Buscar en este blog

13 oct 2014

Información para reflexionar sobre la Diversidad Cultural

El terrible genocidio de los onas en nuestra historia

Por Walter Bonetto 
Repasar episodios puntuales de nuestra historia nos enfrenta a veces con realidades terribles y lacerantes  que nos avergüenzan. Nuestro pasado en buena medida nos condena, porque observamos conductas de los hombres   que dejaron heridas muy profundas y muy difíciles de sanar. Muchas de esas heridas no cerraron a pesar del paso de las décadas y de los siglos.

Como ejemplos podemos citar el proceso de la “conquista del desierto”, con el exterminio de tantos pueblos aborígenes; o más recientemente, el tema de los desaparecidos durante la dictadura militar y las personas asesinadas por los grupos terroristas. Así podemos encontrar una sucesión de episodios de la historia que sorprenden por su crueldad hasta nuestros días.

Sobre estos temas se debate constantemente en la sociedad, y así debe ser. No alcanza la lucha de los derechos humanos, que si bien resulta valiosa suele demostrar aristas de parcialidad  y signos políticos, que no deberían estar presentes en esa lucha. Una lucha tan necesaria para dignificar al hombre y redirigir a la sociedad hacia un camino de verdadera justicia y pluralidad, que apunte definitivamente a que el ser humano sea respetado incondicionalmente, más allá del color de su piel, religión o partido político en el que milite.

El brutal exterminio de los onas ocurrido hace algo más de 130 años es un tema tan tremendo como olvidado, pero sucedió en nuestro país  y nuestros gobernantes directa e indirectamente fueron cómplices por acción o por omisión de semejante barbarie, que desmerece nuestra historia y condena la conducta de nuestro pasado.

Onas o shelknam era un pueblo amerindio ubicado en el norte de la isla grande de Tierra del Fuego. En 1520 la expedición de Fernando de Magallanes  descubrió a estos pobladores  cuando observaron gran cantidad de columnas de humo y fuego mientras navegaban por la costa de esa gran isla y la llamaron “tierra de los humos”, pero luego el rey de España, Carlos I, la hace denominar “Tierra del Fuego” .  
 
En este lugar inhóspito y difícil de habitar se adaptó y vivió por siglos este pueblo aborigen que se dedicaba a la caza del guanaco y del zorro y desarrollaba una gran actividad de pesca en aguas turbulentas y peligrosas sobre aquellos canales fueguinos; construían  sus canoas con la corteza de árboles, especialmente el guindo, a la que le daban forma y cosían con cintas de piel de foca, luego la impermeabilizaban con pasta de cenizas mezcladas con grasa de lobo marino; constantemente y con gran destreza navegaban por aquellas aguas, especialmente el canal de Beagle, buscando su pesca. Las mujeres, al igual que los hombres, muy hacendosas y esmeradas, recolectaban raíces y frutos, moluscos y semillas, las que tostaban y molían para luego hacer tortas que cocinaban en cenizas.

Era un pueblo que casi siempre vivía con una organización familiar  estable, recolector, cazador, pescador y especialmente laborioso, se mantenía en alegría respetando su medio ambiente, fundamentalmente  los bosques; cubrían su cuerpo con pieles de guanaco y usaban como armas el arco y la flecha;  así vivió y se adaptó por siglos en ese lugar, casi del fin del mundo, quizás para que nadie los molestara.

Pero al final la desgracia llegó, el hombre blanco apareció por esas tierras a partir de 1840, cuando arribaron misioneros  anglicanos  y católicos salesianos, quizás con las mejores intenciones. Pero detrás de ellos aparecieron estancieros europeos que sin ningún miramiento atropellaron a aquel pueblo pacífico y se apoderaron de sus tierras “para colonizarlas”. Ejercieron una fuerte presión sobre toda la población nativa, la desplazaron a sectores más inhóspitos; luego también aparecieron europeos buscadores de oro que por años comprometieron la vida de la tribu originaria desmereciendo su modo de vida. Entre ellos llegó un aventurero rumano, el ingeniero  Julius Popper, que alcanzó a erigir un pequeño imperio minero, basado en la esclavitud y el genocidio de la población autóctona: fue el artífice del exterminio.

Al llegar los europeos, los onas tenían solamente el arco y la flecha, en cambio aquellos poseían armas de fuego que usaban para cazarlos sin miramientos y hasta por diversión. Luego de usurpar las tierras, los invasores consolidaron posiciones sobre estancias que criaban ovejas y las cercaron. Ante tremendo arrebato los onas les hicieron la guerra, rompieron los cercos y les comieron algunas ovejas, pero terminaron acribillados a balazos.

Fue la excusa para completar el exterminio de este pueblo. El mismo gobierno argentino participó del genocidio con tropas de nuestra marina de guerra que protagonizaron crímenes vergonzosos en contra de aquel pueblo aborigen. Los estancieros europeos contrataron asesinos a sueldo para organizar grupos de “cazadores de indios”, y lo más escandaloso fue que pusieron precio para incentivar las matanzas. Se pagaba una libra por testículos y senos de los aborígenes  y media libra por cada oreja de niño. Esto ocurrió en el año 1898.

Sobre este vergonzoso tema el escritor y periodista Roberto Payró registra sobre los onas: “Se les ha quitado la tierra de sus padres y lo que es peor los nuevos pobladores les han ahuyentado las focas y diezmado los guanacos, dejándolos en la indigencia, y luego los matan si se atreven robar una oveja para comer”.

También la historia documenta que europeos apresaron a niños onas y los llevaron enjaulados para presentarlos como “gran novedad” en París en el año 1889. Los exhibían ante el ignorante público “como caníbales”, para lo cual les daban carne cruda como único alimento y parece que “la cultura europea” aceptaba y esperaba con entusiasmo ver esas repugnantes miserias humanas de estos traficantes inescrupulosos usando a criaturas inocentes que no podían defenderse.
Los onas en 1880 eran un pueblo de cinco mil almas. A cinco años del asentamiento del hombre blanco, quedaban solamente quinientos, y transcurridas unas décadas más quedaron sin descendencia directa. La brutalidad  de nuestra “civilización” indudablemente nos avergüenza y condena. No se deben ignorar estas miserias, ni dejarlas escondidas en la historia.

Fuente: Puntal

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los comentarios publicados son de responsabilidad exclusiva de quien los envíe. No siempre refleja nuestra opinión.