Por: Martín Caparrós 01 de abril de 2013
Primero me pasó por casualidad; después empecé a provocarlo. La escena se repitió muchas veces:
–¿Vos sabés cuándo fue la última reunión de gabinete?
–¿La última qué?
–Reunión de gabinete.
–Perdoname: ¿qué es una reunión de gabinete?
Es cierto que me aprovecho de los chicos: se lo pregunto a señoras y señores de no más de veinticinco años. Su ignorancia es sorprendente y es muy lógica: la Argentina está por cumplir diez años desde su última vez.
–Bueno, y entonces, ¿qué era eso de la reunión de gabinete?
Nada muy raro, nada muy innovador, nada muy conserva, nada muy radical ni peronista ni demócratacristiano ni empiriocriticista: llámase –en argentino, llamábase– reunión de gabinete a ese encuentro, generalmente semanal, de los ministros que componen un gobierno.
Casi todos los gobiernos del mundo hacen reuniones de gabinete: es esa situación en que los distintos conductores de un esfuerzo común se reúnen, se informan mutuamente, discuten puntos de vista, se mejoran los unos a los otros en el intercambio y el debate. Pero aquí no: los presidentes kirchneristas Uno y Dos nunca hicieron –nunca, en los diez años que llevan en la Casa– una reunión de gabinete. Nunca ese grado cero de la participación política: reúno a mis colaboradores más cercanos y les permito discutir y opinar. Si no fuéramos tan capaces de acostumbrarnos a todo diríamos que es una de las marcas más groseras de una idea personalista, autocrática de la vida: Yo –son dos Yo, el Yo y la Yo– no necesito debatir con otros –si siquiera con mis más allegados, ni siquiera con los que yo elegí para ayudarme– porque Yo solo o sola soy capaz o capaz de hacer lo que hay que hacer.
En la historia del kirchnerismo en el poder varios errores graves se entienden por ese secretismo egocéntrico: el más brutal fue la Resolución 125, un prodigio de apresuramiento que, con un poco más de discusión previa, podría haber sido promulgada en una versión que no irritara a nadie más que un par de carcamales tipo Sociedad Rural –en vez de esa masa de chacareros que fueron los que, en definitiva, pusieron el cuerpo en pueblos y rutas. Las idas y venidas y más idas y más venidas en el manejo de los dólares fue otro; las vueltas y más vueltas en las empresas nacionalizadas/estatizadas/amigadas es uno más, y hubo y hay tantos otros con el mismo origen: la falta de debate previo, de decisión pensada y sopesada –una de cuyas instancias más evidentes es la famosa reunión de gabinete.
Me impresiona. Pero no lo digo por ese republicanismo formalista que ahora suelen vestir los grandes medios y los medianos poderes que siempre se cagaron en cualquier institución de la república. A mí tampoco me importan particularmente esas instituciones republicanas: en su nombre se explota y se rapiña, en su nombre se cometieron en la Argentina tantas atrocidades.
Lo digo porque un país, unos ciudadanos que aceptan que les vayan sacando lo que creían que tenían son un espacio donde se vive cada vez más difícil. Lo digo como ejemplo: más allá de esas reuniones que no hay, de esos errores que sí, querría iniciar una lista de la gran cantidad de cosas que alguna vez dimos por sentadas y ya no tenemos. Como por ejemplo:
–números confiables en que basar políticas, proyectos, una comprensión verdadera de nuestra sociedad: saber quiénes y qué somos.
–las conferencias de prensa, las entrevistas a miembros del gobierno, la posibilidad de interpelar a los que mandan.
–cierto control sobre el uso de los medios públicos –públicos– como un arma de propaganda oficial y ataque a los demás.
–unos transportes que funcionen.
–una electricidad sin cortes.
–alguna confianza en el funcionamiento de la justicia.
-cierto desinterés por los asuntos religiosos.
–la posibilidad de charlar tranqui con amigos de otras ideas políticas.
–la posibilidad de discutir ideas, no personas.
–la esperanza de cambios políticos esperanzadores.
-un futuro.
Son cosas que supimos tener y ya no: las fuimos perdiendo, nos acostumbramos a su ausencia. La construcción de una nueva normalidad es un peligro extremo: la manera de que pensemos que no hay otras opciones. Una forma de decir esto es lo que hay –y al que no le gusta que se joda.
Mi lista es breve, son solo unos ejemplos: me gustaría que, si les parece, ustedes la completaran con sus comentarios –para actualizar, en unos días, este post con una lista más completa de todo aquello que perdimos sin siquiera, a veces, darnos cuenta.
Esto es lo que se llamaria Naturalizar hechos,es decir acostumbrados a aceptar barbaridades,atropellos,injusticias y aceptarlas como normales.-No miente todos los dias,lo aceptamos como algo natural...pero yo digo hasta cuando sera esto,cuando reaccionaremos con rebeldia como pueblo que tiene sagre en las venas y no droga.......
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