Suelen ser adolescentes o jóvenes;
el homicidio se vuelve devastador de la psiquis
Por Fabiola Czubaj
Matar a los padres, para los parricidas, es un acto de
liberación. En la mayoría de los casos, según estimaciones de la práctica
profesional, una forma extrema de decir "¡Basta!" a años de soportar
en silencio gestos, palabras y actos de sometimiento y dominación. Pero ¿qué
secuelas quedan en la mente y la personalidad de los que matan? ¿Sienten culpa?
¿Pueden reincidir?
Resulta muy difícil encontrar estudios locales en los
que, tras un seguimiento psiquiátrico riguroso, se respondan esas preguntas.
Sin embargo, especialistas reconocidos por su trabajo con adolescentes o
jóvenes que cruzaron esa línea o que lo intentaron aportan algunas claves.
"Son personas muy dominadas durante mucho tiempo
y que llegan a matar porque un día estallan con una enorme carga de emoción.
También puede ocurrir en chicos que se identifican con la madre y que ven cómo
el padre la maltrata hasta que, hartos, un día lo matan. En algunos casos, es
la madre la que mantiene un vínculo incestuoso con un hijo, que va soportando
hasta que no lo soporta más", explicó a La Nacion el profesor doctor
Mariano Castex, docente de la Facultad de Derecho de la UBA y director del
Centro Interdisciplinario de Investigaciones Forenses de la Academia Nacional
de Ciencias de Buenos Aires.
También existen otras motivaciones, como la ideológica
o la altruista, pero que suelen ser más raras y, generalmente, secundarias.
"Sin duda, los casos que más impactan son los que se producen por un
desborde emocional que le impide mantener la conducta y hace que la agresividad
brote en masa", indicó el experto, que, mientras habla, reafirma cada
expresión con ejemplos concretos durante años de trabajo forense.
Luego, esa sensación de liberación se abre paso entre
distintas reacciones. "Quedan con la personalidad destruida, aparece la
culpa, se deprimen o entran en una insania total -agregó Castex-. Y si no
reciben tratamiento y van a la cárcel se pueden hacer psicópatas, un título del
que los forenses suelen abusar bastante porque una persona psicópata soporta
mucho y no tiene sentimientos, mientras que los que matan a sus padres, en el
fondo, sí los tienen."
En el camino, aparecen los trastornos de adaptación,
algunos se suicidan, como una forma de castigarse por haber
"destruido" a esa figura dominante, y otros, con una altísima
capacidad de adaptación y defensa, no se resignan. "Si van a la cárcel,
que hoy es la universidad del delito, los que más fácil sobreviven son los que
se vuelven psicópatas. Porque ahí, los atacan y los matan por perversos o ellos
presentan batalla con todo, se vuelven dominantes, sobreviven y triunfan.
Piensan que son capaces de hacer cualquier cosa", agregó.
Para la psiquiatra infantojuvenil Marcia Braier, las
secuelas son también las de una persona maltratada. "Si hay una conducta
homicida, el pronóstico es variable porque el maltrato infantil es una figura
paralela a la personalidad que se desarrolle, lo que ocurre a partir de la
biología, la psicología y el entorno. Esa estructura se forma en los primeros
años de vida, y si en ese período un chico es maltratado puede tomar varios
caminos: identificarse con el agresor o reaccionar", indicó Braier,
docente del posgrado de Psiquiatría para Adultos de la Facultad de Medicina de
la UBA, y de Psiquiatría Infantil de la Universidad del Salvador.
En los parricidas, agregó, "evidentemente hay una
identificación con el agresor: mata quien puede. No es normal ni
justificable". Es que, como explicó el doctor Roberto Yunes, director del
Hospital Infantojuvenil Tobar García, "es muy raro que un hijo mate a un
padre. A veces, aparecen fantasías por alguna bronca, que no llegan a más. Pero
cuando hay alteraciones en la familia y los chicos crecen con violencia, actúan
con violencia".
¿Pueden repetir la conducta? No y quizás, según los
expertos. "No reinciden porque se liberaron", dijo Castex. Para
Brier, "si se replican las circunstancias, el riesgo es altísimo.
Tienden a tener conductas perversas".
La Nación
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