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29 nov 2009

1975. Masacre de estudiantes en Córdoba




La crónica periodística nos acerca noticias acerca de hechos que pasaron en Córdoba en diciembre del año 1975, meses antes del golpe de estado que derrocó al gobierno de Isabel Martínez de Perón e instaló el Proceso y que conocemos ahora después de tantos años.

Se refiere a una matanza de estudiantes que se dio en la Docta, de la cual quedó un sobreviviente que fue localizado por personal periodístico de La Voz del Interior, y luego de 34 años refiere los hechos. Se trata de Cornelio Saavedra Alfaro y es un ciudadano boliviano , estudiante universitario por entonces que perdió a su hermano y amigos en estas circunstancias y salvó increíblemente su vida. En esos años en Córdoba, la presencia de estudiantes de otros países latinoamericanos era muy común, dado que se daban condiciones favorables para los mismos como era especialmente la calidad de la universidad pública argentina, a la que se accedía gratuitamente . Los bolivianos, peruanos, aún haitianos poblaban los claustros y todos sabíamos que tenían dólares que por ese entonces sólo conocía el pueblo argentino desde muy lejos, lo que les posibilitaba a muchos de los estos jóvenes extranjeros vivir en condiciones muy favorables con respecto a lo que era el común denominador para los clásicos estudiantes universitarios de bolsillos flacos.

De lo que no estuvieron exentos estos universatarios latinoamericanos fue del desmadre de una sociedad que comenzaba a transitar su momento más trágico. Lo refiere la crudeza del relato de Saavedra Alfaro que nos llena de horror y nos retrotrae a duros momentos de la vida de los argentinos, pero a su vez rescatamos de las noticias de este tipo su innegable interés para reconstruir el pasado y permitir que se haga Justicia a pesar del tiempo transcurrido, porque es una necesidad inclaudicable que la sociedad demanda, y no sólo la de nuestro país.

Es preciso que seamos conscientes y conozcamos la historia reciente para que no desechemos en la trastienda hechos que nos deben hacer reflexionar. De lo contrario desestimar su importancia, dar vuelta la página y desoír este llamado a conocer nuestro pasado nos puede llevar a repetir errores que la sociedad argentina pagó muy duramente.
Para que aprecie de qué se trata le acercamos el artículo que publica el diario La Voz del Interior en su edición de hoy 29 de noviembre de 2009

CIUDADANOS AUTOCONVOCADOS DE RIO CUARTO

4 de diciembre 1975 / Matanza de estudiantes en barrio Jardín Espinosa
El sobreviviente habla después de 34 años

El ciudadano boliviano Cornelio Saavedra Alfaro reveló que los asesinos de su hermano y de otros ocho jóvenes fueron policías.
Su cuerpo quedó paralizado por el miedo. Sólo sus ojos tenían vida. A través del vidrio opaco de la pieza de servicio, el joven de 18 años vio el desfile de la muerte. Parecía una vieja película de terror en blanco y negro. Pero era real. Los asesinos se llevaban a su hermano, a otros cuatro estudiantes bolivianos, a un peruano, a dos cordobeses y a un rosarino.

Horas después, en un camino de tierra lateral a la ruta 5, que conduce al dique Los Molinos, fueron encontrados cuatro de los cadáveres. Eran las 7 de la mañana del jueves 4 de diciembre de 1975. Minutos más tarde, a un kilómetro y medio de distancia, aparecieron los otros cinco cuerpos de los universitarios. Presentaban impactos de ametralladora en el cuerpo y un tiro de gracia en la cabeza.

El sábado 6, el sobreviviente de la masacre desapareció. El próximo viernes se cumplirán 34 años de la terrible ejecución. En la Justicia Federal, el caso fue elevado a juicio y es uno más dentro de la causa contra el ex jefe del Comando de Inteligencia 141 del Ejército, mayor Ernesto "Nabo" Barreiro, según nos dijo la fiscal Graciela López de Filoñuk.

La autoría de la masacre se le atribuye a personal militar. En 34 años, nadie se ocupó de buscar al sobreviviente, el único testigo. La Voz del Interior logró ubicarlo en Villazón, ciudad boliviana fronteriza con La Quiaca, en Jujuy. El desgarrador testimonio demuestra que los asesinos eran policías y no militares.

El hombre corpulento nada tiene que ver con aquel muchacho flaco que llegó a la ciudad de Córdoba para estudiar Geología. Tan delgado era Cornelio, que se llegó a decir que sobrevivió a la masacre porque se escondió entre el colchón y el elástico de la cama. "No, no fue así", dice con un murmullo el testigo que no quiere hablar. Teme que si abre la boca y los militares volvieran, podrían tomar represalias con sus hijos que están en la universidad. Dos en Córdoba y otros dos en la Universidad de Buenos Aires (UBA).

Sin embargo, de a poco, Cornelio va soltando la lengua. Con pasmosa tranquilidad, se remonta a 1975 y comienza a contar una historia inédita.

"No fue como se dijo. Todo empezó unos dos meses antes de la matanza. Eran alrededor de las 10 de la noche cuando sonó el timbre de la casa donde vivíamos, en bulevar Hipódromo y Tacuarí (hoy Lerma y Copina). Desde afuera, uno gritó que era de la Policía y que debían allanarnos. Yo estaba con Jaime (Moreira Sánchez, también boliviano), los otros chicos estaban en la facultad. Me asomé por la mirilla y vi a un policía frente a la puerta y otro al costado. Pedí que se identificara y mostró una placa. Cuando abrí la puerta, nos empujaron hasta una de las habitaciones y nos tiraron al piso boca abajo", recuerda.

Se toma su tiempo. Hace una pausa y abre sus ojos embargados por una tristeza eterna. Una leve sonrisa se advierte en su rostro morocho y duro, al contar que "cuando llegaron Luis (Villalba Álvarez) y Rodney (Salinas Burgos) se reían a carcajadas. ‘¿Qué hacen tirados en el piso?’, nos preguntaron. Les dijimos que nos habían allanado y ellos habían visto pasar un Falcon crema con cinco policías".

Las chanzas quedaron atrás cuando los estudiantes advirtieron que les habían robado todo el dinero y algunos objetos de valor. Los que más se enojaron fueron el peruano Jorge Raúl Rodríguez Sotomayor y los universitarios bolivianos oriundos de Potosí (David Rodríguez Nina, Jaime Moreira Sánchez, Luis Rodney Salinas Burgos, todos estudiantes de Arquitectura). "Ellos recibían entre 300 y 400 dólares por mes. Nosotros, con mi hermano Alfredo y Luis Villalba Álvarez, nos arreglábamos con 15 dólares mensuales", explica Cornelio.

"Los potosinos y el peruano querían hacer la denuncia. Yo tenía que ir a la comisaría Cuarta con ellos, porque fui testigo y había visto las caras de dos de los policías ladrones. En barrio Alberdi habían pasado varios casos iguales y siempre fueron policías que andaban en un Falcon amarillo", apunta el carpintero grandote de cara bonachona.

Cornelio y sus compañeros fueron a la comisaría. "Si ustedes piensan que les vamos a tomar una denuncia contra policías, están locos. La única forma es que digan que no estaban y no saben quiénes les robaron. Si no, rajen y no vuelvan". No les quedó otra. Se fueron.

El peruano Sotomayor trabajaba en un "mueble" (hotel alojamiento) y conocía a tres policías que hacían adicionales en el lugar. Algunos días después, le pidió a Cornelio que lo acompañara hasta el Cabildo, donde funcionaba la Jefatura de Policía. "‘Mis amigos nos recomendaron y tenemos que ir mañana para hacer los identikit’, me dijo. Pero cuando fuimos y me entrevistó el dibujante, me di cuenta de que no tenían ningún interés en hacer los retratos como yo le explicaba", cuenta Cornelio. Calla por unos segundos y desliza: "Esa fue la mala suerte de la vida".

Con el transcurso de los días, Cornelio, que con sus 18 años era el menor de todos, advirtió que sobre bulevar Hipódromo estacionaba un Falcon con policías.

Entre la noche del 29 y la madrugada del 30 de noviembre de 1975 mataron a los dos perros pastores alemanes que tenían los vecinos que vivían al lado de los estudiantes. "Aparecieron con un balazo 9 milímetros en la cabeza. Uno de los vecinos que era gerente de banco pensó que habíamos sido nosotros. Habían sido los policías, para despejar el terreno y poder entrar a nuestra casa sin problemas", razona Cornelio.

El hombre se rasca la cabellera renegrida y se acuerda de que la noche del 3 de diciembre fue al comedor del Club Talleres para ver por la tele un partido. Jugaron River y Talleres, en Buenos Aires. Fue triunfo del equipo porteño, con gol de Daniel Pasarela. Cornelio volvió a su domicilio a las 23.30 y se encontró con los muchachos que estudiaban Arquitectura junto a tres compañeros. Los cordobeses Rubén Américo Apertile y Ricardo Rubén Haro y el rosarino Jorge Ángel Schuster ignoraban que habían llegado en el peor momento y al peor lugar.

En la facultad trabajaban en grupo y se habían juntado para realizar el trabajo final del año.

Llegan los asesinos. Cornelio cerró la puerta con llave y se acostó a dormir. Pegó un salto de la cama cuando escuchó un portazo y gritos. Eran los policías. "‘Escuchen, hijos de puta, ustedes son los que nos denuncian’. Cuando oí eso, me quedé mudo. Habría sido la una y media. Quisieron entrar a mi habitación. Movieron el picaporte, pero estaba cerrada. Creo que no insistieron porque era la pieza de servicio. Al ratito empecé a ver, a través de la ventanita, las sombras que pasaban. Se los llevaron. Creo que los asesinaron ahí nomás, entre las 2.30 y las 3, porque sentí un profundo dolor. Me di cuenta de que los habían matado a todos", dice Cornelio, mientras apoya su mano izquierda sobre la remera azul, a la altura de la boca del estómago. "Los policías volvieron a entrar cuatro veces, para robar todo", precisa.

Una noche antes, en Entre Ríos, un grupo subversivo asesinó al general retirado Jorge Esteban Cáceres Monié y a su esposa Beatriz Isabel Sasiain. Para desviar la investigación y justificar la masacre, los policías asesinos dejaron una leyenda en el frente de la casa: "9 por 1. Comando Cáceres Monié".

Para completarla, el 5 de diciembre se difundió un comunicado del Comando Libertadores de América, versión cordobesa de la Triple A, adjudicándose la ejecución de los nueve universitarios, "por pertenecer a la subversión apátrida". Nada más lejos de la realidad. Ninguno de los estudiantes era activista ni pertenecía a ninguna agrupación de izquierda. No militaban en política. Lo único que hacían era estudiar y su hobby era la música.
La Voz 29.11.09

1 comentario:

  1. qué espanto
    Ricardo Apertile, es de mi familia.
    Era hijo único, fue muy triste, aunque yo nací unos años después, igual se sentía EL HORROR

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