Por Eduardo Davis, Agencia EFE
Las
protestas multitudinarias que han sacudido a Brasil en la última semana
han revelado un claro malestar social hasta ahora sumergido y que,
según analistas, responde a demandas insatisfechas de una sociedad que
exige mucho más que poder de consumo.
Este lunes unas 250.000 personas ocuparon las calles de una veintena de ciudades para expresar su disconformidad con el alza del precio del transporte público y el gasto público en la Copa Confederaciones de fútbol, organizada por la Fifa.
Pero también reclamaron por la pésima calidad de los servicios, la corrupción, la inflación, la violencia policial y un sinnúmero de asuntos que desvelan un profundo malestar generalizado hasta ahora contenido y expresado por multitudes ajenas a partidos políticos y sin liderazgos visibles.
Lo que muchos califican de "otoño brasileño", en alusión a la "primavera árabe", ha sorprendido al Gobierno y a los analistas en un país que en los últimos años ha sido considerado modelo de paz social y de planes de erradicación de la miseria, distribución de renta y políticas públicas volcadas a favorecer a los más pobres.
Sin embargo, esa concentración del esfuerzo oficial en los menos favorecidos ha dejado de lado a las clases medias, que además se han engrosado gracias a esas políticas de reducción de la pobreza.
Así lo considera la analista Tereza Cruvinel, quien dijo a Efe que, en los últimos años, durante la gestión de Luiz Inácio Lula da Silva y ahora en el Gobierno de Dilma Rousseff, "se atacaron los males en la base de la pirámide social, pero se relegó a las clases medias".
De acuerdo a datos oficiales, desde 2003 unos 40 millones de personas han salido de la pobreza y pasaron a integrar una clase media que "tiene nuevas demandas, más urgencias y no se conforma sólo con consumir", dijo Cruvinel.
Sin embargo, admitió también que esa clase media en realidad no ha llegado aún a niveles de vida "satisfactorios" y que una mayoría de ella todavía se mantiene empobrecida.
"Se ha idealizado un poco" en relación a la verdadera situación del país, "el dique de las insatisfacciones se ha roto" y las clases medias "nueva y vieja" se han unido en "nuevos reclamos", indicó.
El criterio que establece las divisiones sociales en Brasil, definido por la Secretaría de Asuntos Estratégicos del Gobierno, dice que la clase media está compuesta por familias con ingresos mensuales de entre 291 reales (145 dólares) y 1.019 reales (509 dólares).
Esa franja social, según datos oficiales, representa el 54 % de la población y fueron el detonante de las protestas.
Ingresos. El techo de ingresos de esa clase media no llega a los 400 euros (536 dólares) que, en media, recibe un desempleado europeo que, además, cuenta con servicios heredados del Estado del Bienestar que, deteriorados hoy por la crisis, aún persisten, apuntó Cruvinel.
"No es por centavos, es por derechos", es una frase que se leyó en muchas pancartas mostradas por los manifestantes en casi todas las protestas ocurridas en decenas de ciudades y resume, según los analistas, el sentimiento que mueve las manifestaciones.
En la prensa brasileña menudean las noticias sobre la delicada situación de la red de salud pública, en la que pacientes llegan a morir a la espera de atención o esperan días, semanas y hasta meses para ser recibidos por un médico.
El transporte público, que al parecer ha sido la gota que derramó el vaso de la insatisfacción, es caótico en buena parte de Brasil.
Un reciente informe oficial dice que en Sao Paulo la demanda de transporte público aumentó un 80 % en los últimos ocho años, período en el que la oferta se mantuvo intacta.
En Brasilia, donde aún se no concretó ninguno de los planes de movilidad urbana previstos para la Copa Confederaciones, que comenzó el pasado sábado, es común ver en las calles autobuses averiados y millares de personas en las paradas esperando por un transporte que puede demorar horas.
Este lunes unas 250.000 personas ocuparon las calles de una veintena de ciudades para expresar su disconformidad con el alza del precio del transporte público y el gasto público en la Copa Confederaciones de fútbol, organizada por la Fifa.
Pero también reclamaron por la pésima calidad de los servicios, la corrupción, la inflación, la violencia policial y un sinnúmero de asuntos que desvelan un profundo malestar generalizado hasta ahora contenido y expresado por multitudes ajenas a partidos políticos y sin liderazgos visibles.
Lo que muchos califican de "otoño brasileño", en alusión a la "primavera árabe", ha sorprendido al Gobierno y a los analistas en un país que en los últimos años ha sido considerado modelo de paz social y de planes de erradicación de la miseria, distribución de renta y políticas públicas volcadas a favorecer a los más pobres.
Sin embargo, esa concentración del esfuerzo oficial en los menos favorecidos ha dejado de lado a las clases medias, que además se han engrosado gracias a esas políticas de reducción de la pobreza.
Así lo considera la analista Tereza Cruvinel, quien dijo a Efe que, en los últimos años, durante la gestión de Luiz Inácio Lula da Silva y ahora en el Gobierno de Dilma Rousseff, "se atacaron los males en la base de la pirámide social, pero se relegó a las clases medias".
De acuerdo a datos oficiales, desde 2003 unos 40 millones de personas han salido de la pobreza y pasaron a integrar una clase media que "tiene nuevas demandas, más urgencias y no se conforma sólo con consumir", dijo Cruvinel.
Sin embargo, admitió también que esa clase media en realidad no ha llegado aún a niveles de vida "satisfactorios" y que una mayoría de ella todavía se mantiene empobrecida.
"Se ha idealizado un poco" en relación a la verdadera situación del país, "el dique de las insatisfacciones se ha roto" y las clases medias "nueva y vieja" se han unido en "nuevos reclamos", indicó.
El criterio que establece las divisiones sociales en Brasil, definido por la Secretaría de Asuntos Estratégicos del Gobierno, dice que la clase media está compuesta por familias con ingresos mensuales de entre 291 reales (145 dólares) y 1.019 reales (509 dólares).
Esa franja social, según datos oficiales, representa el 54 % de la población y fueron el detonante de las protestas.
Ingresos. El techo de ingresos de esa clase media no llega a los 400 euros (536 dólares) que, en media, recibe un desempleado europeo que, además, cuenta con servicios heredados del Estado del Bienestar que, deteriorados hoy por la crisis, aún persisten, apuntó Cruvinel.
"No es por centavos, es por derechos", es una frase que se leyó en muchas pancartas mostradas por los manifestantes en casi todas las protestas ocurridas en decenas de ciudades y resume, según los analistas, el sentimiento que mueve las manifestaciones.
En la prensa brasileña menudean las noticias sobre la delicada situación de la red de salud pública, en la que pacientes llegan a morir a la espera de atención o esperan días, semanas y hasta meses para ser recibidos por un médico.
El transporte público, que al parecer ha sido la gota que derramó el vaso de la insatisfacción, es caótico en buena parte de Brasil.
Un reciente informe oficial dice que en Sao Paulo la demanda de transporte público aumentó un 80 % en los últimos ocho años, período en el que la oferta se mantuvo intacta.
En Brasilia, donde aún se no concretó ninguno de los planes de movilidad urbana previstos para la Copa Confederaciones, que comenzó el pasado sábado, es común ver en las calles autobuses averiados y millares de personas en las paradas esperando por un transporte que puede demorar horas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios publicados son de responsabilidad exclusiva de quien los envíe. No siempre refleja nuestra opinión.