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5 abr 2010

El tema del día: La situación en la cárcel local


Denuncian que los presos soportan atroces condiciones en la cárcel local
Tras que la escritora local y defensora de los derechos humanos, Susana Dillon, denunciara públicamente las malas condiciones en las que viven los presos de la cárcel local, Puntal habló con hombres y mujeres que visitan a sus familiares y amigos presidiarios y con ex reclusos que detallaron las crueldades a las que dicen son sometidos los internos.

Por las noches, los presos orinan en un bidón cortado en la parte de arriba y defecan en bolsas de nylon que tiran en el pasillo, para que recién al otro día a la mañana pasen los guardias a recogerlos. Dicen que la comida es muy mala y aseguran que los encargados del servicio se comen la carne y les dejan sólo los huesos a los internos. Y que en celdas que debieran tener dos cuchetas para albergar a cuatro hombres, hay hasta ocho, y que suelen agregar una cucheta de hierro móvil para otros dos y el resto duerme en el piso.

Temerosos, inquietos por la mirada intimidante de los guardias, algunos se animan contar detalles del infierno que se vive intramuros. Aseguran que les niegan la atención médica y que cuando se la brindan lo hacen de la peor manera. También manifiestan que les rompen y les roban los alimentos que llevan desde sus casas, que reciben malos tratos en la requisa y que a los presos que tienen dinero les venden drogas adentro del penal.

Relaciones sexuales separados por colchas

Sólo pueden mantener relaciones sexuales con sus mujeres dos presos por celda, que son quienes duermen en la parte baja de las cuchetas. Cuando llegan sus parejas de visita, sacan la cucheta de hierro móvil al pasillo, colocan una colcha entre las dos camas fijas y allí tienen sexo en paralelo los dos privilegiados de la celda. Los restantes internos salen al patio para permitir un poco más de intimidad. Después que se van las visitas los guardias revisan celosamente los bolsos de los internos, según dicen sus familiares, también con malos tratos.

Parte del mundo oculto que se vive en esa manzana amurallada fue ventilada la semana pasada por Dillon, que a través de una carta publicada por Puntal bajo el título “Cárcel inhumana” exteriorizó que un preso le envió un mensaje en el que aseguraba que “a los que están enfermos los mandan al freezer”, que faltan medicamentos, hay carencia de sanitarios debido a la superpoblación; falta de personal idóneo en enfermería, que hacen sus necesidades en bolsas plásticas, que luego arrojan a los pasillos y de allí, los llevan en estado de putrefacción. Y también mencionaba la mala calidad de la comida.

Según reveló la Madre de Plaza de Mayo, el recluso le hizo saber: “Cuando queremos una audiencia con el jefe, no hay ni la mínima posibilidad, no es permeable a las entrevistas. Hace pocos días hubo una revuelta en dos pabellones con incendio de colchones, palizas, heridos y lo de siempre. Era por el reparto de drogas”.

Susana Dillon agregó: “Los motivos del motín de días pasados, que fueron muy bien silenciados, fueron precisamente por la droga, y es vox pópuli que hasta el personal la reparte, como el pan de cada día”. Y siguió: “La cárcel no es segura, ni limpia. Ni hablemos de recuperar al recluso para ser útil a la sociedad. Nuestra cárcel está superpoblada y ya han pasado años con este problema”.

Olor insoportable

Un ex presidiario, que salió hace poco de la cárcel, ratificó todo. El hombre -quien por temor a represalias prefirió preservar su identidad, al igual que los restantes denunciantes, afirmó: “Son nueve pabellones. Los peores son el 1 y el 2, de procesados, porque son muchísimos -en uno están los primarios y en el otro los reincidentes-. En todos, cuando llega la noche, está prohibido ir al baño, así que se orina en una botella de plástico y se va de cuerpo en una bolsa, adentro de la celda, donde están los otros muchachos. Y eso queda ahí hasta el otro día. El olor que hay es insoportable”.

Y siguió: “La comida es muy mala. Yo trabajé en el casino y vi lo que hacían. Ellos se comen la carne y les dejan sólo los huesos a los presos. La carne casi no se ve. La gente no come lo que le dan, sólo trata de calmar un poco el hambre, con la tira de pan que le dan para todo el día. Y como desayuno y merienda, les dan mate cocido amargo”.

Si bien dice que él lo pasó mal, se contenta de no haber sido nunca enviado a las salas de castigo. Sobre esos horribles espacios, señaló: “Los que la pasan muy feo son quienes son castigados y deben permanecer en los nichos. En una habitación de 2 por 3 suelen poner hasta cinco presos. Ahí hacen sus necesidades. Los dejan salir sólo 15 minutos al día, tiempo en el que pueden bañarse y limpiar ese espacio lleno de olor a caca y orina”.

Mala atención médica

Un hombre que estaba haciendo fila para ingresar de visita a la cárcel señaló: “A mi hermano le dolía la muela desde hacía mucho. Por fin logró que lo atendiera el dentista, pero le limpió con el torno y no le quiso poner la pasta. Y el dolor se le agravó. Los tratan peor que a perros”.

Otro compañero de espera, agregó: “Hay un solo médico para todos los presos, pero además casi nunca los quiere atender, ni darles remedios”.

Una mujer, muy humilde y llena de arrugas, cabello repleto de canas y desdentada, se quejó amargamente por la falta de atención médica. Dijo que por más que estén mal, los presos no logran que los vea el médico, ni les den calmantes, ni ningún otro tipo de medicamento. “Ese que trabaja como doctor es muy mala persona, se niega a atenderlos, cuando están enfermos ni siquiera los hace ir a la enfermería”, enfatizó.

La madre de un preso joven, que ya lleva largo tiempo en la cárcel, contó que el muchacho la pasó muy mal hace poco a causa de una gripe, que parecía ser una pulmonía. “No le dieron ni una aspirina, volaba de fiebre y nadie hizo nada, se sanó como pudo”, indicó.

Otra de la de las visitantes dijo que de los pocos recursos con que cuenta debió comprarle los medicamentos y la faja a su hijo porque no le daban nada después de que lo operaran en el Hospital. “La pasó muy feo hasta que por fin lo revisaron y lo llevaron a operar. Después lo trajeron y lo tiraron en la celda como a un animal, sin calmantes, ni nada. Yo le compré lo que pude y le traje, porque no daba más”, comentó.


Destrato


La presencia de Puntal es rápidamente detectada por los integrantes del Servicio Penitenciario. Y la fila que no se movía desde hacía largo rato, comienza a agilizarse, tanto que casi no quedan visitas en la vereda, que puedan dar testimonio de esa realidad que permanece oculta tras esas paredes gigantes, llenas de rejas, donde predominan las miradas atemorizantes de los guardias, el destrato, la desconfianza y la descortesía.

“A las visitas nos tratan muy mal. Ellos tratan de cansarnos para que no vengamos más. Tienen muy malas maneras, nos faltan el respeto todo el tiempo”, dijo un hombre de unos 50 años que hacía fila el último sábado, para ingresar a ver a su hermano preso. Y agregó: “Roban las mercaderías que les traemos a nuestros familiares. Les rompen los paquetes, para que se mezclen el azúcar, la yerba y las cosas saladas. Son muy malas personas. Esta cárcel es lo peor”.

El visitante comentó: “A mí me hicieron subir las bolsas pesadas que traía hasta la ventanilla y después me cerraron la puerta en la cara, sin recibirme la mercadería, así es como nos tratan. Es muy feo. Uno se las tiene que aguantar, porque es la única manera de poder traerles algo a nuestros familiares. Después les dan lo que quieren, todo roto”.

Un compañero de fila agregó: “Casi siempre la comida es fideos. Que están pegados y re pasados. Y la cena es mucho peor, casi nadie la come. Prefieren pasar con unos mates y esperar que le llevemos algo de afuera”. Y siguió: “Los que se quedan sin cama duermen en el piso. Hay cucarachas y chinches. Es espantoso”.

Otro familiar contó: “El mejor de los pabellones es el cinco. Ahí están los condenados con buena conducta que trabajan, pero los otros son terribles. En el uno suele haber hasta 130 personas, cuando hay lugar sólo para 70”.

“Por cada pabellón hay tres duchas, pero siempre es un infierno, porque son cientos de personas que se tienen que bañar”, acotó.

Un hombre mayor, que aguardaba para ver a su hijo, contó: “A cada uno de los que tienen cama les dan una colcha y no dejan que lleven más de afuera”. Y se quejó: “Los hacen hacer ladrillos por 1,50 por día de trabajo. Y después se los venden a la Municipalidad”.

Temor

Aunque quisieran gritar y largar a borbotones lo que saben, muchos prefieren callar, mirar para otro lado, evitar a esta cronista por temor a que el ingreso se les complique al momento de la requisa. También temen que sus testimonios se traduzcan en malos tratos para sus familiares. Los mismos que permanecieron mudos al ser abordados en el ingreso del penal, a pocos metros de ahí, una vez finalizada la visita se despacharon con más de una crítica hacia el Servicio Penitenciario.

El silencio, la tolerancia más allá de los límites, la humildad y la docilidad son requisitos estrictos de una regulación, que a pesar de que no está escrita tiene absoluta vigencia en ese lugar sombrío, donde la autoridad es ejercida a presión.


Lejos del mínimo esperable para seres humanos


Las condiciones en las que viven los internos de la cárcel local parecen estar lejos del mínimo esperable para seres humanos.

Aunque los presos prefieren callar y no trasladar más preocupaciones a sus familias, algunos les cuentan a sus madres y esposas parte del calvario que implica el encierro conjugado con malos tratos, comidas escasas y de mala calidad y privaciones de hasta la satisfacción de necesidades básicas como son defecar y orinar, que durante la noche deben reprimir o saciar en latas o bolsas de plástico.

Tímidas. Enmudecen por largo rato, hasta que comienzan a entrar en confianza, aunque no sacan los ojos del portón de ingreso mientras vomitan sus calamidades y las de sus familiares. Ellas, las mujeres de los prisioneros, tienen miedo a que después les toque pagar por hablar o que el precio deba ser afrontado por el hombre al que están a punto de entrar a ver.

Dicen que hay drogas. Que les venden a los que tienen dinero adentro de la cárcel. Que son habituales los motines y las peleas entre presos. Y que no les dan ni lo mínimo, como jabón para bañarse o máquinas para afeitarse.

Según contaron a Puntal, en celdas que son para cuatro personas conviven hasta 8 y más hombres. Dos o tres duermen en el piso, en algunos casos desde hace varios meses. Los que se quedan sin cama son los últimos que van llegando o los que surgen de la decisión de los líderes de los pabellones.

Un grupo de mujeres que el último jueves aguardaban para entrar de visita, aseguraron que varios reclusos no cuentan ni siquiera con una colchoneta para conciliar el sueño.

“Duermen como los perros. Yo a mi marido le traje unas camperas para que ponga en el suelo, pero igual cuando hace frío no se puede dormir”, contó una de las que hacía cola frente a la cárcel.

También se quejaron por la calidad de la comida que les dan a los internos. “Yo siempre que puedo a mi hijo le traigo algo para que coma. Hoy le preparé un pollo. Está flaco y, si bien no me quiere contar mucho, yo sé que casi no come la porquería que le dan acá”, dijo otra de las madres que cada semana se agolpan en la penitenciaría para estar con sus hijos privados de la libertad. Esta humilde mujer agregó: “Yo sé que parte de lo que le traigo él se lo tiene que dar a los otros presos, porque son los códigos que hay adentro, pero por lo menos me aseguro que come como la gente aunque sea una o dos veces por semana”.

Agregó que hay presos que están desde hace muchos años y cuentan con heladera, pero que para permitirles su uso les piden comida a cambio a quienes consiguen que sus familias les provean de víveres.

Las visitas coincidieron en que los pabellones más caóticos son el uno y el dos, donde están los procesados. “Mi marido la pasó pésimo al principio, porque eran muchísimos, estaban todos amontonados y con un trato horrible. Después lo pasaron al pabellón cinco, donde son presos más grandes y cambió un poco, pero igual es horrible ver cómo viven”, dijo otra de las mujeres. Y contó que a su pareja lo tuvieron tres días en “el nicho”, un lugar de castigo, de muy reducidas dimensiones, en que debió permanecer todo el tiempo entre su materia fecal y la orina, porque no le permitían hacer sus necesidades en otro lugar.

Las parejas y madres de los reclusos se quejaron amargamente por el tiempo que las hacen esperar y por el trato que reciben en la requisa. Dicen que las hacen ir a la 13.30 y recién las dejan entrar a las 15. Y que a las 17.30 se deben retirar.



Fuente: Puntal


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1 comentario:

  1. Juan de los Palotes6/4/10, 10:11

    Muy buena la información y mejor las notas relacionadas para recordar este culebrón !!!!

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