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1 oct 2010

Día internacional de las personas de edad






La Asamblea General de las Naciones Unidas por resolución del  14 de diciembre de 1990, proclamó el 1° de octubre  como el Día Internacional de las Personas de Edad. Han pasado 20 años y como sostienen les referente de la  ONU  las personas de edad juegan un papel muy importante en todas las sociedades, en su calidad de líderes, cuidadores y voluntarios, pero también son vulnerables a la discriminación, el abuso, el abandono y la violencia.

El aumento sostenido de este grupo, hace que se haya duplicado en las tres últimas décadas, y según refiere la ONU serán alrededor de 2000 millones para el 2050 evidenciando  el cambio demográfico de la población mundial.

Como grupo constitutivo de uno de los sectores más vulnerables de  la sociedad, sujeto a múltiples cambios y presiones determinados por el entorno, las pautas culturales y las situaciones económicas y sociales de sus países de origen, merecen que los gobiernos y sus planes de acción se ocupen especialmente de generar un sitio que permita el desarrollo y la vida plena  con medidas que logren ofrecer acceso universal a los servicios sociales; aumentar el número y el valor de los planes de pensiones; y formular leyes y políticas que impidan la discriminación por motivos de edad o de género en el lugar de trabajo.

Cada tanto la sociedad los muestra como noticias, algunas trágicas como el reciente incendio en la residencia geriátrica de la ciudad de Córdoba y  otras violentas como que son víctimas recurrentes de parte de estafadores y malvivientes, pocas rescatan su valor social como depositarios de las sabiduría que acumularon con sus años y el aporte que hacen a sus núcleos familiares. Por eso los saludamos en este día, aunque pocos accedan a estos nuevos sitios tecnológicos, pero vos que tenés  padres o abuelos lee con  atención las reflexiones de Rosa Montero que publicamos a continuación.  Son para meditar, simplemente están detrás de este  título: Viejos.

CIUDADANOS AUTOCONVOCADOS DE RIO CUARTO

Viejos
 No corren buenos tiempos para ser viejo. Los avances médicos han conseguido que ahora vivamos muchísimo, pero la mayoría de las veces con una salud harto precaria. La sociedad no está preparada para este repentino aluvión de ancianos chungos, artríticos, cegatos, renqueantes, a menudo incapaces de valerse por sí mismos. La familia extensa, que antes se hacía cargo de sus mayores, ya no existe. De hecho, en la sociedad occidental están dejando de existir incluso los hijos. España es uno de los países con menor índice de natalidad del mundo, lo cual significa que mi generación se encamina hacia una vejez especialmente solitaria, carente de cuidadores consanguíneos.

Las residencias de ancianos y los programas asistenciales son escandalosamente insuficientes y cada día lo serán más, porque la población envejece de modo vertiginoso. Hoy ser viejo es carísimo, y ésta me parece una de las mayores injusticias sociales: resulta repugnante que el mero hecho de tener o no tener dinero pueda convertir tu vejez en una etapa protegida y tranquila o en una progresiva pesadilla que puede durar un montón de años. De ese abandono fatal que afecta a cientos de miles de españoles casi nadie habla, porque los ancianos carecen de fuerzas para protestar y terminan muriendo tan calladitos dentro del encierro de sus casas.

Pero hay algo aún más triste que ser viejo y pobre, y es ser viejo y rico y que quienes te cuidan te roben como buitres cuando aún estás vivo. Éste parece ser el caso de Imperio Argentina, a juzgar por las amargas acusaciones que se están intercambiando los sobrinos. Alguien se ha quedado con todo el dinero de la actriz, dejándola arruinada; y las disputas vuelan implacables sobre la vieja dama como si la pobre fuera ya cadáver. Y es que lo peor de los tiempos actuales es nuestro desprecio hacia los ancianos. Abusamos de ellos, les ninguneamos y les aparcamos fuera de nuestra vista. Hemos olvidado que los mayores, además de ser la memoria del mundo, son nuestros exploradores, los únicos que conocen lo que nos aguarda. ¿Qué se puede esperar de una sociedad que desdeña la sabiduría de sus ancianos? No es de sorprender que seamos tan necios y tan banales.

ROSA MONTERO

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