Por Tomás Eliaschev
04.08.2011
Historias de
miedo y lucha en la ciudad dominada por la empresa azucarera. La connivencia
con las fuerzas de seguridad y la amenaza del pueblo fantasma.
Foto: Horacio
Paone
En los ingenios
azucareros se fraguó el mito de “El Familiar”. Las versiones son muchas, como
son muchos los que creyeron verlo: dicen que es una criatura diabólica que
aparece con la forma de un perro con cabeza gigante. Su alimento: los obreros
de la zafra. Para explicar cómo los dueños de todo tenían tanto y los demás
nada, en el norte argentino feudal se creó la leyenda de que el patrón había
hecho un pacto con el demonio: riqueza a cambio de vidas humanas. Por la noche,
según cuentan, si se escuchan unas cadenas o un aullido, lo mejor es llevar dos
machetes para hacer una cruz, o ir silbando. Por algún motivo, El Familiar
siempre se llevó a los obreros que más protestaban. En Libertador General San
Martín, conocida como Ledesma por el nombre de la empresa que pareciera dueña
del pueblo, muchos todavía creen en su existencia. Las mujeres que, pese al sol
del día y el frío de la noche, permanecen sentadas frente a su casa imaginaria
en las varias tomas de terrenos de Ledesma, creen en su existencia. Por miedo,
real o imaginario, no quieren dar sus nombres.
Esta ciudad de 60
mil habitantes es hoy epicentro de un conflicto habitacional de magnitudes que
se extiende a otros puntos de la provincia de Jujuy. Las familias ocupantes no
tienen dudas de que todos los disparos provinieron del lado de la policía y las
autoridades provinciales responden que había “tumberas”. De lo que no hay dudas
es de que cuatro hombres perdieron sus vidas en un cañaveral, el lote de 15
hectáreas denominado El Triángulo, que 700 familias organizadas en la Corriente
Clasista y Combativa tomaron, según afirman, hartos de las promesas incumplidas
de que se les cederían esos terrenos.
Ahora, luego de
la represión, negocian con las autoridades para que les cedan el lugar. Aunque
el precio de las tierras fue demasiado alto: Félix Reyes tenía 21 años y
trabajaba como temporario plantando caña para Ledesma; quería entrar al
ejército; Ariel Farfán, de 17, era el único hijo varón de su madre; Juan José
Velázquez, de 37, era jardinero de la municipalidad; Alejandro Farfán, de 22,
era policía y su abuela es referente de la comunidad Guarini de Fraile Pintado.
El martes 2 de agosto, la mujer marchó con la CCC y otras organizaciones al
centro de Jujuy para pedir tierra y justicia. En la represión hubo, además,
alrededor de 70 heridos y, según testimonios recogidos por esta revista,
torturas en las comisarías.
Las muertes de
las cuatro personas en el desalojo se suman a muchas otras que hubo antes en
este pueblo, crecido a la sombra de Ledesma, la empresa azucarera que expandió
sus tentáculos a varios puntos del país y en distintos rubros. La omnipresencia
de Ledesma es fácil de detectar. En los camiones que pasan con el logo
triangular de la firma y hasta en las bolsas de arpillera utilizadas por
familias sin techo que toman los terrenos de la empresa. Pero sobre todo, se
huele: es que la procesadora de jugos cítricos, la papelera y el refinamiento
de azúcar producen un olor dulzón a podredumbre que invade todo el pueblo –con
la consiguiente contaminación ambiental–, especialmente cuando el viento sopla
del sur. Y la quema de los restos de las plantaciones a veces llena de humo el
ambiente. En el momento en que el equipo de Veintitrés llegó a Libertador, el
humo se confundía con la quema de neumáticos de un piquete en reclamo de
vivienda. Lo protagonizaban habitantes de la vecina localidad de Calilegua,
donde hay un parque nacional homónimo, de 76.000 hectáreas, donadas por Ledesma
en 1979.
Llegando a
Libertador, que creció exponencialmente en las últimas dos décadas, la imagen
es surrealista: al costado de la ruta 34 carpas y nailons se levantan
precariamente al lado de las plantaciones de caña de azúcar. Son las tomas que
proliferaron luego de la represión del jueves 28 de julio, incluida una de
casas a medio construir que protagonizan las mujeres de policías. Las
ocupaciones ya se expandieron a otros puntos de la provincia.
“Adonde mires es
de Ledesma”, grafica José María Leiva, militante de la CCC, que recorre el
predio tomado mientras se encienden las primeras fogatas. Cada familia
resguarda su pedazo de tierra, prolijamente loteado con estacas e hilo. “Son
dueños de toda la tierra que rodea Libertador. Han impuesto el terror sobre la
sociedad para evitar que ocurran reclamos. Pero de a poquito vamos rompiendo el
miedo –dice Leiva–. En 2007 nos habían dicho que nos iban a dar tierras en tres
etapas, pero se venían demorando demasiado. Hicimos una asamblea masiva y se
organizaron 700 familias que no tienen vivienda, que alquilan o viven en una
casa que no es de ellos. Pero hay mucha más gente con necesidad. Ya no había
cómo contener esto, era inevitable. Según la municipalidad, al menos el 10 por
ciento de los habitantes está en emergencia habitacional.
A los 700
ocupantes, luego de la represión, se les sumaron muchos otros: se calcula que
hay más de 1.000 familias en esta situación.
Carlos Pedro
Blaquier es el mandamás de esta empresa hace 41 años. Este excéntrico
empresario, que vive en el partido bonaerense de San Isidro, es para los
habitantes de Libertador casi una entidad mítica. “Manda a pedir, en avión,
empanadas jujeñas”, comenta el militante.
La vida de
Marcela Fabiana Padilla tuvo un giro paradojal en estos días. La policía le
pegó un tiro con bala de goma en la mano por participar en la toma. Fue
detenida y le tocó presenciar el maltrato a una embarazada. Además, relata que
las mujeres fueron obligadas a desnudarse delante de policías varones. “Me
duele mucho lo que pasó, nos trataron peor que a animales. Pedimos agua para la
chica embarazada y nos alcanzaron una botella. Pensamos que era jugo, pero era
pis”, cuenta. “No lo puedo creer porque conozco a muchos de los policías. Yo
trabajé muchos años haciendo vigilancia en el ingenio”, comenta. “Como soy
madre soltera, nunca le tuve miedo ni al ‘familiar’ ni a nadie. Por eso voy a seguir
luchando, voy a querellar al Estado por lo que me hicieron”, afirma mientras
posa con su hija, a la que los policías le fracturaron un brazo. Atrás está su
carpa, que ella espera algún día convertir en una peluquería para ejercer su
verdadero oficio.
En otro rancho,
Araceli Mamani, que trabaja como empleada de limpieza, teje un suéter para su
hijita. Y comenta por qué está tomando. “En mi casa somos cuatro familias
viviendo en un lugar pequeño. Hay cuatro habitaciones y en cada una vive un
hombre con su pareja y sus hijos. Ya no cabemos. Por eso me sumé a la
organización y participé de la toma: no puede ser que una empresa siga siendo
dueña de todo, nosotros no tenemos donde ir a vivir”. Su historia es similar a
la que relatan muchas mujeres, grandes protagonistas de esta lucha por
vivienda.
Pero el pueblo
está dividido. Si bien todos coinciden en que es genuino el reclamo y la crisis
habitacional es indisimulable, el rol que tiene la empresa divide a los
lugareños. “Siempre se dice que es la principal fuente de trabajo, y dicen que
la empresa estuvo antes que el pueblo, pero Ledesma no sería lo que es si no
hubiera habido gente que trabaje para ellos”, razona Leiva.
Aunque Ledesma se
ganó el respeto de una parte importante del pueblo, y no solo mediante el
terror. “La Iglesia bendice a Ledesma en los comienzos de la zafra: es la misma
Iglesia que colaboró con la dictadura, como el padre Aurelio Martínez. Además,
hacen donaciones para escuelas, como el colegio técnico o el FATSA, donde luego
se forma la fuerza de trabajo de la empresa. Y son muy pocos los medios que dan
a lugar a que se escuchen las dos voces: todas las radios nos dan con un caño,
están a favor de Ledesma”, opina Leiva.
En la toma de las
mujeres de policías, la postura es otra. Un grupo hace guardia a la entrada de
un complejo habitacional inconcluso. Son viviendas que el gobierno provincial
se había comprometido a cederles, pero no llegaron a terminarse. Hace cinco
años se organizaron en una comisión de mujeres. Piden no ser fotografiadas,
pero aceptan dialogar. Se sienten un poco incómodas por estar haciendo una
toma, pero la necesidad las empujó. Aun así, se preocupan por establecer
diferencias con los otros ocupantes, separados por pocas cuadras de distancia:
“Nosotras no somos violentas, y en la otra toma no todos tienen necesidad de
vivienda, sólo el 30 por ciento”, dice una de ellas.
La presidenta de
la Comisión, Analía Valverde, opina –ante el asentimiento de sus compañeras–
que “si se va la empresa, esto queda muerto. No les podemos echar la culpa, al
contrario, donan los terrenos para que tengamos vivienda. Y donan papel para la
policía y el hospital. Además, les dan azúcar a las escuelas y las computadoras
que ya no usan. Hay que tener cuidado porque si no, agarran y se van, les
venden todo a los japoneses”. El temor no es para menos: casi un cuarto de los
60 mil habitantes de Libertador trabaja directa o indirectamente para Ledesma,
además de los llamados “fuera de convenio”, es decir, los trabajadores en negro
eventuales. Muchos trabajan en empresas que son contratistas de Ledesma, como
la constructora Bellomo y la empresa de limpieza Medioambiente. Según Julio
Gutiérrez, integrante de la Casa de Acción Popular Olga Márquez de Aredez, la
primera “pertenece al diputado provincial Rubén Rivarola”, y la segunda al
diputado nacional Marcelo Llanos, ex intendente de Libertador y jefe político
del actual intendente, Jorge Ale.
La plaza fuerte
de Ledesma es el barrio que lleva el nombre de la empresa, donde las
características casas de ladrillo y los árboles contrastan con el resto de la
ciudad. Allí están las viviendas de su personal jerárquico y La Rosadita, la
mansión desde donde se erigió este imperio azucarero. Si Libertador es un
pueblo que vive todavía en el feudalismo, este sería su castillo. Sobre la
arbolada avenida Luis Blaquier (hermano de Carlos, fallecido) se ubica el
centro de visitantes de Ledesma, donde la empresa cuenta su historia. Ahí
también están ubicadas una comisaría de la provincial, una de la Federal y un
destacamento de Gendarmería. Si no fuese por el olor, el barrio sería bucólico.
Este progreso que ostenta Ledesma ha sido compartido sólo con algunos de los
habitantes de esta ciudad en crecimiento. Lo que es seguro, además del dolor
que causan las muertes y de la problemática habitacional, es que los siervos de
la gleba del señor Blaquier decidieron rebelarse. Todo indica que ya no hay
vuelta atrás.
Manchados con
sangre
Julio Gutiérrez
integra la Casa de Acción Popular Olga Márquez de Aredez, en homenaje a quien
fuera mujer del intendente Luis Aredez, desaparecido por la dictadura por
querer cobrarle impuestos a Ledesma. Olga se puso el pañuelo blanco y emprendió
una lucha solitaria. Murió hace dos años por la bagazoosis, un cáncer generado
por la quema del bagazo, el resto de la caña de azúcar. Pasó sus últimos años
denunciando la contaminación. Su historia se refleja en la película Sol de
noche. “Cuando la pasamos en la plaza del pueblo la gente se quedaba a ver, no
podían creer los testimonios de lo que pasó. Pero en el cine de acá no la
pasan, si es de Ledesma”, explica. En la historia reciente de Libertador hay
muertes en represiones, como la que se desató en octubre de 2003: luego de que
muriera ahorcado en una comisaría el joven Cristian Ibáñez, Marcelo Cuellar
murió en la marcha que se hizo por aquella muerte. Según Gutiérrez, “Ledesma
tuvo sus manos manchadas con sangre desde sus inicios, cuando traían en carros
a los hermanos wichi, chorote, churupuies, guaraníes y tobas. Cuando llegaban, los
rociaban con Gamexane. Además, les quitaron las tierras a los ava guaraníes y
otros pueblos originarios”.
En su web, la
empresa explica que a mediados de 1800 Sixto y Querubín Ovejero, sus dueños,
“fueron los responsables de su extraordinaria expansión, base de su creciente
poder político”. Más tarde, con las elecciones sucesivas como gobernadores de
“Ángel Zerda, David Ovejero, Luis Linares Usandivaras y Avelino Figueroa, el
gobierno de la provincia de Salta estaría controlado por los propietarios del
ingenio Ledesma”. El ingeniero Herminio Arrieta (padre de Nelly, esposa de
Carlos Pedro Blaquier), que la presidió de 1945 a 1970, fue “el fundador del
Ledesma moderno”. Desde entonces hasta hoy, el presidente es Blaquier.
“En 1953
masacraron a 23 hermanos de la comunidad guariní –recuerda Gutiérrez–. El 20 de
julio del ’76, en ‘El Apagón’, prestaron vehículos y empleados de seguridad
para secuestrar a más de 400 personas: 33 continúan desparecidas. Te dicen que
no te metas porque te quedás sin trabajo. Pero la gente perdió el miedo. El 7
de junio pasado hubo un paro de los trabajadores con un 80 por ciento de
acatamiento. La empresa anda diciendo que se van a ir. No creo que les
convenga, pero si se van, puede haber gestión obrera, como en el Ingenio de la
Esperanza”, afirma Gutiérrez. Y dice que las fuerzas de seguridad “funcionan
como la seguridad privada del ingenio. El jefe del desalojo, Néstor Vera,
admitió que el jefe de seguridad, Carlos Ferro, y su subjefe, Julio Castellano
–ex militares y ex SIDE– le habían pedido que sostengan la represión hasta las
12 de la noche para que ellos puedan inundar el terreno. Ellos estaban con una
4x4 Amarok blanca, viendo todo con binoculares. Y la policía tenía una máquina
niveladora Catterpillar que era de Ledesma. La policía opera como se operaba en
la dictadura”.
Fuente: Revista23
Fuente: Revista23
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