Solos para retirar los escombros
Los dueños del taller de autos ZF rescataron ayer sus pertenencias. Dicen que nadie los ayudó.
Guillermo
Zartarian tiene una templanza que asombra. Hace apenas algunos días que
perdió el esfuerzo de 6 años. El taller de autos ZF que armó con el
sudor de su frente se vio derrumbado en la fatídica explosión del pasado
jueves 6 de noviembre, cuando ardió la industria química Raponi de Alta
Córdoba.
Seis días después de la explosión, una máquina demoledora de la empresa Brasca lo esperaba en la puerta de su taller, ubicado en calle Góngora al 923. Como si la topadora quisiera dar la estocada final a esta historia de angustia y destrucción. Pero Guillermo no quiso que lo apuraran. Con la ayuda de sus amigos trataba de retirar los restos de algunas de sus pertenencias.
En el momento de la explosión, el local ya estaba cerrado. Hacía 40 minutos que sus dueños le habían echado llave al galpón y se retiraron a descansar. Al cabo de un rato, Belén Boetto –esposa de Guillermo–, recibió la noticia de que la alarma del taller se había activado. Pensó que era una falsa señal hasta que un familiar le avisó que el barrio estaba ardiendo. A tientas, porque la luz estaba cortada, pudieron llegar al taller que estaba ardiendo. No quedó una sola pared en pie. El techo del tinglado se había caído sobre los tres autos (dos Mercedes Benz) que aguardaban reparación.
Cuando la luz del día siguiente dejó alumbrar el panorama, la familia se encontró con una postal de guerra: hierros, maderas y chapas yacían sembradas por todo el galpón. Las vigas de hierro se habían desplomado sobre el capó dejando a los tres vehículos en carácter de chatarra. Sólo uno de ellos, el más viejito, tenía señales de que podía volver a usarse. Cuando la Municipalidad le informó que ese taller iba a ser demolido, Guillermo puso el grito en el cielo: “Por lo menos, déjenme sacar lo poco que me queda”.
No fue sino hasta el mediodía del miércoles que la familia comenzó a sacar los restos de los despojos. Seis días después de la explosión. “Primero nos dijeron que no podíamos tocar nada. Que necesitábamos autorización de la fiscalía. Esta mañana (por ayer) nos comunican que comenzarán a demoler. Que vayamos sacando las cosas si queríamos”, indicó Belén.
“Nos han dejado solos –agregó Guillermo–. Pude llamar a mis amigos para que me vengan a ayudar. Cada vez que pregunto a los operarios de Defensa Civil, me dicen que no pueden colaborar porque no tienen puestos los cascos”.
Así fue cómo, bajo el comando de Guillermo y su papá, el auto más viejito pudo ser remolcado por un Citroën Picasso. Amigos y esposas de sus amigos ayudaban en la logística. El trabajo de estos vecinos se realizó a destajo.
Durante horas, los dueños del taller y sus amigos sudaron la gota gorda. Del otro lado de la vereda, la máquina demoledora esperaba una señal para comenzar con la tarea. Una mujer policía se miraba las uñas. Un segundo uniformado mandaba mensajes de texto.
Resistencia en la peluquería
Una imagen de Marilyn Monroe es lo único que se encuentra de pie en esta peluquería devastada. La diva sonríe sin sospechar el trágico final que la espera. Con los mismos sueños e ilusiones, Adriana Guastavino construyó su imperio en calle Góngora al 900 sin predestinar que en algún momento su sueño se derrumbaría.
La peluquería de Adriana es una de las seis estructuras del barrio con mayor riesgo para sus habitantes. Está en la lista de prioridades del municipio para su demolición. Pero ella no quiere saber nada con que le volteen la casa. Primero pedirá un papel firmado en puño y letra de algún funcionario importante. Necesita garantías de que su negocio se volverá a levantar.
“No me sirven los créditos. Quiero que me devuelvan todo lo que perdí. Ya estoy en serios apuros económicos. No tengo con qué pagar la inscripción de mis hijos en la escuela”, afirma la mujer.
Seis días esperando una puerta
Aquella no era una puerta cualquiera: su dueño se la había canjeado por dos alianzas de oro a un chofer de colectivo interurbano. Corría entonces el año 1978 y Antonio Barrionuevo se puso a construir su vivienda. De profesión joyero, este hijo de sicilianos comenzó con las paredes de su vivienda, en el pasaje Cordeiro de Alta Córdoba. No tenía plata para la abertura. Por eso se la canjeó a su cliente por dos anillos con la inscripción “25 años de amor”.
En la fatídica noche del jueves 6 de noviembre, lo único que voló con la explosión fue la puerta canjeada con alianzas. La estructura de la casa se mantuvo en pie. Sus dueños aseguran de que fue la mano de Dios. “Todas las mañanas rezamos por la protección de la casa. Esto fue un milagro”, cuenta María Eva Lorenzo (61), esposa de Antonio.
A partir del viernes, funcionarios de distintas reparticiones comenzaron a inspeccionar el lugar: Defensa Civil de la Municipalidad, Desarrollo Social de la Provincia. “Vinieron 30 veces a tomar medidas. Nunca nos trajeron la puerta. En su lugar, usamos chapas”, se lamenta Antonio.
Fuente: Día a Día 13.11.14
Seis días después de la explosión, una máquina demoledora de la empresa Brasca lo esperaba en la puerta de su taller, ubicado en calle Góngora al 923. Como si la topadora quisiera dar la estocada final a esta historia de angustia y destrucción. Pero Guillermo no quiso que lo apuraran. Con la ayuda de sus amigos trataba de retirar los restos de algunas de sus pertenencias.
En el momento de la explosión, el local ya estaba cerrado. Hacía 40 minutos que sus dueños le habían echado llave al galpón y se retiraron a descansar. Al cabo de un rato, Belén Boetto –esposa de Guillermo–, recibió la noticia de que la alarma del taller se había activado. Pensó que era una falsa señal hasta que un familiar le avisó que el barrio estaba ardiendo. A tientas, porque la luz estaba cortada, pudieron llegar al taller que estaba ardiendo. No quedó una sola pared en pie. El techo del tinglado se había caído sobre los tres autos (dos Mercedes Benz) que aguardaban reparación.
Cuando la luz del día siguiente dejó alumbrar el panorama, la familia se encontró con una postal de guerra: hierros, maderas y chapas yacían sembradas por todo el galpón. Las vigas de hierro se habían desplomado sobre el capó dejando a los tres vehículos en carácter de chatarra. Sólo uno de ellos, el más viejito, tenía señales de que podía volver a usarse. Cuando la Municipalidad le informó que ese taller iba a ser demolido, Guillermo puso el grito en el cielo: “Por lo menos, déjenme sacar lo poco que me queda”.
No fue sino hasta el mediodía del miércoles que la familia comenzó a sacar los restos de los despojos. Seis días después de la explosión. “Primero nos dijeron que no podíamos tocar nada. Que necesitábamos autorización de la fiscalía. Esta mañana (por ayer) nos comunican que comenzarán a demoler. Que vayamos sacando las cosas si queríamos”, indicó Belén.
“Nos han dejado solos –agregó Guillermo–. Pude llamar a mis amigos para que me vengan a ayudar. Cada vez que pregunto a los operarios de Defensa Civil, me dicen que no pueden colaborar porque no tienen puestos los cascos”.
Así fue cómo, bajo el comando de Guillermo y su papá, el auto más viejito pudo ser remolcado por un Citroën Picasso. Amigos y esposas de sus amigos ayudaban en la logística. El trabajo de estos vecinos se realizó a destajo.
Durante horas, los dueños del taller y sus amigos sudaron la gota gorda. Del otro lado de la vereda, la máquina demoledora esperaba una señal para comenzar con la tarea. Una mujer policía se miraba las uñas. Un segundo uniformado mandaba mensajes de texto.
Resistencia en la peluquería
Una imagen de Marilyn Monroe es lo único que se encuentra de pie en esta peluquería devastada. La diva sonríe sin sospechar el trágico final que la espera. Con los mismos sueños e ilusiones, Adriana Guastavino construyó su imperio en calle Góngora al 900 sin predestinar que en algún momento su sueño se derrumbaría.
La peluquería de Adriana es una de las seis estructuras del barrio con mayor riesgo para sus habitantes. Está en la lista de prioridades del municipio para su demolición. Pero ella no quiere saber nada con que le volteen la casa. Primero pedirá un papel firmado en puño y letra de algún funcionario importante. Necesita garantías de que su negocio se volverá a levantar.
“No me sirven los créditos. Quiero que me devuelvan todo lo que perdí. Ya estoy en serios apuros económicos. No tengo con qué pagar la inscripción de mis hijos en la escuela”, afirma la mujer.
Seis días esperando una puerta
Aquella no era una puerta cualquiera: su dueño se la había canjeado por dos alianzas de oro a un chofer de colectivo interurbano. Corría entonces el año 1978 y Antonio Barrionuevo se puso a construir su vivienda. De profesión joyero, este hijo de sicilianos comenzó con las paredes de su vivienda, en el pasaje Cordeiro de Alta Córdoba. No tenía plata para la abertura. Por eso se la canjeó a su cliente por dos anillos con la inscripción “25 años de amor”.
En la fatídica noche del jueves 6 de noviembre, lo único que voló con la explosión fue la puerta canjeada con alianzas. La estructura de la casa se mantuvo en pie. Sus dueños aseguran de que fue la mano de Dios. “Todas las mañanas rezamos por la protección de la casa. Esto fue un milagro”, cuenta María Eva Lorenzo (61), esposa de Antonio.
A partir del viernes, funcionarios de distintas reparticiones comenzaron a inspeccionar el lugar: Defensa Civil de la Municipalidad, Desarrollo Social de la Provincia. “Vinieron 30 veces a tomar medidas. Nunca nos trajeron la puerta. En su lugar, usamos chapas”, se lamenta Antonio.
Fuente: Día a Día 13.11.14
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