La Asamblea General de las Naciones Unidas por resolución del 14 de diciembre de 1990, proclamó el 1° de octubre como el Día Internacional de las Personas de Edad. Han pasado 20 años y como sostienen les referente de la ONU las personas de edad juegan un papel muy importante en todas las sociedades, en su calidad de líderes, cuidadores y voluntarios, pero también son vulnerables a la discriminación, el abuso, el abandono y la violencia.
El aumento
sostenido de este grupo, hace que se haya duplicado en las tres últimas décadas,
y según refiere la ONU serán alrededor de 2000 millones para el 2050
evidenciando el cambio demográfico de la
población mundial.
Como grupo
constitutivo de uno de los sectores más vulnerables de la sociedad, sujeto a múltiples cambios y
presiones determinados por el entorno, las pautas culturales y las situaciones
económicas y sociales de sus países de origen, merecen que los gobiernos y sus
planes de acción se ocupen especialmente de generar un sitio que permita el desarrollo
y la vida plena con medidas que logren ofrecer
acceso universal a los servicios sociales; aumentar el número y el valor de los
planes de pensiones; y formular leyes y políticas que impidan la discriminación
por motivos de edad o de género en el lugar de trabajo.
Cada tanto la
sociedad los muestra como noticias, algunas trágicas como el reciente incendio
en la residencia geriátrica de la ciudad de Córdoba y otras violentas como que son víctimas
recurrentes de parte de estafadores y malvivientes, pocas rescatan su valor
social como depositarios de las sabiduría que acumularon con sus años y el
aporte que hacen a sus núcleos familiares. Por eso los saludamos en este día,
aunque pocos accedan a estos nuevos sitios tecnológicos, pero vos que
tenés padres o abuelos lee con atención las reflexiones de Rosa Montero que
publicamos a continuación. Son para
meditar, simplemente están detrás de este título: Viejos.
CIUDADANOS
AUTOCONVOCADOS DE RIO CUARTO
Viejos
No corren buenos tiempos para ser viejo. Los avances
médicos han conseguido que ahora vivamos muchísimo, pero la mayoría de las
veces con una salud harto precaria. La sociedad no está preparada para este
repentino aluvión de ancianos chungos, artríticos, cegatos, renqueantes, a
menudo incapaces de valerse por sí mismos. La familia extensa, que antes se
hacía cargo de sus mayores, ya no existe. De hecho, en la sociedad occidental
están dejando de existir incluso los hijos. España es uno de los países con
menor índice de natalidad del mundo, lo cual significa que mi generación se
encamina hacia una vejez especialmente solitaria, carente de cuidadores
consanguíneos.
Las residencias de ancianos y los programas asistenciales
son escandalosamente insuficientes y cada día lo serán más, porque la población
envejece de modo vertiginoso. Hoy ser viejo es carísimo, y ésta me parece una
de las mayores injusticias sociales: resulta repugnante que el mero hecho de
tener o no tener dinero pueda convertir tu vejez en una etapa protegida y
tranquila o en una progresiva pesadilla que puede durar un montón de años. De
ese abandono fatal que afecta a cientos de miles de españoles casi nadie habla,
porque los ancianos carecen de fuerzas para protestar y terminan muriendo tan
calladitos dentro del encierro de sus casas.
Pero hay algo aún más triste que ser viejo y pobre, y es ser
viejo y rico y que quienes te cuidan te roben como buitres cuando aún estás
vivo. Éste parece ser el caso de Imperio Argentina, a juzgar por las amargas
acusaciones que se están intercambiando los sobrinos. Alguien se ha quedado con
todo el dinero de la actriz, dejándola arruinada; y las disputas vuelan
implacables sobre la vieja dama como si la pobre fuera ya cadáver. Y es que lo
peor de los tiempos actuales es nuestro desprecio hacia los ancianos. Abusamos
de ellos, les ninguneamos y les aparcamos fuera de nuestra vista. Hemos
olvidado que los mayores, además de ser la memoria del mundo, son nuestros
exploradores, los únicos que conocen lo que nos aguarda. ¿Qué se puede esperar
de una sociedad que desdeña la sabiduría de sus ancianos? No es de sorprender
que seamos tan necios y tan banales.
ROSA MONTERO
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