Las bebidas alcohólicas están implicadas
aproximadamente en el 50% de los siniestros de tránsito que provocan
muertes
En Argentina fallecen anualmente, en siniestros viales, aproximadamente 8.000 personas, y al proyectar este eje fatídico del 30 al 50%, se pone en evidencia que la participación de la fatal alianza de conducción y alcohol provoca anualmente un promedio de 4.000 muertos y 20.000 discapacitados definitivos, siendo la mayoría de ellos menores de 35 años de edad.
Los jóvenes, por distintas circunstancias (conductores inexpertos, consumos elevados los fines de semana, conducta desinhibida, etc.) son particularmente vulnerables.
Hoy se sabe que un conductor alcoholizado, que muere en un siniestro vial, provoca cuatro muertos pasivos.
El 60% de nuestra vida transcurre en la vía pública, por lo tanto, cualquiera de nosotros se puede ver involucrado en un siniestro vial a raíz de conductores alcoholizados.
El alcohol etílico o etanol, componente de todas las bebidas alcohólicas, es jurídicamente -y en esto reside el gran problema del mismo- una droga lícita que se consume y comparte libre y masivamente bajo un fuerte estímulo social y publicitario.
Es una droga fundamentalmente depresora del sistema nervioso central (SNC) y en la intoxicación alcohólica aguda, de acuerdo al nivel de consumo se producen 4 períodos (inestabilidad emocional – confusión –estupor - coma).
El grave problema del alcohol radica en dos fenómenos: a) “efecto engaño”, consistente en que, en la misma medida que con cada trago el individuo se siente mejor, más lúcido y más fuerte (al punto que sea aberrante afirmar “cuanto más tomo, mejor manejo” y la irracional noción inconsciente de que los desastres “les pasan a los otros”), pero en realidad está cada vez peor, pues se alteran los umbrales reflexológicos, no percibe correctamente, se equivoca, juzga mal, toma riesgos injustificados y sobre todo, tiende a beber cada vez más y b) “el poder mágico del alcohol de generar su propia sed”, consistente en la propiedad que una vez que penetra en el sistema orgánico desata fenómenos neurológicos de retroalimentación (apetencia o “craiving”), que estimulan a continuar la ingesta.
La consumición de alcohol antes o durante la conducción puede producir fundamentalmente alteraciones sobre la visión, la función psicomotora, el comportamiento, la conducta y la capacidad de manejo del conductor.
En lo referido a la visión, lo más destacable es la disminución del campo visual que por efecto del alcohol puede llegar a la visión túnel, dificultando enormemente una correcta visibilidad, pérdida de la visión estereoscópica (profundidad) y alteraciones de la percepción de colores (en especial el rojo).
En lo referido a la función psicomotora, se prolonga el tiempo de reacción del conductor, normalmente es de 0,75 segundos (gráficamente sacar el pie del acelerador y ponerlo en el freno), pudiendo ser de 2 o más segundos y como consecuencia de ello la distancia de detención de un vehículo a una velocidad de 100 Km/h se prolonga entre 20 y 30 metros. En el tránsito la diferencia entre la vida y la muerte se mide en las escalas de milisegundos o de centímetros.
Finalmente, y de acuerdo a la cantidad ingerida, el alcohol puede provocar alteraciones del comportamiento y de la conducta.
A medida que aumenta la concentración de alcohol en sangre aumenta el riesgo de sufrir un siniestro de tránsito y específicamente el riesgo de un accidente mortal.
El aumento del riesgo de accidente y por ende de muerte se produce a un ritmo muy superior al del aumento del contenido alcohólico del conductor.
La mayoría de la gente cree que el problema es el ebrio al volante, el individuo que conduce bajo síntomas externos claros y notorios de intoxicación alcohólica.
Su presencia en la vía constituye un riesgo incalculable, pero no es lo más común porque la misma ebriedad suele impedirle conducir.
Lo verdaderamente temible es el alcoholizado, el que parece sobrio por la falta de síntomas, pero que conduce bajo el “efecto de engaño”, con los reflejos disminuidos y la visión afectada, tomando y creando riesgos como si fuera un juego.
Es una bomba de tiempo... y hay miles en nuestras calles y rutas.
La ignorancia lleva a admitir como “aceptable” e incluso “inocente” y hasta “gracioso” conducir un vehículo con “algunos tragos”.
¿Cuántas vidas quita y cuánto dolor provoca la ignorancia?
Aprendamos decirle “NO” al trago traidor, para que logremos volver a nuestros hogares vivos, íntegros y sin el sangriento rótulo de “homicidas”.
Dr. Carlos J. A. Delfino. MN: 54878 MP: 11479
Fuente: Puntal 26.04.14
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