentaban las adicciones en nuestro país y en la ciudad de Córdoba: jóvenes atrapados, perdidos en un mundo ficticio y cargado de fantasmas, que los destruyen y que también devastan su entorno, sus familias, sus escuelas, sus barrios.
El problema es complejo y los factores, múltiples. Nos enfrentamos no sólo a las adicciones de jóvenes y adultos a sustancias, sino también a adicciones a las compras, a la comida, a la TV, a los juegos violentos en red, al trabajo...
En realidad, nos enfrentamos al vacío existencial, a la falta de otro significativo. Y ante esa ausencia de sujetos consistentes, de adultos que sean a la vez garantes y límites, la meta se ubica ahí: no en el ser sino en el tener –en el tener objetos o popularidad, por ejemplo. O sea que lo que aparece es el imperativo del goce inmediato, no importa a qué costo o con qué riesgo, en una sociedad que no proporciona seguridad ni horizonte claro para muchos.
Encontramos cada vez más sujetos con conductas adictivas mediante las cuales evaden sus realidades, se alejan de sí mismos, se pierden de vista, se cargan de incertidumbre, soledad, desconcierto, indiferencia y apatía.
Entonces, en ese desamparo existencial, en ese desmantelamiento de estructuras de sostén para quien está creciendo, los jóvenes buscan la droga milagrosa que les permita sentirse “ser”, en un mundo en el que solo “se está”. Esto nos decía un grupo de adolescentes que se refería a la condición de estar bajo los efectos de la droga como a un “estar sin ser”, es decir que el sujeto se sumerge en un mundo ilusorio, en un “paraíso artificial” evanescente.
Hoy, en nuestro país, la droga es parte de la vida cotidiana y esto produce una profunda preocupación, ya que su “naturalización” genera indiferencia frente al problema. Más aun: los poderes interesados en que el narcotráfico crezca anulan posibilidades de desarticular la trama.
Por eso, lo que revelan nuestras investigaciones, lo que estudiamos y lo que nos aflige no es sólo la disminución de la edad de consumo, sino también el volumen y la variedad de sustancias que se consumen, la masificación del problema, su efecto destructivo, la impotencia de las víctimas, los lugares donde se trafica, las familias que claman seguridad para sus hijos y que viven experiencias dramáticas de cuya conmoción no podemos abstraernos, mientras continúa la indiferencia de quienes debieran asumir el control de la situación para brindar seguridad y valores, consolidar un presente y construir un futuro.
Dice Jacques Lacan que es mejor que se aparte quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época. Los nuevos mapas de esta contemporaneidad signada por la descohesión social instauran juventudes en condiciones de intemperie emocional.
Los mandatos han caducado y el porvenir es incierto; las instituciones están erosionadas y el “nosotros”, descompuesto; el desfondamiento avanza y las categorías se disuelven.

*Doctora en Medicina y directora de la carrera de Especialización en Adolescencia 

Fuente: La Voz 16.03.14
 
 

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