Con el clima no se juega
Por Raúl Montenegro
Todos los
seres humanos vivimos en un planeta increíblemente bello y de
color azul que sobrevive en un sistema Solar inhóspito y
feroz. Aunque la Nasa envíe artefactos al espacio y unas
pocas personas hayan podido vivir en incómodas estaciones
orbitales, el 99,99% de la población y sus descendientes solo
tenemos la opción de seguir viviendo en la Tierra. Haber
llamado Homo sapiens a nuestra especie ("el que
sabe") muestra el involuntario sentido del humor que tuvo
Linneo (2). Desde hace unos 60.000 años, que es nuestra edad
aproximada como especie, nos empeñamos en vivir, y desde hace
unos 10.000 en dejar huellas profundas. El planeta ya sufrió
5 grandes espasmos de extinción masiva en que la vida, tenaz,
volvió a recomponerse. Por primera vez un espasmo, el sexto,
no es producto de los meteoritos sino de nosotros mismos. No
sabemos vivir con la naturaleza porque nuestro sofisticado
experimento cerebral, neocorteza incluida, tampoco sirve
demasiado para que vivamos en grupos solidarios. Cada
bombardeo que decide George Bush, cada auto-bomba que estalla
en Bagdad, cada derrame de petróleo, cada desmonte y cada luz
encendida inútilmente en un hogar son muestra de la misma
incapacidad. Tenemos sin embargo la posibilidad de cambiar, y
de ser coherentes con el nombre en latín de nuestra especie.
Pero lo que se acorta, y drásticamente, es el tiempo y las
posibilidades ecológicas de hacerlo.
Está claro
que las advertencias de expertos y ecologistas mueven muy poco
a los políticos, y que la sociedad está demasiado ocupada en
sobrevivir, ya sea por tener casi nada (pobreza), o demasiado
(riqueza). Los humedales del sur de Nueva Orleáns en Estados
Unidos podían reducir la energía de las grandes tormentas
que venían del océano. En los últimos años los negocios
inmobiliarios y la falta de planificación destruyeron un
promedio de 100 kilómetros cuadrados de humedal por año. Por
otra parte los diques, que mantenían artificialmente a la
ciudad bajo el nivel de aguas acumuladas, redujeron
drásticamente los aportes de sedimentos al delta del río
Mississippi. En 1998 agencias federales y del estado, incluida
la EPA, la Agencia de Protección Ambiental de los Estados
Unidos, propusieron el Plan Coast 2050 "para recuperar
los humedales de Louisiana" a un costo de 14 mil millones
de dólares. Pero el plan nunca se implementó. Los
funcionarios también sabían que los estudios realizados por
Ivor van Heerden, un experto en huracanes de la Universidad
Estatal de Louisiana, incluían un relevamiento social donde
el 21,4% de la población de Nueva Orleáns declaró que ante
la inminencia de un huracán no dejarían sus hogares aunque
los obligasen a hacerlo. Al resto lo conoció el mundo entero.
Katrina, los diques y la estupidez gubernamental se combinaron
con matemática precisión. Irónicamente, mientras George
Bush seguía descalificando el Protocolo de Kyoto un alto
funcionario del Pentágono le encargaba a la consultora Global
Business Network que definiera en un informe el peor escenario
mundial ante un cambio climático abrupto.
Geográficamente
Argentina está lejos de Nueva Orleáns y de Bangladesh, pero
vive el mismo cambio climático, y tiene sus propios riesgos.
Lo primero y más importante es es asumirlos. En los últimos
100 años la temperatura terrestre aumentó 0,6 °C, y el
nivel de los océanos creció, entre 1993 y 2005, a razón de
3 milímetros por año. En los próximos 100 años la
temperatura podría aumentar de 1,4 a 5,8 grados centígrados.
Los mayores aumentos se registrarán a mayores latitudes y
alturas, por lo cual Argentina se ubica en zona crítica. La
temperatura media de la Tierra para el 2004 fue de 14,6 °C,
mientras que entre 1880 y 1900 las medias anuales estuvieron
entre 14,0 y 13,4 °C. La principal causa es el aumento de
dióxido de carbono, cuya concentración en la atmósfera
subió, desde 1750, en un 31%, y continúa haciéndolo a una
tasa del 0,4% anual. El Protocolo de Kyoto y su maquinaria de
incentivos comerciales se acordó precisamente para reducir la
descarga de seis gases de invernadero, entre ellos dióxido de
carbono y metano. Pero sus mecanismos son sensibles a la
corrupción administrativa, y tienen demasiados intermediarios
que harán sin dudas muy buenos negocios.
Aunque los
huracanes no se forman en Córdoba, son una poderosa voz de
alerta sobre los efectos del cambio climático, y de la mala
preparación social y gubernamental para enfrentarlos.
Internacionalmente se los clasifica siguiendo la escala de
Suffir-Simpson, de 1 (el menor) a 5 (el mayor). En la gran
cuenca del caribe su principal motor es la temperatura
superficial del agua (TSS), que pasa a ser crítica desde los
26 °C. Kerry Emanuel, del MIT, estima que cada 2 grados de
aumento de esa temperatura incrementan la velocidad del viento
en un 10%. La evolución de los huracanes en los últimos 35
años fue estudiada por P. Webster y sus colegas, del
Instituto de Tecnología de Georgia y del Centro Nacional de
Investigación Atmosférica (Estados Unidos). Comparando los
períodos 1975-1989 con 1990-2004 observaron que su número
creció de 38 huracanes a 49 en el Pacífico occidental, de 85
a 116 en el Pacífico oriental, de 16 a 25 en el Atlántico
norte, de 10 a 22 en el Pacífico sudoeste, de 1 a 7 en el
Índico norte y de 23 a 50 en el Índico sur. Aunque algunos
autores son más cautos, la mayoría de los investigadores
advierte que los huracanes se están haciendo más frecuentes
y más intensos e incluso más prolongados. El Centro Nacional
de Huracanes de Estados Unidos predijo para el 2005 unas 18 a
21 tormentas tropicales y 9 a 11 huracanes (de los cuales 5 a
7 con nivel 3 o mayor). Al 15 de septiembre, faltando más de
dos meses y medio para la finalización del período de
huracanes, ya se habían registrado 15 tormentas tropicales y
7 huracanes, tres de ellos con categoría 3 o mayor (Dennis,
Emily y Katrina).
Los llamados
de atención están, y los estudios también. Más de 100
millones de personas en todo el mundo serían afectadas por la
suba del nivel del los mares, y la mayoría sufre a distinta
escala los cambios climáticos actuales. Aparentemente estamos
en un período interglaciar cálido que ya lleva unos 10.000
años de duración. Es muy posible que el próximo período
sea frío, y que el cambio climático haga aumentar, según
los lugares, las lluvias y las sequías, o haga subir y
descender las temperaturas regionales. Lo más previsible, sin
embargo, es la irregularidad. Lo que habitualmente no se
analiza es que los efectos son más desastrosos cuando los
ambientes naturales están destruidos y modificados, y cuando
se asientan personas en lugares de alto riesgo. Argentina es
un muestrario de lo que lo que no debe hacerse, con tragedias
ya ocurridas, como las inundaciones de Santa Fé y San Carlos
Minas, y tragedias en suspenso. Resistencia en Chaco, por
ejemplo, es una potencial Nueva Orleáns ante crecidas
excepcionales de los ríos Paraná y Negro. Al cambio
climático ya disparado no lo podemos detener mágicamente,
pero sí podemos estar mejor preparados. La primera y más
urgente medida es frenar todo tipo de desmonte y destrucción
de ambientes nativo. Cada hectárea que se destruye reduce
nuestra resistencia al cambio climático, y cuesta la vida de
cientos de personas en el futuro. La soja, que salvó la
economía post 2001, puede ser la peor inversión ambiental
del siglo XXI. Lo segundo es ordenar el territorio para que en
caso de inundación o sequía los impactos sociales se
minimicen. Lo tercero es asumirnos como responsables, no
solamente como afectados. Nuestro estilo de vida con
desigualdades sociales y despilfarro es el mejor prólogo para
desastres de todo tipo. Cuarto, debe reducirse la descarga de
gases de invernadero e implementarse con transparencia el
Protocolo de Kyoto (se advertirá que lo pusimos en cuarto
lugar). Si todos trabajamos para que estas cuatro acciones se
vuelvan realidades posiblemente no bajemos espectacularmente
la temperatura del planeta. Pero estaremos mejor preparados
para resistir los cambios que seguramente vendrán. No
olvidemos, eso sí, que palabras muy parecidas fueron dichas
por muchos especialistas antes de que Katrina y los diques
rotos destruyeran Nueva Orleáns. Definitivamente, con el
clima no se juega.
(1) Biólogo,
presidente de FUNAM y Premio Nóbel Alternativo 2004.
Fuente: FUNAM.
(1) Biólogo,
presidente de FUNAM y Premio Nóbel Alternativo 2004.
(2) El sueco
Carolus Linnaeus (1707-1778) desarrolló el sistema de
clasificación de los seres vivos que todavía utilizamos.
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