La repercusión de la entrevista a José Pablo Feinmann, efectuada por Ricardo Cárpena de La Nación, que siguieramos por estos días, continúa dando que hablar. Hoy lo hacen los protagonistas, desde Página 12 Feinmann con una nota titulada EL PUÑAL EN LA ESPALDA, motiva la respuesta de Ricardo Cárpena que publica CONMIGO NO FEINMANN desde La Nación.
Es un interesante contrapunto que a los simples ciudadanos nos ilustra acerca de cómo piensan y se manejan desde los círculos intelectuales y mediáticos. Por que es nuestra realidad, conviene conocer estas opiniones y luego sacar conclusiones.
Mantener la objetividad al presentar estos temas de interés general es un terreno potencial para la crítica que aceptamos y la descalificación que no admitimos, por que lo que pretendemos es desarrollar un pensamiento crítico en la búsqueda de una sociedad más democrática.
Tómese un tiempo y lea lo que expresaron hoy Feinmann y Cárpena. Vale la pena hacerlo
CIUDADANOS AUTOCONVOCADOS DE RIO CUARTO
Página 12 - 28 de diciembre de 2011
El puñal en la espalda
Uno publica un libro y suceden estas cosas. Hay que
empujar la venta con una serie de entrevistas que la editorial estipula.
Habitualmente son muchas y la mayoría no exactamente con periodistas con los
que se pueda mantener un diálogo alejado del esquema binario y ya salvaje de la
sociedad argentina. Que es el siguiente: lo K y lo anti-K. O el “oficialismo” y
la “oposición”. Llevamos años sin poder salir del brete en que el pensar ha
sido atrapado, sofocado. Y hasta eliminado. Todo esto tiene su espacio de
exaltación en Internet, el mundo de lo simple, de lo esquemático. Todo se
reduce a si uno es “K” o “anti-K”. O el otro modelo binario mencionado. Pero
uno creció y pensó en medio de otros condicionamientos u otras convicciones.
Cree en la posibilidad del diálogo democrático. Al menos yo –y otros pensadores
que conozco– creo que las palabras pueden y deben llevar más allá de sí mismas
y constituir la posibilidad de un intercambio de ideas que alimente y
constituya una sociedad democrática.
No es así. Mi pequeña esperanza era que –luego del
contundente triunfo de Cristina Fernández en las últimas elecciones– la
“oposición” revisara sus modos de operar. Si uno tiene un jefe de marketing que
le diseña una campaña para el año 2011 y esa campaña conduce a un resultado
calamitoso, lo lamenta. Pero decide darle una nueva oportunidad. El hombre
(conjetura) es un profesional y sabe hacer su trabajo. Le pide un plan
operativo para el año 2012. Si el eficiente profesional le trae el mismo, si le
trae el del 2011, uno lo mira atónito: “Pero, ¿qué me trae? ¿A usted tengo que
decirle que con esto nos fue horrorosamente mal?”. “Sí, pero no se me ocurre
otro.” “Bueno, está despedido.” Así, uno había llegado a pensar en una
inevitable autocrítica de la “oposición” que llevara sus planteos a otras
esferas que no fueran las del agravio, la denuncia sin fundamentos o la
agobiante repetición de las recetas neoliberales. Parte de esos planteos era
que los agravios no eran de ellos sino de los otros. Que los crispados estaban
enfrente. Que todo lo malo, lo antirrepublicano, lo turbio y lo antidemocrático
estaba enfrente. Todo enfrente, más allá, en la “otra parte” del espacio
político. Perdieron. Pero no sólo “perdieron”. Perdieron pavorosamente.
Habitualmente –cuando la gente razona– estos cataclismos sirven para revisar
errores y cambiar rumbos. No fue así.
Me veo compelido a escribir estas líneas por las
incómodas e inusitadas reacciones que tuvo una nota que me hicieron en el
diario La Nación. Mis palabras fueron tan distorsionadas (sobre todo en la
edición para Internet de la nota) que pareciera he pasado a ser el líder
ideológico de la “oposición”. Lamento quitarles el trabajo a Morales Solá o
Grondona. Como un vértigo, se acumularon en mi contestador telefónico
invitaciones que había dejado de recibir a fuerza de negarme a aceptarlas. De
algunos que me llamaron “alcahuete del poder” en Perfil, medio en que
cualquiera puede escribir cualquier bajeza sobre mí, desde un conservador hasta
un “revolucionario” que, sencillamente, razonó por medio de conceptos como
“tilingo” y “pelotudo”, cosas que vendría a ser yo, o agravios aún peores en la
revista Noticias, donde también se me puede insultar con entera libertad, para
eso es que, en ese medio, se encarna el “periodismo libre”. Pero lo de La
Nación no lo esperaba.
La cosa es así: te llaman, te adulan, dicen que te
quieren, que han leído toda tu obra y hasta te dicen que sos un genio. Uno,
que, más que un genio, es un tonto que cree en la posibilidad de romper el
esquema binario y abrirse a un diálogo amplio, democrático, que posibilite un
país más armónico y menos esquizofrénico, menos bélico, acepta, va y dialoga.
Ricardo Carpena, el periodista, es agradable. El fotógrafo es un joven que ha
hecho cursos conmigo y hasta me pide que le firme un libro. El ambiente es
agradable. Empieza el reportaje. Han logrado algo importante: que uno se
afloje, que se sienta cómodo, que suelte un poco o bastante la lengua. Nos
despedimos. Todo –hasta el momento– bien.
La nota sale en dos partes: en el diario y en
Internet. La del diario empieza mal. Expresa la esperanza de que no me condenen
al exilio de los que se atreven a pensar distinto. O sea, en el mundo “K”, al
que piensa “distinto” (no se aclara qué es “pensar distinto”) lo mandan al
exilio. Expresa el deseo de que “los kirchneristas” no me “trituren” por haber
expresado ideas diferenciadas del “relato oficial”. Es decir, en el mundo “K”
hay un “relato oficial” (no se dice cuál es). Si uno piensa distinto de él es
“triturado”. Nada menos. Pero no quiero caer sobre el entrevistador porque
puedo comprenderlo. Su trato fue muy amable. No puedo pretender que piense como
yo si está en La Nación. Es parte del disenso democrático que acepte sus puntos
de vista y hasta algunas de sus trampas, que tal vez ya le broten solas. El
problema surgió cuando –no lo pueden evitar– encaró el tema de la corrupción.
Viejo tema golpista que jamás estuvo ausente del clima propiciatorio de toda
alteración del orden constitucional. Dije, amablemente dije: “Hay que hacer una
verificación final de eso”. Dije que con Menem había decenas de causas abiertas
y hasta presos por corrupción, ¿por qué no hacían eso con los políticos
kirchneristas? Si era tan evidente, ¿por qué no lo demostraban? El periodista
insiste. Pregunta si no me sorprende “el vertiginoso y enorme aumento
patrimonial de los Kirchner”. Pese a que este tema me irrita profundamente.
Pese a que me resulta casi increíble que los que se robaron el país en el siglo
XIX, los que liquidaron a sangre y fuego las provincias federales luego de
Pavón, los que son corresponsables de la matanza de medio millón de paraguayos
(¿en el relato oficial de La Nación figura esto?; y si no, ¿permitirían
decirlo? o ¿permitirían decir que Sarmiento –nuestro Mariscal Bugeaud, junto
con Mitre– aconsejó “Si Sandes va, déjenlo ir. Si mata gente, cállense la
boca”?, citado por el gran José Luis Busaniche –que de revisionista, nada– en
su Historia Argentina, Hachette, p. 727), los que se enriquecieron con los
campos que Roca, luego de su campaña, les cedió, hablen del “vertiginoso y
enorme aumento patrimonial de los Kirchner”, pese a todo esto, dije “Habría que
hacer un muy buen análisis de cómo creció ese patrimonio”. Y si fui cauto, si
mi firmeza no fue la deseada por los cuadros “K” es porque el tema de la sola
sospecha o acusación de corrupción en un gobierno popular me desquicia. De aquí
que (viniendo de un largo razonamiento que había empezado con la condición de
hacer “un muy buen análisis” del bendito tema del patrimonio) haya concluido
diciendo la consecuencia lógica que se produciría si eso fuera verdad: “Porque es
muy incómodo adherir a un gobierno de dos gobernantes multimillonarios que
están comandando un gobierno popular, nacional y democrático”. Ahí cavé mi
tumba. Porque Canepa tituló moderadamente su nota: “Si gobierna Moyano, van a
ver lo que es el autoritarismo peronista”. Pero La Nación tiene el “policía
malo”. No el que te recibe en el lujoso edificio y te habla como un caballero.
No, el otro. El que está agazapado en Internet y cambia el copete y altera la
nota extrayendo frases de contexto. Le pasó, antes que a mí, a Horacio
González. Y, en menor medida, a Ricardo Forster y a Jorge Coscia. El título de
Internet fue escandaloso: “Feinmann: Es muy incómodo adherir a un gobierno de
dos gobernantes multimillonarios que están comandando un gobierno popular, nacional
y democrático”. Lo que más se lee es la versión de la web. Ese día me convertí
en un aliado de la “oposición”, de los “anti-K”. Para ser breve: agradezco a
todos los referentes mediáticos de la derecha su interés en mi persona. Pero
–más allá del copete artero, de la puñalada en la espalda que implicó el
“armado” que hizo La Nación de mi nota en Internet– yo sigo pensando lo
siguiente: 1) Esta necia obstinación nos condena a todos a seguir en el
pensamiento binario; 2) Jamás aceptaré un reportaje en La Nación. Más por la
versión web que por el diario y algunos de sus periodistas; 3) Voté por
Cristina Kirchner y adhiero a su Gobierno; 4) No acepto ser definido como
“kirchnerista” porque sería validar el esquema binario con que se piensa (mal)
la política argentina: lo K y lo no K; 5) Soy un escritor de izquierda ligado a
la lucha por los derechos humanos; 6) Apoyo el Mercosur; 7) Rechazo el Consenso
de Washington y los diez puntos del economista neoliberal John Williamson; 8)
Apoyo una economía proteccionista, que defienda el mercado interno, que
instaure una nación con industrias pequeñas y medianas que produzcan y
trabajadores que consuman; 9) Si se puede fabricar aquí, no hay que importar ni
un solo clavo, como bien dijo CFK; 10) Todos los que participaron activamente
del gobierno desaparecedor deben ser juzgados; 11) Los delitos de lesa
humanidad son solamente los cometidos desde la esfera del Estado y no
prescriben; 12) Contra la delincuencia (creada sobre todo durante la década del
’90 por los que ahora piden seguridad porque se volvieron ricos ahí, en medio
de esa bacanal de la corrupción) se lucha creando fuentes de trabajo y
escuelas; después, con un sistema carcelario humano, para integrar a los que se
extraviaron y no para hacinarlos en la indignidad y la violencia entre pares de
desdicha; 12) El sistema binario –en que insisten los medios que impulsaron el
protogolpe del 2008– imposibilita el diálogo democrático; 13) Creo en la lucha
antimonopólica. Creo –como Adam Smith– que los monopolios enferman el mercado,
son sus tumores, son antidemocráticos y sofocan el surgimiento de voces
diversas; 14) Creo en el buen periodismo: el que expresa la libertad de quienes
lo hacen y no la de las empresas; 15) Creo en la escritura. En la buena prosa.
Creo en muchísimas otras causas. Y no creo en la TVVómito. Creo que esa TV es
funcional a las lacras más profundas del país porque idiotiza a los ciudadanos
en lugar de reclamarles lucidez. Creo que cualquiera puede entender cualquier
cosa, cualquier idea o un buen espectáculo, por complejos que sean. Creo que
estuve confiado, ingenuo y hasta algo bobo en el reportaje de La Nación. Le
puede pasar a cualquiera. Hay algo que no me va a pasar. Desde hace cuarenta
años estoy en la misma vereda. No solo, sino con algunos de mis más grandes
amigos. Siempre que me busquen búsquenme ahí. Ahí voy a estar.
La Nación, 28 de diciembre de 2011
Conmigo no, Feinmann
Sólo falta que diga que lo drogamos
para que dijera lo que dijo. O que lo amenazamos con un revólver en la cabeza.
O que el que vino a La Nación para prestarse a una entrevista no era él
sino un actor disfrazado que hacía meses estaba estudiando un guión fríamente
elaborado por las fuerzas del mal y que practicaba hasta para hablar como él.
Me decepcionó José Pablo Feinmann.
Hoy publicó una columna en Página 12 en
la que sigue el esquizofrénico derrotero que eligió desde que salió la
entrevista en La Nación. De afirmar que la entrevista "está bien",
pero que el problema era el título de la nota de la versión online del diario
que estaba "sacado de contexto", pasó a tratarme de tramposo porque
afirma que me mostré amable con él para lograr que aflojara su lengua, se queja
de que sus palabras fueron "tan distorsionadas (sobre todo en la edición
para Internet de la nota)" y considera que "el problema (de la entrevista)
surgió cuando encaró (el periodista) el tema de la corrupción", al que
considera "un viejo tema golpista" (tema sobre el que sólo quiero
recordar cómo lo encara alguien como Dilma Rousseff, por ejemplo).
Entiendo por qué Feinmann publica
esa columna: lo están despedazando en las filas K. Ya en el comienzo de mi nota
imaginé que lo iban a triturar por las críticas contra el kirchnerismo y la
forma en que tomaba distancia del Gobierno durante nuestro diálogo, y expresé
mi deseo de que no fuera así. Pero era innecesario ensuciarme, sobre todo
porque el escritor llena de falsedades su tardío y forzado acto de expiación
política.
No hubo trampa alguna en la charla
que tuvimos. Ni en ésa ni en ninguna: no soy tramposo. Seguramente podrían
atestiguarlo muchos de los más de 120 personajes que entrevisté para el
suplemento Enfoques a partir de fines de 2008: desde Lula, Michelle Bachelet,
Pepe Mujica y Rafael Correa hasta Alberto Fernández, Sergio Massa, Graciela
Ocaña, Eugenio Zaffaroni, Carmen Argibay, Jorge Coscia, Daniel Scioli, Miguel
Angel Pichetto, Milagro Sala y gran parte del espectro opositor al
kirchnerismo.
Feinmann, luego de haber elogiado la
entrevista durante un diálogo que tuvo ayer con Víctor Hugo Morales, escribe
hoy que este periodista "amable" le armó un escenario
"agradable" para aflojarle la lengua y se viera obligado de esa forma
a decir cosas tremendas en las que aparentemente no cree y que nunca quiso
decir.
Hay un primer problema para la
teoría de la trampa: gracias a que la entrevista fue filmada para que pudiera
difundirse una versión en lanacion.com, cualquiera puede apreciar cómo, desde
el minuto 7.11 hasta el minuto 9.22, sin cortes ni edición alguna, Feinmann
dice, en aparente pleno uso de sus facultades mentales: "No me parece un
tema menor (el del crecimiento patrimonial de los Kirchner). Habría que hacer
un muy buen análisis de cómo creció ese patrimonio, que alguien demuestre con
qué mecánica se hizo la extracción ilegal. Eso me tranquilizaría mucho más. Me
dolió cuando se habló de un hotel de dos millones de dólares que pertenecía a
Néstor Kirchner. Pero no me duele tanto: no tengo mi causa total comprometida
con los Kirchner y estoy acostumbrado a que los líderes en los que uno confía
hagan también grandes macanas. Yo creí, o quise creer, en Perón. Fijate cómo me
fue y cómo nos fue a todos. La cabeza, a esta altura, no la doy por nadie. Uno
sufre con estas cosas porque desearía que se aclaren y que ellos digan:
"Esto viene de acá". Y que les quiten la incomodidad a los que adhieren
al Gobierno porque es muy incómodo adherir a un gobierno de dos gobernantes
multimillonarios que están comandando un gobierno nacional, popular y
democrático, y que te hablan del hambre. Por ejemplo, cuando Cristina dice que
es la primera que renuncia a los subsidios, sería muy bueno un acto simbólico:
"Yo doy 10 millones de dólares para hacer un barrio en tal lugar".
Hay un segundo problema para la
teoría de la trampa: no sólo que, apenas terminada la entrevista, Feinmann me
agradeció la charla que tuvimos, las preguntas que le hice y hasta me regaló un
disco de Martha Argerich de su propia colección personal, sino que también me
llamó anteayer para aclararme que no tenía ningún problema conmigo ni con la
nota publicada ("la entrevista está bien", insistió) sino con el
título que apareció en la versión online (que incluso le trajo aparejado un
fuerte reproche de su esposa, según me confesó), elogió cálidamente la forma en
que aclaré algo que él quería aclarar (a partir de una errónea mención en una
noticia sobre el caso Larrabure) y hasta me pidió consejos porque, debido a la
repercusión de sus declaraciones, quería ir a todos lados a explicar su postura
("como Beatriz Sarlo") y me reveló que había prometido su asistencia
al programa que tienen en la señal TN los periodistas de Clarín Eduardo van der
Kooy y Julio Blanck. "¿Te parece que vaya?", me preguntó. Le sugerí
que pensara si valía la pena, en este contexto, concurrir a un ciclo que emite
el "monopolio mediático" para evitar que lo sigan maltratando en
distintos foros del kirchnerismo.
El tercer problema surge de lo
siguiente: supongamos que soy un periodista tramposo y que, doblegado por mi
amabilidad y la construcción de un clima agradable, Feinmann dijo cosas que no
quería decir y que no piensa realmente. Pero ayer el escritor habló con Víctor Hugo Morales
, un periodista del que, supongo, no podría sospecharse ninguna animosidad
contra él ni contra el Gobierno. Y allí, sin trampas aparentes, como puede
constatarse en el sitio web de Radio Continental, Feinmann afirmó cosas como
éstas: "El título está elegido de manera totalmente fuera de contexto, en
su manera más brutal, llamando ladrones a quienes no creo que sean ladrones. Y
en todo caso, si vamos a hablar de ladrones, empecemos por otro lado. Aquí los
grandes ladrones no están en la Casa de Gobierno, están en la Sociedad Rural,
en las grandes corporaciones, la gran oligarquía argentina, esos son los
grandes ladrones del país. Que Néstor y Cristina hayan afanado algunos cuantos
mangos, y sí, me molesta, pero eso no arruina todo lo que están haciendo".
Fue tan lejos al haber asegurado que los Kirchner "afanaron algunos
cuantos mangos", que fue Morales el que lo tuvo que frenar preguntándole
si a él le constaba lo que estaba diciendo. Y tuvo que decir que no, que no le
constaba.
Mi entrevista con Feinmann fue
pactada libremente con él (aunque había un interés manifiesto por publicitar su
nuevo libro), sin condicionamientos. No lo obligué a hablar ni a decir lo que
dijo. Conversamos durante una hora y 50 minutos ante un grabador digital, un
fotógrafo y una camarógrafa, en un estudio con luces de un set televisivo. No
hubo grabaciones subrepticias ni tampoco off the record. Me preocupé para que,
tanto en la versión en papel como en el video, no estuvieran ausentes sus
referencias positivas al Gobierno y algunos elogios a la Presidenta.
Tiene todo el derecho de enojarse
por un título (aunque es un textual, no una frase construida o dicha con otro
sentido), pero de lo que no tiene derecho Feinmann es a tratarme de tramposo:
no lo soy y respeto escrupulosamente la palabra del entrevistado. Lo califiqué
de escritor genial y sigo pensando que lo es. Pero fuera de sus libros, al
menos, me demostró que miente y que no es capaz de sostener lo que piensa. ¿Hay
algún adjetivo para eso? Prefiero no hacerlo porque no quiero triturarlo: él se
metió solo en esa actitud, tan lejana a la honestidad de su literatura, de
intentar explicar lo inexplicable. Lo único que exijo es que no me arrastre,
tratando de ensuciarme para salvar su pellejo, que él mismo expuso, por ese
camino vergonzoso y vergonzante.
Las últimas líneas del recuadro de
mi nota decían lo siguiente: "Feinmann, como él mismo destacó, es
feinmanneano. Y si eso equivale a opinar con tanta libertad, me dan ganas de
sumarme". Es evidente que cedió poco dignamente ante los que no se bancaron
tanta libertad de opinión (empezando por él mismo), pero, parafraseando a
Sarlo, sólo podría decir: "Conmigo no, Feinmann". Ni conmigo ni con
el video que nunca podrá desmentir y que contiene las palabras que se
convirtieron en el verdadero puñal que se clavó en la espalda.
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