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5 jul 2009

La reina está desnuda

Por Alfredo Leuco.

La reina Cristina está desnuda. Tal vez, Néstor, su marido, siga con el engaño de decirle que está convenientemente arropada con un vigoroso poder político que los tontos no pueden ver. El cuento infantil de Hans Christian Andersen plantea que los cortesanos de la monarquía quieren fingir inteligencia y por eso nadie se atreve a decirle la verdad. Es un chico sin temor ni obsecuencia quien destruye la mentira con una frase. La reina Cristina está desnuda porque todavía no ha registrado la dimensión territorial ni la profundidad de la paliza electoral que padeció el proyecto kirchnerista. Este es el principal motivo de la parálisis de un gobierno que no ha movido ni una sola pieza que demuestre que entendió lo que pasó y, sobre todo, por qué pasó.

Kirchner renunció al Partido Justicialista para evitar que lo renunciaran. Por eso lo hizo casi desde la clandestinidad, entre cuatro paredes y tres amigos, uno de los cuales sostenía la cámara de Télam. Y la expulsión de Ricardo Jaime, su cajero personal, no fue producto de un mea culpa que los llevara a entregar la cabeza de uno de los personajes más requeridos por la Justicia. Fue producto de la presión de Julio De Vido, quien no quiso comerse más los cachetazos de las maniobras de negocios sospechosos de Jaime. No es que el ministro De Vido sea una carmelita descalza, todo lo contrario, apunta al mismo destino de Tribunales que Jaime, pero tiene bastante con sus propias facturas para que también le endilguen las de quien reportaba directamente a Kirchner.

El humorista Nik, uno de los mejores editorialistas políticos, desarticuló la simulación de Cristina en esa conferencia de prensa que quedará en la historia por los cursos de periodismo a distancia que ofreció y por el malabarismo numérico de cuño morenista (por Guillermo) que hizo para explicar lo inexplicable.

El dibujo mostraba a la Presidenta hablando desde el atril que decía “Frente para la Derrota”. Con apenas un toque de exageración para convertirlo en caricatura, Cristina decía más o menos lo que dijo de verdad: “Argentinos, hay que saber leer la elección, yo les explico: el oficialismo ganó en todo el país, nosotros ganamos en El Calafate, en Santa Cruz perdimos porque justo yo no pasé por ahí, Macri en realidad perdió, el INDEC es bueno, yo soy rubia, Néstor es lindo, Scioli tiene una melena bárbara, Nacha Guevara tiene 39 años y también le gané a Tinelli. ¡Mi discurso es más gracioso que ‘Gran Cuñado’”. Gaturro, a su lado, con esos ojos abiertos al asombro, reflexiona: “Perdón, la autocrítica y la humildad… ¿Cúando asumen?”. Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Gaturro, tan amado por los chicos, actuó como uno de ellos, igual que en la narración de Andersen. Sólo le faltó decir que la reina estaba desnuda y quejarse de cómo Barack Obama les copia a los Kirchner.

A esta altura del retroceso kirchnerista, resulta casi una curiosidad antropológica observar cómo los Kirchner se mantienen caprichosamente congelados y en los mismos errores que los hundieron.

Parecen haber perdido la cordura y hasta el más elemental sentido común.

Una derrota contundente trae aparejada, aquí y en la China, una renovación de los ministros o secretarios más cuestionados y un cambio de estilo y algunas políticas que fueron claramente rechazadas en las urnas para recuperar la iniciativa y bajar un poco la presión de la opinión pública.

Si no reacciona, cada día que pasa el Gobierno se debilita y se aísla más. Por eso, lo antes posible, cuando advierta que está sin vestido ni red de contención, la presidenta Cristina deberá anunciar formalmente las modificaciones en el gabinete que se negó a hacer incluso cuando asumió. Sería un buen gesto, por ejemplo, que Cristina enviara un proyecto que anulara los superpoderes antes de que la oposición se lo arranque. Como decía Maquiavelo: “Todo el mal de golpe y todo el bien con cuentagotas”. Por desconfiados y concentradores del poder, están repitiendo aquel error fundacional pero agravado ahora por la menor legitimidad que les da el haber perdido 3 millones de votos tan rápidamente.

Cristina necesita que la ayuden. Para eso, primero debería dejarse ayudar por los sectores menos obsecuentes del propio kirchnerismo y por los dirigentes que fueron respaldados en los comicios. Es doloroso para él, pero fundamental, que Néstor Kirchner comprenda que se convirtió en un imán de rechazos. Casi como un teorema funcionó la idea de que los que más se alejaron de Kirchner ganaron con más contudencia y los que más cerca estuvieron fueron perforados por los votos en contra. El matrimonio Massa en Tigre o el intendente Bruera en La Plata son dos ejemplos de lo primero. Y Enrique García en Vicente López es la demostración de lo segundo. El viento antikirchnerista se lo llevó puesto y lo hizo perder por primera vez en 22 años.

Por eso Néstor Kirchner tiene mucho menos poder del que cree. Porque aun los diputados, intendentes y gobernadores que lo acompañaron hoy están haciendo las valijas. No saben bien hacia dónde van. Pero saben claramente hacia dónde no quieren volver.

Hay otro mito que fue destrozado el domingo pasado: el del aparato bonaerense como garantía de triunfo. Esas estructuras actúan como catalizadoras de algo que ya existe. No producen el triunfo o la derrota, sólo los aceleran. Lo que no pueden es transformar a un hombre con altísimo nivel de rechazo como Kirchner en un ganador. Ocurre lo mismo con los medios de comunicación. La sabiduría de Perón relativizó su valor cuando dijo que ganó con todos los medios en contra y que fue derrocado con todos los medios a favor. Kirchner parece que aprendió que pudo ganar las dos elecciones más importantes de su vida sin el aparato o contra el aparato y, sin embargo, sufrió la mayor derrota de su existencia política de la mano del aparato.

Esa comprobación empírica y el desequibrio emocional que le produce dar órdenes y que no sean acatadas lo hace fantasear con que puede ser exitoso un nuevo viraje hacia el progresismo transversal. Es muy difícil que le funcione en la debilidad lo que no le funcionó en la fortaleza. El peronismo ortodoxo digiere más fácilmente el verticalismo y la falta de debate que la centroizquierda cultural. Y mucho menos si va a recorrer el distrito para verles la cara a los traidores y defender el proyecto con Mario Ishii. El capo máximo de José C. Paz está haciendo un curso acelerado de chavismo básico, y eso enamora a Néstor. Hace diez años que Ishii junta votos y dinero en ese territorio tan nacional y popular. Es un licenciado en clientelismo y ayuda social. Conoce profundamente la lógica y las necesidades de los sectores más humildes que lo tratan como a un ídolo. Ishii, que tuvo un padre adoptivo japonés y en 2004 dejó a cargo del Municipio a su señora madre, una enfermera jubilada llamada Doña Santa, supo saltar desde su frigorífico a la política de la mano de Duhalde y después integrar la boleta de Aldo Rico.

El viraje hacia el engaño original de la transversalidad quedó expresado en las elogiosas palabras de Cristina hacia Pino Solanas, quien, rápidamente, las tiró al córner de un puñetazo diciendo que “hasta el domingo éramos una porquería, el demonio, y hasta pegaron afiches sucios de las cuevas oscuras que todos conocemos que nos colocaban como antisemitas”. Es que Solanas se dio cuenta de que en la Capital también le funcionó la ecuación de que a mayor distancia de Kirchner mayor cosecha de votos. Martín Sabbatella fue más cauto en sus críticas y eso tal vez lo privó de mejorar su actuación. De todas maneras, ambos padecieron la descalificación feroz de Hebe de Bonafini, que se atreve a decir en carne viva lo que el kirchnerismo más tímido sugiere.

Muchos seguidores de Carlos Heller en Capital, empezando por Daniel Filmus o Fernando Braga Menéndez, plantearon que Pino era funcional a la derecha. Bonafini fue más allá. Trató de “muy cagón” al cineasta y dijo que ojalá que a él y a Sabbatella se les cayera la lengua por “haber perdido la chaveta criticando a Cristina”.

En eso anda Néstor Kirchner. Disfrazándose nuevamente con los ropajes de los 70, convencido de que sus mejores días fueron transversales, sin comprender que sus mejores días fueron cuando a regañadientes, para ganar las elecciones, se sumó al lavagnismo como etapa superior del duhaldismo. Tal vez aquí esté el daño más profundo que produjo Kirchner a los conceptos ideológicos. Así como Carlos Menem convirtió al liberalismo en sinónimo de corrupción de Estado, Néstor Kirchner está haciendo algo parecido con el concepto de progresismo. Sería saludable reabrir con seriedad un debate que permita desentrañar si el fracaso del kirchnerismo es la derrota política del infantilismo que fue vencido militarmente por la dictadura militar y el terrorismo de Estado. Varios de los sectores más dinámicos de la sociedad, intelectuales y cuadros militantes, fueron conducidos casi al suicidio por uno de los personajes menos lúcidos y más fundamentalistas de esa generación: Mario Eduardo Firmenich. Hoy, salvando las distancias y con gran respeto por las víctimas del genocidio videliano, la historia se repite como farsa, sin armas, por suerte, pero con un resultado similar de frustración y con la conducción estratégica de un caudillo patagónico feudal, modesto en su capacidad intelectual, carente de carisma y amante de hacer equilibrio en el alambre.

El peronismo va para otro lado. Vuelve a paso redoblado a la ortodoxia tradicional. Humilló a Kirchner en las urnas y le cortó la cabeza a su liderazgo de diez años. La angustia y la inquietud surgen porque, simultáneamente, no pudo parir un nuevo conductor. Hoy el peronismo es un rompecabezas de gobernadores e intendentes ganadores que no quieren a Kirchner ni a Francisco de Narváez como jefes, pero que no saben a quién quieren. Hay vacío de poder. El puesto de jefe está vacante.

Carlos Reutemann no tiene vocación para eso. Felipe Solá tiene que esperar que decante su relación con Unión-PRO. El resto de los jefes distritales por ahora es sólo eso, ni más ni menos. La estrategia y el mapa para transtitar los tiempos que vienen los puede aportar Eduardo Duhalde como lo hizo el ex presidente Raúl Alfonsín en el radicalismo hasta sus últimos días. El acertó cuando vaticinó que el kirchnerismo tenía “fecha de vencimiento”. Duhalde puede marcar el rumbo si es que mantiene su promesa de no ser candidato a nada y apuesta a reconstruir un peronismo renovado y productivo tan lejos de Néstor como de Francisco.

Falta mucho para llenar ese espacio. Pero ahí pueden convivir Daniel Scioli y Jorge Fuente:Perfil 4.07.09

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