Logramos obtener a través de la web la opinión de un turista que viajando desde la Patagonia , dejó expresado su parecer acerca de las rutas de nuestra provincia, más precisamente de nuestra región. Le damos difusión dado que refleja esa realidad que los lugareños padecemos pero que en boca de los turistas cobra la importante dimensión que nuestros gobiernos y responsables no le dan cuando llegada la temporada promocionan las bondades de esta bella provincia, y se olvidan de mantenerla en condiciones seguras para que realmente alentemos a los viajeros a conocerla y visitarla.
Rutas insoportables
La provincia de Córdoba es en si misma muy atractiva y su gente en general es muy atenta y de hecho constituye uno de los pocos lugares en el país donde sus habitantes son concientes de que el turismo es parte imprescindible en sus ingresos económicos, razón por lo cual se presenta y se vende como ninguna otra provincia argentina.
Sin embargo, de paso por allí en mis últimas vacaciones, me quedó marcada a fuego una experiencia que me ha llevado a acuñar una promesa futura: siempre que pueda evitaré las rutas de Córdoba.
En general los caminos de esa provincia a la que conocí hace unos años, están virtualmente destrozados; baches, banquinas descalzadas, falta de demarcación, escasa señalización y pavimento angosto y en deficiente estado, son algunas de las sorpresas con las que se encuentran quienes transitan por primera vez las concurridas rutas cordobesas, siendo la excepción a la regla algún tramo de pavimento fresco con el que se pueda tropezar en el trayecto.
Sin embargo lo más traumático me ocurrió circulando de noche rumbo a Río Cuarto por la Ruta 35, proveniente de Santa Rosa (La Pampa), cuando a poco andar ya dentro de Córdoba, nos sorprendió una enorme tormenta eléctrica que descargaba tanto ruido como agua, al punto que los limpiaparabrisas del automóvil no eran suficiente para aclarar la visibilidad que se encontraba reducida a escasos tres metros del capot.
Los aproximadamente 140 kms de ruta que hay hasta llegar a Río Cuarto están llenos de pozos, el asfalto carece de abovedamientos, por lo tanto el agua no escurre por los costados y como si esto fuera poco la ruta no posee banquina, con pastos crecidos que en algunos lugares superan los 50 centímetros de altura, lo cual genera un encajonamiento extremadamente peligroso para los conductores que ante una falla mecánica del auto no tienen dónde estacionarse.
De esta manera y como producto de la fuerte lluvia la ruta era una virtual pileta de natación con el agravante que la mayor cantidad de agua se localizaba en los laterales del camino por donde debíamos transitar con los automóviles a baja velocidad.
El alto tránsito que había por allí a esa hora, especialmente de ómnibus y camiones, hizo de ese trayecto una verdadera pesadilla, dado que ni uno ni otros aminoraban la velocidad, circulando a no menos de 80/90 kms bajo la copiosa lluvia, en una ruta llamativamente angosta, produciendo en cada sobrepaso un oleaje que tapaba a todos los vehículos menores que trataban de sortear las dificultades del camino inundado y los pozos que actuaban como verdaderas trampas debajo del manto de agua acumulado sin que permitiera a ninguno de los que rodábamos por allí en ese momento, estacionarnos en la banquina hasta que amainara la tormenta.
Como una burla las deficientes rutas cordobesas que allí llaman “autopistas” poseen numerosos puestos de peajes que cobran el correspondiente importe, sin que se sepa exactamente para qué (excepto para facturar), porque evidentemente nada de lo recaudado luce en infraestructura vial para seguridad y comodidad del automovilista.
Sin embargo debo decir que el gobierno de Córdoba lleva adelante una interesante campaña de concientización y prevención vial, que no hemos visto en ninguna otra provincia, con desplazamiento de unidades policiales que registran la velocidad vehicular, entregan folletería, recalcan el uso del cinturón y el respeto de la velocidad máxima permitida y advierten que en 60 días se comenzarán a labrar las infracciones a quienes vulneren todas esas disposiciones. Y está muy bien que así sea.
Pero debo decir que en oportunidad de ser detenido por los efectivos de tránsito de la policía cordobesa en uno de esos operativos, no pude contenerme cuando escuché la recomendación de no viajar a más de 110 kms, que es la velocidad máxima permitida.
Entonces bajé un poco más el vidrio de mi ventanilla, le sonreí al acartonado y aburrido policía que parecía actuar por control remoto y sacándolo de su tediosa rutina, le dije con la mayor tranquilidad que me quedaba después de la bronca pasada por aquellos caóticos kilómetros recorridos “No se preocupe por la velocidad máxima oficial, porque por las rutas de esta provincia, a menos que sea un loco o un borracho, nadie puede pasar los 80, con mucha suerte y buen tiempo”.
El servidor público en tono de complicidad se inclinó un poco sobre la ventanilla, fingió una sonrisa mordida y con el mejor humor cordobés me replicó “¿Sabe que pasa? Los pozos están por seguridad, cuando la gente se acostumbre a andar despacio para no agarrarlos, los vamos a tapar”.
De ahí en más circulé por las excelentes rutas y verdaderas autopistas de San Luis y Mendoza (porque una autopista tiene 4 manos, no dos como en Córdoba). Allí comprendí la diferencia entre la notable importancia que algunas provincias le dan a la inversión vial para aportar efectivamente a la seguridad de la gente y de aquellas cuyas autoridades no tienen un mínimo de vergüenza por mostrar (y cobrar) peajes en virtuales callejas de alta peligrosidad.
Desde ahora para viajar al norte evitaré transitar por Córdoba. Tal vez vuelva a hacerlo cuando sepa, como me dijo el policía, que han tapado los pozos y arreglado las paupérrimas rutas, porque eso significará que la gente ya habrá aprendido a circular más despacio o que el estado provincial tomó conciencia de la responsabilidad que le cabe sobre la vida de las familias que transitan diariamente su derruída red vial.
Fuente : OPI Sta. Cruz. Mayo 2009
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