Crimen, espías y Estado
Por María Matilde Ollier *
Es
imposible responder la pregunta que se hace la ciudadanía argentina hoy, ¿quién
es el cerebro detrás del crimen del fiscal Nisman? Convencida de que se trata
de un asesinato según una encuesta reciente, la mayoría ciudadana cree, además,
que quedará impune. Procuro entonces una reflexión más general: ¿qué revela el
crimen del fiscal Nisman acerca de la política oficial? El homicidio simboliza
el alto nivel de injerencia alcanzado en la política interna por los servicios
de inteligencia del Estado. Su resultado, expuesto ahora brutalmente, es la
superposición del gobierno con el Estado, pero junto con la fragilidad y la
creciente ausencia del Estado allí donde es necesario.
Cuando
Néstor Kirchner llegó al gobierno en 2003 estaba en juego la consolidación del
Estado de derecho y de sus distintos componentes. Dos modelos opuestos se
encontraban entre las opciones posibles: un Estado garante o un Estado
vigilante. Un Estado garante, capaz de asegurar a los ciudadanos el ejercicio
de todos sus derechos, se coloca por encima de las facciones y garantiza una
mejor calidad de vida para todos. Lejos de proponerse como la instancia que
protege y representa a toda la ciudadanía, el Estado vigilante, por el contrario,
resulta el instrumento de concentración personal del poder político
presidencial. De este modo, los recursos del Estado no se utilizan en función
de las necesidades de la sociedad sino en función de las necesidades políticas
del presidente y del partido de gobierno.
Esto
explica la primera tardía reacción de la presidenta de la nación frente a la
muerte del fiscal; simular a Asa Larsson, cuando la nación esperaba escuchar
una presidenta que anunciaba su compromiso con la verdad y la justicia. Además,
lo hace una semana después cuando, ¡sentada en silla de ruedas! y sin una
palabra de condolencia para la familia del fiscal, le explica al país, una vez
más, que ella es víctima de una conspiración de jueces y medios, analiza la
situación como una ciudadana más, pone al fiscal como responsable de su propia
muerte y anuncia una nueva central de inteligencia, deshaciendo la que ella
misma creó.
El estado
garante busca que las medidas se implementen por ley y que el consenso funde
políticas de largo plazo en aquellos temas que resultan cruciales para el país.
Salvo algunas excepciones, el otro se acerca al modelo implementado por el
kirchnerismo en sus 12 años. Me corro de los innumerables escándalos de
corrupción, que alcanzan incluso al vicepresidente de la República, para
recordar los distintos mecanismos empleados para acumular poder político por
parte del oficialismo: intimidar a los opositores –sociales o políticos—vía la
Administración Federal de Ingresos Públicos, pretender crear una Justicia a
partir del nombramiento de jueces y fiscales simpatizantes del oficialismo,
denostar periodistas críticos al gobierno, dar fondos a los medios amigos
retaceándoselos a los críticos, falsear los datos del Instituto Nacional de
Estadísticas y Censo (INDEC), que era una de las pocas instituciones creíbles
que existían en el país, cooptar a algunas organizaciones de derechos humanos a
través de beneficios simbólicos y materiales (incluso un escándalo por
corrupción salpicó al sector de las madres de Plaza de Mayo encabezado por Hebe
de Bonafini).
Como si
esto fuera poco el estado da concesiones a los empresarios amigos, asigna los
recursos de las políticas de acción social directa a las organizaciones amigas
y los estudios académicos sobre el presupuesto federal prueban que los recursos
más abundantes van a los gobernadores amigos. Esta discrecionalidad acompaña la
utilización de los servicios de inteligencia para amenazar o extorsionar a
opositores sociales y políticos.
La
consecuencia de este modo de construcción del poder, que ha debilitado la
democracia, el capitalismo, la república y el federalismo argentinos, no se
hizo esperar: el estado vigilante derivó en una mayor acumulación de poder de
aquellos sectores que se dedican al espionaje y en consecuencia en una mayor peligrosidad.
Por primera vez, el jefe de las fuerzas armadas es un general de inteligencia,
sospechado, además, de formar parte del terrorismo de estado de los años
setenta. La ausencia de controles sobre los servicios de inteligencia se
evidencia en el funcionamiento dela Comisión bicameral de seguimiento de las
actividades de inteligencia, cuestionada por organizaciones de la sociedad
civil de composición plural. En el marco de esta forma de ejercer el poder, se
da el viraje de la política del gobierno en relación con el atentado ala AMIA:
primero apoyó la hipótesis iraní para luego firmar un memorando de
entendimiento con Irán. Empieza ahí una tensión entre los distintos sectores
del espionaje que encuentra su expresión más feroz en la muerte del fiscal Nisman
el día antes de denunciar a la presidenta en el Congreso.
El estado
vigilante no solo no custodió y preservó la vida del fiscal sino que la falta
de idoneidad con que manejó un caso tan delicado terminó en su muerte.
*María
Matilde Ollier es decana de la Escuela de Política y Gobierno de la Universidad
Nacional de San Martín.
Fuente: El País 27.01.15
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