En
la semana que pasó se conoció el fallo del Tribunal Oral
Federal subrogante de Bahía Blanca que condenó
a cadena perpetua a 14 de los 17 imputados por crímenes de lesa humanidad
cometidos desde el V Cuerpo de Ejército. Hicimos mención ya, se encuentra entre los
condenados Mario
Carlos Méndez, nativo de
esta ciudad de Río Cuarto, de 58 años, coronel retirado, a
quien lo sentenciaron por los delitos de secuestros, torturas y
el homicidio de tres personas en dos operativos que tuvieron como
víctimas a Daniel Hidalgo, Olga
Silva Souto Castillo y a Patricia Acevedo.
La información que recaba testimonios vertidos durante el proceso que comprometieron a Méndez, es durísima, pero si quiere saber que se declaró acerca
de este militar y su accionar sobre los grupos de tareas, léala. Importa por
varias razones, entre otras porque es bueno mantener viva la memoria, así como es necesario transmitir a las nuevas
generaciones que no vivieron los años de plomo la brutalidad con que se ejerció
el terrorismo de estado a partir del golpe del 76.
“Méndez la mató”
Publicado
el 16/11/2011 por efemedelacalle
Ayer por la tarde continuaron recibiéndose
testimonios sobre el operativo realizado por el grupo de tareas del V Cuerpo de
Ejército en Fitz Roy 137 el 14 de noviembre de 1976 donde fueron asesinados
Olga Souto Castillo -embarazada de cuatro meses- y su compañero Daniel Hidalgo,
ambos militantes peronistas.
El ex colimba Félix Julián relató que el
subteniente Mario Carlos Méndez le comentó que había asesinado a la mujer
embarazada: “Yo me enteré después por comentarios de Méndez (…) Sé que mataron
a dos personas ahí adentro, que él había matado a la chica que estaba
embarazada y el otro al muchacho en el baño. Creo recordar que con una
ametralladora”.
La función del militar riocuartense en Bahía Blanca
incluía tareas de custodia del personal superior del V Cuerpo pero no perdía
oportunidad de participar en los operativos de secuestro de personas sumándose
de hecho a las filas de la Agrupación Tropa, comandada por el mayor Ibarra.
La escribana Edith Carmen Delgado, recordó que
vivía allí con su hijo y que ese día percibieron movimiento en los pasillos,
gente que corría, “tiros y demás yerbas”. No pudo precisar la hora de inicio
del ataque pero “sí el programa que estaba viendo mi hijo que era el Mundo de
los Simios”.
“Soy bastante miedosa, los gritos eran muy feos. En
ese momento se corría el rumor que había problemas serios en distintos lugares.
Tiros y demás se escucharon desde la planta baja. El edificio todavía conserva
las huellas de esos tiros. Evidentemente estaban tratando de detener a alguien.
Mi departamento era el 2, contrafrente”, aseguró.
Relató que la orden era no salir de su vivienda
pero alrededor de las tres de la mañana “se empezó a incendiar el departamento
donde habían ocurrido estos hechos y tuvimos que evacuar”.
“No entra en mi mente lo que hicieron”
Desde Mar del Plata vino Isabel Cristina Souto,
hermana de Olga que había cumplido 20 años el 15 de octubre del 76 y era un año
y tres meses menor que ella.
“En realidad yo me entero donde la matan doce años
después que ocurrió el hecho. Hasta ese momento no sabíamos qué había pasado.
Me entero por la declaración de un tal Vilas que dice que en Bahía Blanca
habían matado a una mujer con otro nombre (Delia García)”, dijo a los jueces.
La familia Souto vivía en Capital Federal y cuando
Silvia y Olga cumplieron 12 o 13 años se trasladaron a Mar del Plata. “Antes
del Proceso nosotras militábamos en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios),
a mi hermana la buscaban, así que dejó de vivir en casa cuando tenía 17 años y
a partir de ese momento una vez por semana o cada diez días venía el Ejército a
preguntar por ella. Nos separaban en las habitaciones para ver que sabíamos”.
Las visitas se reiteraron por más de dos años y se
cortaron en noviembre del 76 por lo que la familia concluyó que Olga había sido
asesinada o capturada por las fuerzas armadas. Desde entonces, la buscaron
junto al bebé que llevaba en su vientre.
Doce años después se enteraron de lo sucedido:
“Cuando supimos que había muerto, que no había que buscar un bebé, fue también
el hecho que (mis padres) no pudieron velarla, enterrarla y ellos (los
militares) siempre supieron y nunca nos lo dijeron. Ni siquiera podíamos
decirle a los demás por eso del algo habrá hecho. Fue tan arbitrario, tenían la
ley detrás de ellos para juzgarla si había hecho algo y no lo hicieron. No
puedo entender lo que hicieron porque en mi mente no entra”.
Daniel Alberto Alguacil, en 1976 vivía en Fitz Roy
137 con su bebé y su esposa que gestaba su segundo hijo. Declaró que
“aproximadamente a las nueve de la noche escuchamos dos explosiones. Nos
asustamos porque el departamento era un funcional, chico, estaba en el tercer
piso 5, contrafrente, cerca de la escalera. Abrí la puerta y vi un militar que
circulaba por la escalera. Me indicó que ingresara, que cierre la puerta, que
no hable a nadie y que iban a avisar cuando se pueda salir”.
Se refugió con su familia en una habitación que
daba a un patio de luz “con mucho susto y nerviosismo porque se seguían
escuchando detonaciones y explosiones”. Después decidieron encerrarse en el
baño que era más seguro. Estuvieron tres o cuatro horas y pudieron comunicarse
con un vecino por la ventilación.
“Cuando fueron cesando los disparos y las
detonaciones, pudimos evacuar el departamento. Ahí fue donde descendimos por la
escalera y nos dijeron que todo el edificio iba a ser desalojado. Optamos por
ir a lo de mis padres y volví la mañana siguiente”, comentó el testigo.
Colimbas en el Comando
Luego se presentó Félix Eduardo Julián quien
comenzó su servicio militar el 15 de marzo de 1976 en el Comando V Cuerpo de
Ejército.
Luego de la instrucción militar fue designado
chofer del comandante Azpitarte con la orden de “no detenerse en semáforos,
tratar de esquivar acumulaciones de autos teniendo en cuenta que podía ser
parado en cualquier momento y había que evitarlo. Podían ser grupos
terroristas, montoneros y todo ese tipo que eran los que más teníamos”.
Su jefe directo era el represor Mario Carlos
Méndez, alias Tucho o El Loco de la Guerra, que no dudaba en jactarse de los
operativos en que participaba durante las noches.
“Lo que más recuerdo es un procedimiento que se
hizo en calle Fitz Roy. Después tuve que llevar al comandante para que vea como
había quedado el departamento y por boca de Méndez me relató que había
participado. Comentó que lo habían herido en la mano izquierda en ese
procedimiento. Había recibido órdenes que había gente subversiva o posible
documentación y que al ir se originó un tiroteo”, manifestó Julián.
Méndez le relató que “con otro oficial reciben al
ingresar disparos de adentro y ellos contestan y se origina un acontecimiento
terrible, sé que habían matado a dos personas ahí adentro. Con los años sé que
fue el joven Hidalgo y la señora. Méndez me comenta que era un matrimonio y que
la mujer estaba embarazada”.
Al edificio de Fitz Roy, el general Azpitarte llegó
con custodia de un suboficial. Al salir, subió al auto y no hizo ningún
comentario. “Yo me enteré después por comentarios de Méndez (…) Sé que mataron
a dos personas ahí adentro, que él había matado a la chica que estaba
embarazada y el otro al muchacho en el baño. Creo recordar que con una
ametralladora”.
“Cuando casi no reciben fuego de adentro, él entra
corriendo al departamento, se tira encima de una cama y la mujer estaba sobre
el piso bastante malherida pero le alcanza a disparar –es herido en la mano- y
en la cama la termina de matar”, insistió.
Néstor Omar Bonifaci también comenzó su servicio
militar el 15 de marzo del 76 en el Comando V Cuerpo y luego en el Hospital
Militar. En su etapa de instrucción participó en una o dos sesiones de tiro en
el Balneario Maldonado y en simulacros de combate urbano en el sector de
caballeriza. Su jefe directo era el capitán Adalberti.
El juez José Mario Triputti le marcó la
contradicción entre su primera declaración ante el fiscal Hugo Cañón en 2007 y
la de ayer respecto a su conocimiento sobre la existencia de un centro de
detención y camionetas que llevaban gente hacía allí.
“Uno atando cabos a medida que pasa el tiempo
relaciona lo que por allá haya visto. Puede ser que hayan pasado camionetas
pero no que haya habido un centro clandestino”, explicó. Conclusión: “Hoy si me
pregunta si había un centro, evidentemente lo había. Pero si usted me pregunta
si en ese momento conocía la existencia del centro, no lo conocía”.
Una situación similar se dio cuando el juez Jorge
Ferro le marcó que en 2007 el testigo dijo que el día del operativo en Fitz Roy
estaba en la guardia del hospital y recibió un llamado pidiendo una ambulancia
y le preguntó si sabía que un subteniente había sido herido.
Bonifaci dijo que no y Ferro le advirtió que
“vuelve a incurrir en el mismo error porque en la declaración anterior dice que
sí y que podría ser el subteniente Méndez aunque duda si no fue uno de apellido
Corres. Usted es muy preciso con los nombres… no tira cualquier apellido”.
“Ehhh… está bien. Sí… ehhh por comentarios tuvieron
participación pero no lo vi”, respondió.
Al final de la tarde declaró el ex colimba Juan
José Isachi cuyo destino fue el Hospital Militar pero fue pasado “en comisión
al Comando porque el teniente De la Serna era amigo de un vecino mío y
necesitaba alguien de confianza”.
Aseguró que Méndez “era un subteniente muy enérgico
del Ejército, le decían el Loco de la Guerra, no era muy querido por los
soldados. Hacía chistes con armas”. Identificó a Chisu, alias Ginebra, como uno
de los custodios del general Vilas. Al ser consultado por el fiscal Córdoba
respondió: “No tengo idea si estaba vinculado a algún sector sindical”.
En cuanto a De la Serna, el testigo afirmó que
“manejaba la parte de prensa. La tarea era de ayudante del general y se
encargaba de la prensa. Manejarse con algún periodista y cosas así. Tendrían
que venir los periodistas… pero no eran muchas las actividades que
desarrollaban. Sé que era encargado de prensa por el título que tenía. Se
reunía con el general, tomaba mate en la oficina”.
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