Por: Gerardo Young
Podían esconderse en sonrisas luminosas, como ese rubio que conquistó el corazón de las Madres de Plaza de Mayo con el nombre de Gustavo Niño, aunque su identidad real era Alfredo Astiz. O podían ser directamente una sombra, tipos de civil que bajaban de los Falcon y, derribando puertas y vidas, siempre de noche, entraban en las casas de los que pensaban distinto para luego quemarlos sobre una cama elástica.
Los cuadro de Inteligencia de las fuerzas Armadas fueron la estrella negra de la represión durante la dictadura que gobernó al país entre 1976 y 1983. No sólo porque en ellos se representaba la clave del poder -el terror, la ilegalidad como método- sino también porque fueron de una efectividad implacable. Ya lo eran antes, en 1975, cuando anticiparon con una masacre el atentado del ERP contra el cuartel de Monte Chingolo; y hasta el final, como cuando eliminaron con la precisión de un bisturí a los Montoneros que, en 1979, intentaron la aventura suicida del Operativo Retorno.
La organización de Inteligencia era desproporcionada. Más de 2.000 empleados permanentes sólo en el Batallón 601 del Ejército. Otros tantos en la Marina y la Armada, además de cientos que operaban en el exterior persiguiendo a los exiliados, y los cerca de mil que habitaban la SIDE, todavía una hermana menor del espionaje, dedicada a coordinar cacerías con los servicios vecinos en el contexto del Plan Condor.
Lo que la historia no podrá ocultar es que fueron letales. En la sede del correo oficial revisaban las cartas de cuanto nombre les sonara raro, tenían agentes infiltrados en la mayoría de las organizaciones guerrilleras, en los centros de estudiantes, en los medios de comunicación, en los sindicatos -donde compraban delaciones- y en todos los estamentos del Estado. Con el retorno democrático, muchos de ellos se reciclaron en legajos limpiados en homenaje al secreto de Estado. Algunos se hicieron carapintadas; muchos se ocuparon de hincarle las rodillas al gobierno de Alfonsín que amenazaba con los juicios contra la represión. Eran tiempos en los que los "servis" eran noticia diaria y nunca por buenos modales. Un ícono fue Raúl Guglielminetti, vuelto definitivamente al delito común.
A 26 años del fin de la dictadura, los militares siguen teniendo equipos de Inteligencia, que insumen al año 315 millones de pesos. Hay que suponer que lo gastan bien.
Fuente: Clarin
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios publicados son de responsabilidad exclusiva de quien los envíe. No siempre refleja nuestra opinión.