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31 may 2015

A 70 años del fin de la 2° guerra mundial : crónica de un riocuartense desde la Plaza Roja

Un riocuartense, testigo de la emblemática marcha por el fin de la Segunda Guerra 
 
Walter Grumelli, un conciudadano radicado en Francia, compartió con PUNTAL una emotiva crónica desde la Plaza Roja, a 70 años de la victoria sobre el nazismo.

Las heridas profundas dejan cicatrices en nuestras vidas. A veces estas heridas dejan cicatrices imborrables, y aún así se puede festejar seguir estando vivos.

En el peor de los casos, las heridas son causadas a millones y millones de personas, llegando a lastimar a una nación en su conjunto. Niños, jóvenes, mujeres, hombres y ancianos sufren el mismo mal sin estar enfermos, su único error fue haber nacido en la época y el lugar equivocados, y vivir cuando la enfermedad avanzaba sin reconocer límites culturales, ideales, derechos o fronteras.

Si la enfermedad de la peste negra había recorrido Europa varios siglos antes, pocos hubiesen podido imaginar que esa misma Europa volvería a ser atacada por otra peste bajo la forma de un partido nacional socialista conducido por quienes no dudaban en ultrajar los valores mismos de la humanidad.

Sorprendido desde muy joven a través de los libros que narraban tanto sufrimiento y dolor que causó la invasión de la Alemania hitleriana a la Unión Soviética el 22 de junio de 1941 en la infame operación Barbarrosa comenzando una guerra que se extendería hasta el 9 de mayo de 1945, me decidí esta vez a formar yo mismo parte de la historia y ver cómo memoraba Rusia esta guerra. Tal vez el escritor Tiutchev tenía razón en decir que «no es posible entender a Rusia por medio de la razón», pero sin dejarme convencer y sin querer aceptar su tesis como una verdad impuesta necesitaba ver con mis propios ojos y sentir «in situ». Lo que finalmente vi y sentí fue algo que no esperaba, fue más allá de cualquier página de un libro, fue simplemente encontrar una nación que hoy festeja estar viva.

La ocasión era ideal. Era el 70 aniversario, el contexto político actual me aseguraba que Rusia daría un mensaje de poder al mundo y que del otro lado estarían muy atentos observando para ver cuál sería este mensaje. Sin olvidar, claro, que el director de orquesta sería nada más y nada menos que Vladimir Putin, el hombre que hoy hace hablar al mundo. Tomé mi vuelo y aterricé en el corazón de la misma Moscú, donde tendrían lugar los grandes festejos por la victoria de los soviéticos contra los nazis en la histórica y siempre impresionante «Parada Militar» celebrada cada 9 de mayo como el día de la Victoria. Luego de recorrer incansablemente durante 10 días esta opulenta capital, hablar con su gente y con los pocos veteranos de guerra que hoy quedan vivos y formar parte de los eventos que se organizaban, hoy tengo la convicción de que mis expectativas fueron ampliamente superadas, llegué al borde de la emoción y pude sentir que yo era parte de la historia. Rusia tiene el derecho a festejar de estar viva. ¿Por qué? Volvamos la mirada un tiempo atrás...

De Napoléon a Hitler


Detestada y deseada por todos los imperios y potencias, fueron muchos los pretendidos conquistadores que desearon absorber, dominar y eliminar a Rusia. El mismo Napoleón con su gran ejército se atrevió a llegar al mismo corazón de Moscú, la «Tercera Roma», para finalmente volver a París en pleno invierno con un ataque de histeria por la derrota vivida, dejando atrás a su ejército desvanecido. El triunfo del entonces Zar Alejandro unió más que nunca a los rusos. Esta catástrofe para el ejército napoleónico debería haber producido lecciones para cualquiera que en un futuro (que se demostraría no tan lejano...) intentase someter a Rusia bajo el idealismo de una raza aria que debe dominar y eliminar a un pueblo «inferior». Pero tristemente no fue así. Las lecciones de la historia no fueron aprendidas y una vez más el hombre volvió a tropezar con la misma piedra, causando esta vez una herida aún más sangrante, más profunda, irreversible.

La ambición, egoísmo y locura de Adolfo Hitler lo llevaron a proclamar días antes de la operación Barbarossa que «el mundo contendría su suspiro», en alusión a lo que allí iba a pasar, pensando que era simplemente cuestión de atacar la Unión Soviética y apoderarse de Moscú, «abrir la puerta para que la estructura podrida se venga abajo».

Lo que tal vez no pensó Hitler es que finalmente él se tendría que suicidar en lugar de ser el gran conquistador, y que el mundo sí contendría su suspiro, pero a través del conocimiento de las atrocidades cometidas a lo largo de toda la segunda guerra mundial por él iniciada.

La muerte en cámara de gases de millones de judíos sigue siendo hoy la emblemática realidad de esas atrocidades. La Unión Soviética sufriría también, en mayor escala, las consecuencias de la nueva peste negra. En su plan para la invasión, Hitler y su ejército, la Wehrmacht, sabían que millones y millones de soviéticos morirían de hambre, que era necesario usurpar estas tierras para poder auto-sustentarse y así poder proseguir la guerra. La idea no era simplemente invadir, era eliminar a un pueblo, hacer desaparecer de la tierra a una nación para poder disfrutar de sus recursos. Este ataque le costaría a la Unión Soviética nada menos que 20 millones de almas (otras fuentes estiman 27 millones). Dirigida por otro dictador tiránico como Stalin, el resultado no podría ser otro que mucho dolor, sangre y sufrimiento y, vuelvo a repetir, más de 20 millones de almas. ¿Podemos imaginarlo?
Imaginemos entonces una nación amenazada de exterminio total que en su legítima defensa pierde 20 millones de personas... cuesta, ¿no? Las heridas son irreversibles, profundas y tal vez nunca cicatricen. Por sólo nombrar un efecto, Rusia cuenta hoy con más de 10 millones de mujeres que de hombres, cifra que se calcula podría acentuarse en los próximos años, mostrando que los efectos de la guerra siguen presentes. ¿Cómo revertir esa demografía? ¿Cómo solucionar el desequilibrio social que eso trae aparejado? Imposible pensar en una respuesta de mediano plazo.

Festejan estar vivos


Si estos números espantan a cualquiera y pueden despertar incredulidad, al ser invitado especialmente a la Plaza Roja a presenciar los festejos, vi las familias de los muertos en combate y esto resolvió todas mis dudas. Pensé que sería una simple marcha. Cada persona llevaba en su mano un cuadro con la foto de su familiar muerto en la guerra, y lo que al principio me pareció un simple desfile terminó siendo una inacabable procesión de seres humanos que ocupaban toda la Plaza Roja. La gente seguía pasando durante horas y horas hasta ocupar todas las calles y avenidas de los alrededores del Kremlin y extenderse a todo Moscú. Fueron horas y horas de ver miles y miles de personas pasar con la foto de sus seres queridos que ya no están. Contener las lágrimas me parecía imposible.

Rusia se mostró con todo su poder. Los aviones supersónicos de ataque volaban por arriba de los moscovitas, los camiones con sus bombas atómicas desfilaban por las calles, no faltaron ni los nuevos tanques de guerra ni los viejos que estuvieron en la batalla por Berlín en impecable estado de marcha. Todo el personal de las fuerzas armadas parecía haberse dado cita allí para desfilar por los avenidas. Más allá de tanta muestra de poder, nunca podré olvidar que vi jóvenes arrodillarse y besar la mano de los ya muy ancianos veteranos de guerra, los abrazaban, les ofrendaban flores. Nunca podré olvidar a la viejita que puso en mi pecho el símbolo de la victoria contra los nazis, ni a los rusos que cantaban y bailaban en las calles. Las orquestas sinfónicas ponían dulzura a los oídos. Setenta años después de la victoria, en las plazas de Moscú los jóvenes vestidos de soldados soviéticos de la época de la guerra bailaban nuestro querido tango argentino. Nuestra música fue incluso utilizada en los altoparlantes por los vencedores de Stalingrado para forzar psicológicamente a los soldados alemanes a rendirse.

No quiero ni siquiera imaginar el efecto que un melancólico tango puede producir con 40 grados bajo cero, nieve, hambre, frío y muerte esperando por cada uno de esos soldados.

Por las lecciones de la historia que podemos aprender a través de libros, viajes, observación y razonamiento humano no podemos menos que aprender que Rusia festejó por estar viva, por salvarse de su exterminación.

La política mira en la mayoría de los casos sólo sus intereses actuales y olvida las lecciones de la historia. Así, los países aliados a la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial practicaron su desprecio estando ausentes a los festejos de Moscú, como si 20 millones de personas fueran nada. Gardel podía cantar que 20 años no es nada, pero la política pretende aparentar que 20 millones de almas nada significan. Tal vez todos ellos y nosotros mismos debamos leer otra vez a Tolstoi en su maravilloso cuento «¿Cuánta tierra necesita un hombre ?», donde describe en forma sublime la avaricia humana.

Si el mismo Tolstoi personalmente hubiera formulado esta pregunta a Hitler, ¿que habría contestado él? No me atrevo a vaticinar lo que el dictador hubiese respondido, es el mismo Tolstoi, al final de su cuento, quien tiene la respuesta correcta.


Texto y fotos: Walter Grumelli
Especial desde la Plaza Roja (Moscú)
 
Fuente: Puntal 31.05.15
 

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