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7 jun 2013

Un adiós a la vida

La ciudad, como el país ofrecen permanentemente una escalofriante sucesión de noticias violentas, ya sea en los ámbitos domésicos, educativos o del resto de la  sociedad. Pero esta semana un hecho luctuoso nos conmocionó especialemente, se trata del un suicidio de una mujer perteneciente a una conocida familia de la ciudad.

Una periodista, Alejandra Elstein, la retrata en su publicación Otro Punto y nos deja pensando en la fragilidad en que vivimos, cuando el equilibrio y la cordura son desplazados por el lacerante impulso que lleva a tan trágica determinación, logrando  finalmente que se impongan la indefensión y deseperanza. La sociedad tiene su cuota de responsabilidad en cada caso consumado, por acción o por omisión y lejos de no darle trascendencia por temor al "contagio" es necesario agudizar la reflexión sobre las causas predisponentes para promover la conducta preventiva que logre minimizar estas trágicas experiencias

Conozcamos el caso como lo presenta la periodista local

CONMOCION EN RIO CUARTO

El suicidio de una mujer

Una de las reglas que existe en algunos medios de comunicación es no darle difusión a los suicidios. Se cree que es una noticia "contagiosa" y demasiado dolorosa para los familiares como para difundirla sin necesidad ya que por lo general no tiene interés público.
¿Cómo ignorar o minimizar la noticia sobre el suicidio de Silvana Masoero y las heridas gravísimas que sufrió su compañero, el querido Gustavo Busso, cuando intentó socorrerla? ¿Acaso no nos sentimos entre impactados y conmovidos, no sólo por la persona que se trataba sino también por la forma que eligió para quitarse la vida?
La cobertura de algunos medios titulando se suicidó una mujer, como si fuera una abstracción, alguien sin entidad ni historia, llamó la atención.
Esa mujer tenía nombre. Era una persona. Silvana Masoero fue una de las mujeres más bellas de la ciudad. Siempre. Y lo digo como mujer y como contemporánea. Si le faltaba algún detalle para ser hermosa, ella lo sabía construir muy bien para que no se notara su ausencia. El pelo largo, los reflejos perfectos, bronceada todo el año, cuerpo estilizado, labios prominentes y un gusto excelente para vestirse y quedar elegante y canchera.
Cuando caminaba dejaba una estera en el camino y era imposible no seguirla con la mirada. Provocaba la misma sensación que un paisaje, que a uno le llena los ojos y no se cansa de mirarlo. Desde mi lugar de mujer común siempre me llama la atención la gente así, linda, con ese andar que pareciera ir abriendo paso, despertando la admiración de hombres y mujeres. Y tal vez un poquito de envidia, de curiosidad, de encanto, de seducción. Nunca la indiferencia.
Hija de un prestigioso empresario de la ciudad y de una excelente profesora de historia, Silvana, por sus encantos no sólo externos sino también internos, conquistó los corazones de hombres que tampoco pasaban desapercibidos. Martín Valentinuzzi, el psicólogo Rissatti, Alfonso Mosquera y ahora el encantador y querido Gustavo Busso. Alguna vez Mosquera confió a Otro Punto: "Cuando la vi entrar a La Barraca pregunté quién es? Y a los tres meses nos estábamos casando".
"Me dijo que estaba cansada. Que quería descansar". Entre llantos por lo ocurrido, la empleada doméstica contó las últimas palabras de Silvana Masoero su empleada doméstica. Y a mí, sin ser su amiga y con sólo haber cruzado algún saludo alguna vez, me provocó congoja en el alma. Porque detrás de esa chica-mujer que me gustaba ver caminando por la calle había alguien tan cansado que prefirió quitarse la vida antes que seguir. Quedan pocas palabras de aliento para alguien que te dice quiero descansar, estoy cansada, porque es el alma el que habla y cuando el alma llora los mortales comunes quedamos desarmados.
Tampoco podemos ser indiferentes a la forma que eligió para suicidarse. Ponerse un tapado de piel, rociarse con combustible y prenderse fuego. Escalofriante. ¡Cuánto dolor en el alma para no temer al dolor lacerante que provoca el fuego! De todos los suicidios que se registraron el año pasado en la ciudad, alrededor de 15, ninguno fue quemándose. Y hay que recorrer un largo camino para recordar un hecho de estas características.
Publicar la noticia sobre un suicidio no es peligroso ni sensacionalista. Es doloroso. Nos obliga a mirarnos a todos por dentro y mirar al otro un poquito más allá. Repensar la vida y la sociedad en la que vivimos. Y solidarizarnos con Silvana, que no supo o no pudo, encontrar la fuerza para seguir viviendo a pesar de que cuando la veíamos pasar, parecía dejar una estera en el camino.
Alejandra Elstein


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