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28 dic 2011

Continúa la polémica Feinmann vs. Cárpena


La repercusión de la entrevista a José Pablo Feinmann, efectuada por Ricardo Cárpena de La Nación, que siguieramos por estos días, continúa dando que hablar. Hoy lo hacen los protagonistas, desde Página 12 Feinmann con una nota titulada EL PUÑAL EN LA ESPALDA,  motiva la respuesta de Ricardo Cárpena que publica CONMIGO NO FEINMANN desde La Nación

Es un interesante contrapunto  que a los simples ciudadanos nos ilustra acerca de cómo piensan y se manejan desde los círculos intelectuales y mediáticos. Por que es nuestra realidad, conviene conocer estas opiniones y luego sacar conclusiones. 

Mantener la objetividad al presentar estos temas de interés general  es un terreno potencial para la crítica que aceptamos y la descalificación que no admitimos, por que lo que pretendemos es desarrollar un pensamiento crítico en la búsqueda de una sociedad más democrática. 

Tómese un tiempo y lea lo que expresaron hoy Feinmann y Cárpena. Vale la pena hacerlo

CIUDADANOS AUTOCONVOCADOS DE RIO CUARTO

Página 12 -  28 de diciembre de 2011
El puñal en la espalda
Por José Pablo Feinmann

Uno publica un libro y suceden estas cosas. Hay que empujar la venta con una serie de entrevistas que la editorial estipula. Habitualmente son muchas y la mayoría no exactamente con periodistas con los que se pueda mantener un diálogo alejado del esquema binario y ya salvaje de la sociedad argentina. Que es el siguiente: lo K y lo anti-K. O el “oficialismo” y la “oposición”. Llevamos años sin poder salir del brete en que el pensar ha sido atrapado, sofocado. Y hasta eliminado. Todo esto tiene su espacio de exaltación en Internet, el mundo de lo simple, de lo esquemático. Todo se reduce a si uno es “K” o “anti-K”. O el otro modelo binario mencionado. Pero uno creció y pensó en medio de otros condicionamientos u otras convicciones. Cree en la posibilidad del diálogo democrático. Al menos yo –y otros pensadores que conozco– creo que las palabras pueden y deben llevar más allá de sí mismas y constituir la posibilidad de un intercambio de ideas que alimente y constituya una sociedad democrática.
No es así. Mi pequeña esperanza era que –luego del contundente triunfo de Cristina Fernández en las últimas elecciones– la “oposición” revisara sus modos de operar. Si uno tiene un jefe de marketing que le diseña una campaña para el año 2011 y esa campaña conduce a un resultado calamitoso, lo lamenta. Pero decide darle una nueva oportunidad. El hombre (conjetura) es un profesional y sabe hacer su trabajo. Le pide un plan operativo para el año 2012. Si el eficiente profesional le trae el mismo, si le trae el del 2011, uno lo mira atónito: “Pero, ¿qué me trae? ¿A usted tengo que decirle que con esto nos fue horrorosamente mal?”. “Sí, pero no se me ocurre otro.” “Bueno, está despedido.” Así, uno había llegado a pensar en una inevitable autocrítica de la “oposición” que llevara sus planteos a otras esferas que no fueran las del agravio, la denuncia sin fundamentos o la agobiante repetición de las recetas neoliberales. Parte de esos planteos era que los agravios no eran de ellos sino de los otros. Que los crispados estaban enfrente. Que todo lo malo, lo antirrepublicano, lo turbio y lo antidemocrático estaba enfrente. Todo enfrente, más allá, en la “otra parte” del espacio político. Perdieron. Pero no sólo “perdieron”. Perdieron pavorosamente. Habitualmente –cuando la gente razona– estos cataclismos sirven para revisar errores y cambiar rumbos. No fue así.
Me veo compelido a escribir estas líneas por las incómodas e inusitadas reacciones que tuvo una nota que me hicieron en el diario La Nación. Mis palabras fueron tan distorsionadas (sobre todo en la edición para Internet de la nota) que pareciera he pasado a ser el líder ideológico de la “oposición”. Lamento quitarles el trabajo a Morales Solá o Grondona. Como un vértigo, se acumularon en mi contestador telefónico invitaciones que había dejado de recibir a fuerza de negarme a aceptarlas. De algunos que me llamaron “alcahuete del poder” en Perfil, medio en que cualquiera puede escribir cualquier bajeza sobre mí, desde un conservador hasta un “revolucionario” que, sencillamente, razonó por medio de conceptos como “tilingo” y “pelotudo”, cosas que vendría a ser yo, o agravios aún peores en la revista Noticias, donde también se me puede insultar con entera libertad, para eso es que, en ese medio, se encarna el “periodismo libre”. Pero lo de La Nación no lo esperaba.
La cosa es así: te llaman, te adulan, dicen que te quieren, que han leído toda tu obra y hasta te dicen que sos un genio. Uno, que, más que un genio, es un tonto que cree en la posibilidad de romper el esquema binario y abrirse a un diálogo amplio, democrático, que posibilite un país más armónico y menos esquizofrénico, menos bélico, acepta, va y dialoga. Ricardo Carpena, el periodista, es agradable. El fotógrafo es un joven que ha hecho cursos conmigo y hasta me pide que le firme un libro. El ambiente es agradable. Empieza el reportaje. Han logrado algo importante: que uno se afloje, que se sienta cómodo, que suelte un poco o bastante la lengua. Nos despedimos. Todo –hasta el momento– bien.
La nota sale en dos partes: en el diario y en Internet. La del diario empieza mal. Expresa la esperanza de que no me condenen al exilio de los que se atreven a pensar distinto. O sea, en el mundo “K”, al que piensa “distinto” (no se aclara qué es “pensar distinto”) lo mandan al exilio. Expresa el deseo de que “los kirchneristas” no me “trituren” por haber expresado ideas diferenciadas del “relato oficial”. Es decir, en el mundo “K” hay un “relato oficial” (no se dice cuál es). Si uno piensa distinto de él es “triturado”. Nada menos. Pero no quiero caer sobre el entrevistador porque puedo comprenderlo. Su trato fue muy amable. No puedo pretender que piense como yo si está en La Nación. Es parte del disenso democrático que acepte sus puntos de vista y hasta algunas de sus trampas, que tal vez ya le broten solas. El problema surgió cuando –no lo pueden evitar– encaró el tema de la corrupción. Viejo tema golpista que jamás estuvo ausente del clima propiciatorio de toda alteración del orden constitucional. Dije, amablemente dije: “Hay que hacer una verificación final de eso”. Dije que con Menem había decenas de causas abiertas y hasta presos por corrupción, ¿por qué no hacían eso con los políticos kirchneristas? Si era tan evidente, ¿por qué no lo demostraban? El periodista insiste. Pregunta si no me sorprende “el vertiginoso y enorme aumento patrimonial de los Kirchner”. Pese a que este tema me irrita profundamente. Pese a que me resulta casi increíble que los que se robaron el país en el siglo XIX, los que liquidaron a sangre y fuego las provincias federales luego de Pavón, los que son corresponsables de la matanza de medio millón de paraguayos (¿en el relato oficial de La Nación figura esto?; y si no, ¿permitirían decirlo? o ¿permitirían decir que Sarmiento –nuestro Mariscal Bugeaud, junto con Mitre– aconsejó “Si Sandes va, déjenlo ir. Si mata gente, cállense la boca”?, citado por el gran José Luis Busaniche –que de revisionista, nada– en su Historia Argentina, Hachette, p. 727), los que se enriquecieron con los campos que Roca, luego de su campaña, les cedió, hablen del “vertiginoso y enorme aumento patrimonial de los Kirchner”, pese a todo esto, dije “Habría que hacer un muy buen análisis de cómo creció ese patrimonio”. Y si fui cauto, si mi firmeza no fue la deseada por los cuadros “K” es porque el tema de la sola sospecha o acusación de corrupción en un gobierno popular me desquicia. De aquí que (viniendo de un largo razonamiento que había empezado con la condición de hacer “un muy buen análisis” del bendito tema del patrimonio) haya concluido diciendo la consecuencia lógica que se produciría si eso fuera verdad: “Porque es muy incómodo adherir a un gobierno de dos gobernantes multimillonarios que están comandando un gobierno popular, nacional y democrático”. Ahí cavé mi tumba. Porque Canepa tituló moderadamente su nota: “Si gobierna Moyano, van a ver lo que es el autoritarismo peronista”. Pero La Nación tiene el “policía malo”. No el que te recibe en el lujoso edificio y te habla como un caballero. No, el otro. El que está agazapado en Internet y cambia el copete y altera la nota extrayendo frases de contexto. Le pasó, antes que a mí, a Horacio González. Y, en menor medida, a Ricardo Forster y a Jorge Coscia. El título de Internet fue escandaloso: “Feinmann: Es muy incómodo adherir a un gobierno de dos gobernantes multimillonarios que están comandando un gobierno popular, nacional y democrático”. Lo que más se lee es la versión de la web. Ese día me convertí en un aliado de la “oposición”, de los “anti-K”. Para ser breve: agradezco a todos los referentes mediáticos de la derecha su interés en mi persona. Pero –más allá del copete artero, de la puñalada en la espalda que implicó el “armado” que hizo La Nación de mi nota en Internet– yo sigo pensando lo siguiente: 1) Esta necia obstinación nos condena a todos a seguir en el pensamiento binario; 2) Jamás aceptaré un reportaje en La Nación. Más por la versión web que por el diario y algunos de sus periodistas; 3) Voté por Cristina Kirchner y adhiero a su Gobierno; 4) No acepto ser definido como “kirchnerista” porque sería validar el esquema binario con que se piensa (mal) la política argentina: lo K y lo no K; 5) Soy un escritor de izquierda ligado a la lucha por los derechos humanos; 6) Apoyo el Mercosur; 7) Rechazo el Consenso de Washington y los diez puntos del economista neoliberal John Williamson; 8) Apoyo una economía proteccionista, que defienda el mercado interno, que instaure una nación con industrias pequeñas y medianas que produzcan y trabajadores que consuman; 9) Si se puede fabricar aquí, no hay que importar ni un solo clavo, como bien dijo CFK; 10) Todos los que participaron activamente del gobierno desaparecedor deben ser juzgados; 11) Los delitos de lesa humanidad son solamente los cometidos desde la esfera del Estado y no prescriben; 12) Contra la delincuencia (creada sobre todo durante la década del ’90 por los que ahora piden seguridad porque se volvieron ricos ahí, en medio de esa bacanal de la corrupción) se lucha creando fuentes de trabajo y escuelas; después, con un sistema carcelario humano, para integrar a los que se extraviaron y no para hacinarlos en la indignidad y la violencia entre pares de desdicha; 12) El sistema binario –en que insisten los medios que impulsaron el protogolpe del 2008– imposibilita el diálogo democrático; 13) Creo en la lucha antimonopólica. Creo –como Adam Smith– que los monopolios enferman el mercado, son sus tumores, son antidemocráticos y sofocan el surgimiento de voces diversas; 14) Creo en el buen periodismo: el que expresa la libertad de quienes lo hacen y no la de las empresas; 15) Creo en la escritura. En la buena prosa. Creo en muchísimas otras causas. Y no creo en la TVVómito. Creo que esa TV es funcional a las lacras más profundas del país porque idiotiza a los ciudadanos en lugar de reclamarles lucidez. Creo que cualquiera puede entender cualquier cosa, cualquier idea o un buen espectáculo, por complejos que sean. Creo que estuve confiado, ingenuo y hasta algo bobo en el reportaje de La Nación. Le puede pasar a cualquiera. Hay algo que no me va a pasar. Desde hace cuarenta años estoy en la misma vereda. No solo, sino con algunos de mis más grandes amigos. Siempre que me busquen búsquenme ahí. Ahí voy a estar.

La Nación, 28 de diciembre de 2011
Conmigo no, Feinmann
Por Ricardo Cárpena  
Sólo falta que diga que lo drogamos para que dijera lo que dijo. O que lo amenazamos con un revólver en la cabeza. O que el que vino a La Nación para prestarse a una entrevista no era él sino un actor disfrazado que hacía meses estaba estudiando un guión fríamente elaborado por las fuerzas del mal y que practicaba hasta para hablar como él.
Me decepcionó José Pablo Feinmann. Hoy publicó una columna en Página 12 en la que sigue el esquizofrénico derrotero que eligió desde que salió la entrevista en La Nación. De afirmar que la entrevista "está bien", pero que el problema era el título de la nota de la versión online del diario que estaba "sacado de contexto", pasó a tratarme de tramposo porque afirma que me mostré amable con él para lograr que aflojara su lengua, se queja de que sus palabras fueron "tan distorsionadas (sobre todo en la edición para Internet de la nota)" y considera que "el problema (de la entrevista) surgió cuando encaró (el periodista) el tema de la corrupción", al que considera "un viejo tema golpista" (tema sobre el que sólo quiero recordar cómo lo encara alguien como Dilma Rousseff, por ejemplo).
Entiendo por qué Feinmann publica esa columna: lo están despedazando en las filas K. Ya en el comienzo de mi nota imaginé que lo iban a triturar por las críticas contra el kirchnerismo y la forma en que tomaba distancia del Gobierno durante nuestro diálogo, y expresé mi deseo de que no fuera así. Pero era innecesario ensuciarme, sobre todo porque el escritor llena de falsedades su tardío y forzado acto de expiación política.
No hubo trampa alguna en la charla que tuvimos. Ni en ésa ni en ninguna: no soy tramposo. Seguramente podrían atestiguarlo muchos de los más de 120 personajes que entrevisté para el suplemento Enfoques a partir de fines de 2008: desde Lula, Michelle Bachelet, Pepe Mujica y Rafael Correa hasta Alberto Fernández, Sergio Massa, Graciela Ocaña, Eugenio Zaffaroni, Carmen Argibay, Jorge Coscia, Daniel Scioli, Miguel Angel Pichetto, Milagro Sala y gran parte del espectro opositor al kirchnerismo.
Feinmann, luego de haber elogiado la entrevista durante un diálogo que tuvo ayer con Víctor Hugo Morales, escribe hoy que este periodista "amable" le armó un escenario "agradable" para aflojarle la lengua y se viera obligado de esa forma a decir cosas tremendas en las que aparentemente no cree y que nunca quiso decir.
Hay un primer problema para la teoría de la trampa: gracias a que la entrevista fue filmada para que pudiera difundirse una versión en lanacion.com, cualquiera puede apreciar cómo, desde el minuto 7.11 hasta el minuto 9.22, sin cortes ni edición alguna, Feinmann dice, en aparente pleno uso de sus facultades mentales: "No me parece un tema menor (el del crecimiento patrimonial de los Kirchner). Habría que hacer un muy buen análisis de cómo creció ese patrimonio, que alguien demuestre con qué mecánica se hizo la extracción ilegal. Eso me tranquilizaría mucho más. Me dolió cuando se habló de un hotel de dos millones de dólares que pertenecía a Néstor Kirchner. Pero no me duele tanto: no tengo mi causa total comprometida con los Kirchner y estoy acostumbrado a que los líderes en los que uno confía hagan también grandes macanas. Yo creí, o quise creer, en Perón. Fijate cómo me fue y cómo nos fue a todos. La cabeza, a esta altura, no la doy por nadie. Uno sufre con estas cosas porque desearía que se aclaren y que ellos digan: "Esto viene de acá". Y que les quiten la incomodidad a los que adhieren al Gobierno porque es muy incómodo adherir a un gobierno de dos gobernantes multimillonarios que están comandando un gobierno nacional, popular y democrático, y que te hablan del hambre. Por ejemplo, cuando Cristina dice que es la primera que renuncia a los subsidios, sería muy bueno un acto simbólico: "Yo doy 10 millones de dólares para hacer un barrio en tal lugar".
Hay un segundo problema para la teoría de la trampa: no sólo que, apenas terminada la entrevista, Feinmann me agradeció la charla que tuvimos, las preguntas que le hice y hasta me regaló un disco de Martha Argerich de su propia colección personal, sino que también me llamó anteayer para aclararme que no tenía ningún problema conmigo ni con la nota publicada ("la entrevista está bien", insistió) sino con el título que apareció en la versión online (que incluso le trajo aparejado un fuerte reproche de su esposa, según me confesó), elogió cálidamente la forma en que aclaré algo que él quería aclarar (a partir de una errónea mención en una noticia sobre el caso Larrabure) y hasta me pidió consejos porque, debido a la repercusión de sus declaraciones, quería ir a todos lados a explicar su postura ("como Beatriz Sarlo") y me reveló que había prometido su asistencia al programa que tienen en la señal TN los periodistas de Clarín Eduardo van der Kooy y Julio Blanck. "¿Te parece que vaya?", me preguntó. Le sugerí que pensara si valía la pena, en este contexto, concurrir a un ciclo que emite el "monopolio mediático" para evitar que lo sigan maltratando en distintos foros del kirchnerismo.
El tercer problema surge de lo siguiente: supongamos que soy un periodista tramposo y que, doblegado por mi amabilidad y la construcción de un clima agradable, Feinmann dijo cosas que no quería decir y que no piensa realmente. Pero ayer el escritor habló con Víctor Hugo Morales , un periodista del que, supongo, no podría sospecharse ninguna animosidad contra él ni contra el Gobierno. Y allí, sin trampas aparentes, como puede constatarse en el sitio web de Radio Continental, Feinmann afirmó cosas como éstas: "El título está elegido de manera totalmente fuera de contexto, en su manera más brutal, llamando ladrones a quienes no creo que sean ladrones. Y en todo caso, si vamos a hablar de ladrones, empecemos por otro lado. Aquí los grandes ladrones no están en la Casa de Gobierno, están en la Sociedad Rural, en las grandes corporaciones, la gran oligarquía argentina, esos son los grandes ladrones del país. Que Néstor y Cristina hayan afanado algunos cuantos mangos, y sí, me molesta, pero eso no arruina todo lo que están haciendo". Fue tan lejos al haber asegurado que los Kirchner "afanaron algunos cuantos mangos", que fue Morales el que lo tuvo que frenar preguntándole si a él le constaba lo que estaba diciendo. Y tuvo que decir que no, que no le constaba.
Mi entrevista con Feinmann fue pactada libremente con él (aunque había un interés manifiesto por publicitar su nuevo libro), sin condicionamientos. No lo obligué a hablar ni a decir lo que dijo. Conversamos durante una hora y 50 minutos ante un grabador digital, un fotógrafo y una camarógrafa, en un estudio con luces de un set televisivo. No hubo grabaciones subrepticias ni tampoco off the record. Me preocupé para que, tanto en la versión en papel como en el video, no estuvieran ausentes sus referencias positivas al Gobierno y algunos elogios a la Presidenta.
Tiene todo el derecho de enojarse por un título (aunque es un textual, no una frase construida o dicha con otro sentido), pero de lo que no tiene derecho Feinmann es a tratarme de tramposo: no lo soy y respeto escrupulosamente la palabra del entrevistado. Lo califiqué de escritor genial y sigo pensando que lo es. Pero fuera de sus libros, al menos, me demostró que miente y que no es capaz de sostener lo que piensa. ¿Hay algún adjetivo para eso? Prefiero no hacerlo porque no quiero triturarlo: él se metió solo en esa actitud, tan lejana a la honestidad de su literatura, de intentar explicar lo inexplicable. Lo único que exijo es que no me arrastre, tratando de ensuciarme para salvar su pellejo, que él mismo expuso, por ese camino vergonzoso y vergonzante.
Las últimas líneas del recuadro de mi nota decían lo siguiente: "Feinmann, como él mismo destacó, es feinmanneano. Y si eso equivale a opinar con tanta libertad, me dan ganas de sumarme". Es evidente que cedió poco dignamente ante los que no se bancaron tanta libertad de opinión (empezando por él mismo), pero, parafraseando a Sarlo, sólo podría decir: "Conmigo no, Feinmann". Ni conmigo ni con el video que nunca podrá desmentir y que contiene las palabras que se convirtieron en el verdadero puñal que se clavó en la espalda.

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