Nuevamente se desencadenó una tragedia que se lleva vida jóvenes,tras participar en una fiesta electrónica en Costa Salguero. Murieron cinco jóvenes que tenían entre 21 y 25 años , según se
desprende de la nómina oficial de fallecidos y heridos suministrada hoy
por fuentes policiales.Además ,el titular del SAME confirmó que cinco jóvenes siguen internados con
problemas de insuficiencia renal con distintos grados de complejidad por haber ingerido pastillas que afectaron el sistema renal. "Se están haciendo tratamientos para
sacar los metabólitos que son los que generan complicaciones", señaló.
Igual que en Cromañón, despertamos aturdidos por la falsa ilusión de un accidente. Tampoco lo fue esta vez.
Hasta que ocurrió Cromañón, había recitales en lugares cerrados, sin puertas de emergencia, en sitios atiborrados, todos los fines de semana. Con gente que prendía bengalas. Y el cocodrilo despertó.
Hasta ayer hubo fiestas electrónicas en sitios atiborrados, donde el común es el desfile inagotable de las drogas sintéticas. Todos lo saben. Todos escuchamos que en las raves no hay diversión sin pastillas. Y que la botellita de agua mineral arranca en 60 pesos y termina, con el alba, a precios que no se pagarían ni en el Sahara.
Los chicos se conectan en las redes –las mismas donde se difunden las fiestas– para preguntar: “¿Alguien tiene info de estas pastis?”. Consultan por 007, Corazón, Playboy, Superman. Es un código encriptado pero al mismo tiempo a la vista de todos. Un braille que todos conocen y nadie se toma el tiempo de interpretar.
Ahora sí habrá unos días de debate sobre el asunto y el Estado va a correr, una vez más, desde atrás. Hizo falta esto: la muerte colectiva. La tragedia que viene a explicar lo que no miramos.
No fue un tema que impuso el Ministerio de Salud ni la Secretaría antidrogas. Lo trae a la mesa, de nuevo, el cocodrilo.
Fuente: Clarín 17.04.16
Las causas hoy son motivo de todo tipo de comentarios, pero inevitablemete la situación nos retrotrae a los hechos sucedidos en Cromañón. Es interesante la reflexión de un periodista al respecto...
Pequeño Cromañón ilustrado
Otra vez una situación conocida por todos estalla con forma de tragedia.
La tragedia es
otra vez un cocodrilo durmiendo plácidamente bajo la superficie hasta
que despierta y ataca. Y entonces aparecen de nuevo las escenas de
padres desesperados recorriendo el boliche, un hospital, otro, y otro
más, implorando a quien sea para que el portero, el comisario, el
enfermero, el médico, no pronuncien nunca el nombre prohibido. El nombre del hijo.
Hasta que ocurrió Cromañón, había recitales en lugares cerrados, sin puertas de emergencia, en sitios atiborrados, todos los fines de semana. Con gente que prendía bengalas. Y el cocodrilo despertó.
Hasta ayer hubo fiestas electrónicas en sitios atiborrados, donde el común es el desfile inagotable de las drogas sintéticas. Todos lo saben. Todos escuchamos que en las raves no hay diversión sin pastillas. Y que la botellita de agua mineral arranca en 60 pesos y termina, con el alba, a precios que no se pagarían ni en el Sahara.
Los chicos se conectan en las redes –las mismas donde se difunden las fiestas– para preguntar: “¿Alguien tiene info de estas pastis?”. Consultan por 007, Corazón, Playboy, Superman. Es un código encriptado pero al mismo tiempo a la vista de todos. Un braille que todos conocen y nadie se toma el tiempo de interpretar.
Ahora sí habrá unos días de debate sobre el asunto y el Estado va a correr, una vez más, desde atrás. Hizo falta esto: la muerte colectiva. La tragedia que viene a explicar lo que no miramos.
No fue un tema que impuso el Ministerio de Salud ni la Secretaría antidrogas. Lo trae a la mesa, de nuevo, el cocodrilo.
Fuente: Clarín 17.04.16
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