Cristina cambió… pero no cambió nada
Por Christian Sanz
El
regreso de Cristina Kirchner deparó pocas sorpresas, ninguna casi en
realidad. Una de las pocas novedades fue su escape al extenso luto que
supo llevar durante años luego de la muerte de su marido, en octubre de
2010.
Si
alguien esperaba alguna autocrítica luego de diez años de kirchnerismo
feroz, debió quedarse con las ganas. Lejos de ello, la jefa de Estado
ratificó todo lo hecho por su gobierno —y el de su fallecido cónyuge— en
una década. Lo hizo a través de un discurso que fue dirigido, no a la
sociedad, sino a la militancia que la rodeaba.
En
el marco del acto en el cual fueron puestos en funciones los nuevos
funcionarios del Ejecutivo nacional, Cristina advirtió que “el modelo”,
lejos de acabarse, será aún más profundizado. ¿Cómo interpretar esas palabras? ¿Cómo puntualizar algo tan impreciso?
En
realidad, no existe algo llamado “modelo”, sino más bien una serie de
medidas aisladas que intentan dar cuerpo y coherencia a algo que carece
de ambas cualidades. La interpretación es libre: la mandataria bien pudo
haberse referido a que se seguirá adelante con el inoportuno cepo
cambiario, o la intervención del Indec —con manipulación de estadísticas
mediante—, o la restricción a las importaciones. O todo junto. Peor
aún, podría significar que se seguirán “estatizando” empresas a piacere.
Todo vale.
No
hay nada imposible en el universo de Cristina, especialmente cuando se
pone al comando del barco a un cuadro de la talla de Axel Kicillof,
abierto promotor de las ideas más anacrónicas del marxismo.
No obstante, la presidenta pareció dedicarle un párrafo en particular a la hora de hablar de YPF: "Nos vamos a asociar con quien tengamos que asociarnos, porque no tenemos prejuicios", advirtió.
Luego,
sostuvo una frase casi calcada a la pronunciada el día que se estatizó
la petrolera: "La meta es recuperar la soberanía energética”. ¿Cuánto
más habrá que esperar para que ello ocurra?
Cristina
tiene una particularidad discursiva: suele hablar como si recién
llegara al gobierno, olvidando que en 2003 la Argentina apenas destinaba
U$S 550 millones para comprar combustible a otros países. Una década
después, ese monto creció unas 18 veces y trepó en 2012 a U$S 10.254
millones. Ergo, en sólo diez años las importaciones de combustibles aumentaron un 1.765%.
Respecto
de YPF, no fue nada atinada la proclama de Cristina respecto a que es
la empresa que más ganancias dio en la Argentina. ¿A título de qué lo
dijo? ¿No sería más oportuno comparar los números de la empresa ahora
estatizada con los que mostraba cuando era privada? Ciertamente, es una
comparación que a la presidenta no le conviene ya que, después de su
expropiación, las ganancias de la petrolera cayeron un 12%.
A
la hora de hablar de Aerolíneas Argentinas, Cristina tampoco dio el la
tecla. Lejos de reconocer el déficit que ostenta la compañía se deshizo
en felicitar a Mariano Recalde por su desempeño allí. ¿Es acaso un
logro tener que sostener con los impuestos un déficit diario de dos
millones de dólares? ¿Lo es el hecho de bancar a Recalde un salario de
$82 mil pesos por mes por ello?
El
tercer tópico que rozó la presidenta tampoco fue el más acertado:
"Vamos a hacer la inversión más grande de los últimos 50 años en
ferrocarriles en la Argentina. Propuse destinar cientos de millones de
dólares en renovar nuestros trenes urbanos", dijo. La iniciativa es
válida y meritoria, pero tardía.
Llega
después de las denuncias contra Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi por
la hoy judicializada malversación de fondos de Transporte de la Nación.
¿No hubiera sido oportuno hacer la misma inversión hace años y evitar
una de las peores tragedias ferroviarias de la historia argentina?
Cristina
tiene esa particular forma de ver las cosas, siempre a través de un
cristal que no es el mismo que utilizan los ciudadanos para observar la
realidad. Su óptica llega incluso a niveles insólitos. Por caso, esta
misma tarde aseguró que los ministros que juraban eran “militantes”. Ergo, ¿los eligió por esa condición o por su conocimiento técnico? Imposible precisarlo.
Aunque
no parezca, lo antedicho denota parte de lo que vendrá en la era
cristinista “post hematoma subdural”. Según se desprende de su propio
discurso, no habrá grandes reformas al rumbo económico-político que se
llevó hasta ahora.
Si
bien es cierto que la presidenta abrió una puerta de diálogo con la
oposición —"Estamos dispuestos a escuchar a todas las ideas”, dijo— no
es algo que no haya pronunciado con anterioridad. Son apenas palabras de
ocasión.
Si
alguien piensa lo contrario, solo debe volver a mirar la foto que
regaló la Casa de Gobierno esta tarde, con un Amado Boudou sonriente
como pocas veces. La frase se dijo mil veces, pero resume lo que pasó
hoy mismo: todo cambió para que nada cambie.
Fuente: Tribuna de Periodistas 20.11.13
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