Para ponerse ese ropaje ideológico, la administración K viene desplegando una serie de operaciones, entre ellas mostrar a militantes rentados de La Cámpora, y otras organizaciones integradas por obsecuentes ultrakirchneristas, distribuyendo ropa, mercadería y colchones que la gente en su sentido solidario donó para los damnificados por el temporal.
Entre los kirchneristas, se suele escuchar frases como “Ser de izquierda es estar junto a los pobres” o “con la ayuda que entregamos, demostramos que el gobierno busca la igualdad”. Se trata de una falsedad absoluta porque, sin generación de riqueza, solamente se puede distribuir miseria. De ahí que lo primero que habría que preguntarle al supuesto gobierno progresista es porqué hay cada vez más pobres y gente que pasa hambre, cuando tuvimos un crecimiento macroeconómico durante casi 10 años consecutivos, sumado a la existencia de un extenso territorio plagado de recursos naturales y una capacidad para alimentar a 200 millones de personas. La respuesta es muy sencilla y contundente: la marginalidad que existe en el país es producto de la política económica del kirchnerismo, y de los negociados infames que se hicieron a costa del interés general de la ciudadanía.
La única forma de erradicar la pobreza es fomentando la producción, generando trabajo genuino para los que se encuentran excluidos del sistema puedan ascender en la escala social. Es el camino contrario al que ha seguido Cristina Fernández que, para mantenerse en el poder a toda costa, hizo que millones de compatriotas no tuviesen otra alternativa que sobrevivir con las dá- divas del Estado. El gobierno convirtió a la marginalidad en su razón para hacer política, manipulando y extorsionando compatriotas para convertirlos en meros instrumentos, en votos fáciles.
De esta manera, lo que en plano discursivo intenta venderse como un gobierno izquierdoso, en realidad constituye una gestión típica del más recalcitrante conservadurismo, que hasta haría ruborizar a Robustiano Patrón Costas (uno de los máximos exponentes que tuvo la oligarquía argentina, antes de la aparición del peronismo) y a los compadritos de la década infame.
Lo sucedido en La Plata, una ciudad que hasta hace pocas décadas era considerada la París de Sudamérica, es un claro exponente de este proceso de deterioro. Pasó de ser un faro de la cultura y el progreso, con su Universidad y sus centros de investigación, que se sumaban a las fábricas que se levantaban en la periferia del distrito y le daban trabajo a miles de obreros, a ser una zona castigada por la pobreza y la marginalidad. Hay por lo menos 130 asentamientos, con cientos de familias viviendo en condiciones infrahumanas.
Si el gobierno hubiese generado las condiciones para desterrar la pobreza y la miseria estructural en la última década, la catástrofe por el temporal hubiese sido mucho menor. Y también estarían dadas las condiciones para que los inundados tuviesen mayores posibilidades de recuperación, gracias a su propio trabajo y sacrificio.
A los camporistas les haría falta leer, de vez en cuando, algún libro de Karl Marx, el máximo exponente ideológico de la izquierda, quien en el siglo XIX advirtió que una sociedad sin clases, sin explotados ni explotadores, solamente podía ser posible una vez que se hayan desarrollo al máximo las fuerzas de producción del capitalismo. La Argentina se encuentra en las antípodas de ese escenario. Más bien, es un país pre-capitalista, sin industria, con provincias donde aún campean prácticas feudales muy similares a la esclavitud (trata de personas, compra y venta de niños) y una economía que gira en gran parte en torno a los servicios y la exportación de soja. La realidad, en definitiva, es la única verdad. Los discursos sin hechos concretos son cáscaras vacías, un humo que se disipa fácilmente
Fuente: diariohoy
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