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2 ago 2012

Reclamos estudiantiles y una nota para reflexionar

La protesta del sándwich


Por Guillermina Tiramonti 

En la tradición de la educación secundaria pública de nuestro país está inscripta su función de ser formadora de líderes. La escuela secundaria destinada en un principio a unos pocos, sólo a aquellos llamados a ocupar posiciones de privilegio, debía constituirse en un espacio de formación para la práctica política. El Colegio Nacional de Buenos Aires y el Carlos Pellegrini fueron y son los exponentes más conspicuos de esa tradición que, para el caso del Nacional de Buenos Aires, es anterior a la Constitución misma de la Nación y por lo tanto, para algunos de sus promotores, fundante de nuestra nacionalidad.
A partir de la segunda mitad del siglo pasado, y especialmente desde la apertura democrática, el nivel medio se ha democratizado y hoy incluye al 85% de los jóvenes. En algunas de las instituciones se han organizado centros de estudiantes, pero la práctica de la protesta estudiantil involucra sólo a algunas de ellas y a una minoría de alumnos. En el caso del Pellegrini y el Buenos Aires, ambas han sostenido su tradicional liderazgo en la protesta.
Si es así, vale la pena reflexionar sobre los contenidos y las prácticas que organizan la protesta estudiantil. Tanto en uno como en otro hay variaciones interesantes y continuidades que dan cuenta de la existencia de una matriz que reproduce nuestra cultura política.
Comencemos por los contenidos, en los que hay una deriva que exige reflexión. Las primeras movilizaciones nacionales que comprometieron a los estudiantes secundarios se dieron en los años 60 alrededor de la disputa entre "laica o libre" con la que se definía la apertura de la educación superior a la prestación privada. En aquella ocasión, estudiantes de colegios privados y públicos ocuparon masivamente las calles y las escuelas, y desplegaron una interesante capacidad organizativa cristalizada en la conformación de una serie de ligas a través de las cuales se coordinaron las acciones de los grupos estudiantiles en diferentes ciudades del interior del país.
De allí en más, el estudiantado secundario participó a través de marchas y tomas de escuela en diferentes momentos de la historia del país. Fue parte de las movilizaciones del 73 cuando se recuperaba la actividad política luego del largo interregno de la dictadura militar. En los 80, en el marco de la reapertura democrática, los estudiantes participaron en la campaña pública contra el gatillo fácil y la violencia sobre los adolescentes y, en la primera mitad de los años 90, marcharon contra los indultos y formaron parte de la organización de movimientos de defensa de la educación pública.
Muy recientemente, en 2010, hubo un importante movimiento de estudiantes secundarios en la provincia de Córdoba liderados por alumnos de las tradicionales escuelas públicas que luego se extendieron hasta abarcar 16 instituciones que fueron ocupadas por los alumnos. Las demandas se centraban en el reclamo por las condiciones edilicias de las instituciones, a lo que luego se agregó un reclamo por participar en la discusión de la ley de educación provincial (que se estaba discutiendo en el ámbito de la Legislatura).
En los últimos años, los estudiantes de la ciudad de Buenos Aires se han movilizado y ocupado las escuelas para reclamar por los edificios, la falta de calefacción y, en estos días, por la recuperación de los servicios de bufé en las escuelas, algo que, en el caso del Pellegrini, había sido convenido con el rector y se negociaba con las autoridades de la Universidad de Buenos Aires.
El relato precedente evidencia una variación muy fuerte en los contenidos de la protesta. En contraposición con los contenidos de antes -que se centraban en demandas vinculadas con la ciudadanía en su conjunto o que los interpelaban como integrantes de un colectivo con el que se identificaban, ya sea como estudiantes de la escuela pública y defensores de estas instituciones o desde su identidad de jóvenes contra los que se ejerce la violencia-, en los últimos años los jóvenes demandan cierto confort en las escuelas y la recuperación de los servicios del bufé. No discutimos la validez de estos reclamos. Sí que sean sólo éstas, y no éstas y otras, las demandas y protestas que se vehiculizan a través de las organizaciones estudiantiles.
La banalización de los contenidos no se debe a que hayan sido superadas las problemáticas de la escuela pública, y tampoco es que falten motivos más generales que deberían afectar a los estudiantes en su condición de ciudadanos. La educación pública general y la secundaria en especial avanzan en algunos aspectos y en otros mantienen situaciones de clara injusticia. Este histórico desbalance en la equidad del sistema no figura en la agenda de las organizaciones estudiantiles. En el campo de la condición ciudadana, la historia reciente brinda muchas oportunidades para el pronunciamiento juvenil. Hace muy poco se dictó una ley antiterrorista que pone claramente en riesgo la posibilidad de la expresión del disenso y de la protesta pública. En ese caso no hubo movilización estudiantil. Estos chicos no fueron sensibles a esos contenidos como sí lo fueron generaciones anteriores en el caso de los indultos. Hace muy pocos días los diarios mostraron a dos jóvenes salteños brutalmente torturados por la policía local. Los estudiantes no reaccionaron con marchas y manifestaciones como lo hicieron aquellos que marcharon contra el gatillo fácil de la policía. No son jóvenes que se movilizan en pos del derecho a la protesta de la ciudadanía o para erradicar la violencia que se ejerce sobre sus congéneres.
¿Habrá otros jóvenes, otros espacios, otras formas de militar que estén procesando aquello que les acontece como ciudadanos y como jóvenes? O sólo queda la reivindicación del sándwich. Estoy segura de que mis colegas "juvenólogos" estarán ya preparando un texto donde me dicen cuán ignorante soy y me cuentan miles de experiencias con otros contenidos. De ser así, repensemos donde están las escuelas de la democracia.
En contraste con el devenir de los contenidos, las prácticas presentan una continuidad muy clara. En la Argentina, la política se hace en la calle, poniendo el cuerpo en la confrontación. No se acude a ningún canal institucional para procesar las demandas, no se va al Congreso o a la Legislatura (como los jóvenes chilenos) a conversar con los representantes; se elude el diálogo porque se trata de impugnar al otro y no de entablar negociaciones. Se debe vencer, ganar la pulseada, desgastar y no construir un dialogo a través del cual procesar la demanda que se supone que originó la movilización. Y esa política que se hace en la calle, en el "barro", sólo puede rendir frutos si interpela a los medios, si genera opinión pública, he aquí que estemos magnificando algo tan nimio como las tomas por calefacción y por bufés.
Se trata, como decía Oscar Terán, de un pluralismo negativo. Define un escenario polifónico que, sin embargo, no constituye un espacio de comunicación: hablan todos al mismo tiempo sin que nadie se escuche, pero generan la ilusión de que se participa en la construcción de algo que se supone que es el espacio de lo público. La construcción de lo público y la política se piensan como una épica del cuerpo a cuerpo, como si se estuviera en una etapa previa al uso de las sutilezas de la palabra. En esta épica de la confrontación corporal lo que se valora es justamente ganar la calle, estar ahí, independientemente de cuál es el contenido y de los derechos de otros que la confrontación aplasta. ¿O es que la mayoría de chicos del Pellegrini y del Buenos Aires están de acuerdo con jugar la partida de tomar la escuela y la calle con el único motivo de reclamar por el sándwich?
Otro artículo podríamos haber escrito si nos hubiéramos detenido en marcar cómo cada escuela es un espacio de aprendizaje de prácticas democráticas basadas en la cimentación de comunidades de diálogo, en la generación de reglas claras para procesar el conflicto, en el enriquecimiento del intercambio entre diferentes y en la construcción de un espacio culturalmente significativo.
Pero sólo en algunas escuelas se avanza en este sentido, en general falta mucho para que las escuelas medias sean espacios de socialización en una matriz cultural que pueda ser nombrada como democrática.

 Fuente: LA NACION 27.07.12

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