Murió Jorge Rafael Videla, uno de los mayores responsables de la dictadura que llevó a cabo los más aberrantes episodios de terrorismo de estado de nuestra historia reciente. Para no olvidar los años de plomo, algunas de esos hechos y sus secuelas reproducimos una nota de Susana Dillon.. Por todo lo que expresa la autora, aportando su valioso testimonio, no deje de leerla.
El inicio del terror
Por Susana Dillon
Cada vez que llega marzo, para las que perdimos a nuestros hijos en la última dictadura, entramos en un estado de vigilia, de meditación, de dolorosos recuerdos.
Los militares, con nosotros, experimentaron una de las torturas más desgarradoras, prolongadas y destructivas: el sembrar en nuestras vidas la incertidumbre de lo ocurrido con los “chupados” por el régimen. Eso de secuestrar a nuestros familiares sin conocer el porqué, ni si todavía existían, una nueva táctica de hacer la guerra y pretender pasar por inocentes negando las torturas, las vejaciones y las muertes. Si alguna vez volverían o si sólo nos entregarían sus sombras.
Años de ir a Buenos Aires, congregarnos en la Plaza de Mayo, comprobar que eran miles las madres que reclamaban lo mismo y que todas decían ser parecidas o iguales las desapariciones.
Desde entonces la Casa Rosada, fue el lugar que perdió su prestigio de ser “la casa de todos” para convertirse en la guarida de los tiranos, patria de la mentira, que nos martillaban en los oídos: “tus hijos estarán tomando sol en alguna playa del Caribe”. Lo que debió ser el sillón donde reinara la democracia, poco a poco se convirtió en un shopping de disfraces que cada tanto cambia el ambiente y a diario mudas de ropajes.
Para siempre tendremos en la memoria, la imagen que, desde las ventanas el dictador de ojos de serpiente, nos llamó “las locas”, porque clamábamos por nuestros hijos. Le recordábamos-”con vida los llevaron, con vida los queremos” y se lo seguimos diciendo a este asesino de comunión diaria.
Mucha agua ha corrido bajo el puente en 33 años, pero la memoria está intacta. Ahora algunas sabemos lo que se ha filtrado por los que recuperaron la libertad, pero no su salud, física y mental.
Algunas de nosotras esperan, al menos un gesto de justicia. Pero la justicia tardía es sólo una mueca.
Ahora se ha vuelto implantar la muerte por calles. La perpetran otros intereses, otras lacras sociales: la pobreza, la ignorancia y la droga.
A nadie parece interesarle el problema. Ninguno de los tres poderes ha hecho gran cosa para poner remedio a la impunidad ni a la inseguridad.
Todos los que debieran ocuparse la pasan permanentemente en preparar elecciones, como si el único fin de la democracia fuera sólo eso: votar.
Siempre estamos en campaña proselitista, lo primero, fijarse sueldos suculentos. Así dieron su ejemplo desde el Concejo Deliberante local. Lo demás se tiene claro por ser práctica permanente: el pueblo paga la fiesta. Pero, ¿qué pasa ahora con esta espiral ascendente de violencia?.
Ahora no se les puede culpar a los subversivos, ahora las ideologías han muerto o están en coma. Ahora son legiones los que ruegan a la justicia que actúe. Las cárceles están llenas y las escuelas son un caos, la gente se muere de enfermedades que se creían desaparecidas para siempre: tuberculosis, dengue, paludismo, fiebre amarilla y los hospitales no tienen insumos ni personal idóneo. ¿Por qué las calles están transitadas por el dolor de madres de hijos asesinados por la sinrazón de la droga?
Muchedumbres dolientes buscan razones para tanto desastre, sumidos muchos en la confusión que enarbolan las banderas de la pena de muerte o de hacer justicia por mano propia. En tanto la televisión, la radio y las publicaciones se recrean mostrando lo que las tontas de la pasarela creen es la máxima seducción: traseros y pechugas siliconadas, sazonadas con lo más ordinario de los chismes que barbotan los tilingos del ambiente.
Pornografía a todo hora para que los giles estén entretenidos y no se acuerden de lo que tiene importancia. Hemos llegado hasta quedar indiferentes ante la violencia desatada hacia los niños, a los que ya se les está quitando el derecho de protección que por ley tiene la infancia.
Les han abierto las puertas a las drogas, han hecho negocios con el hampa y ahora hay que poner “mano dura” en lugar de usar el cerebro para aplicar las leyes justas que pasaron al olvido.
El caos se advierte en la decadencia de este país a la deriva, donde los equilibristas de la política han perdido el rumbo de tanto saltar de un partido otro. ¿A quiénes vamos a creer en este país que ha demostrado no tener límites en la impunidad y la corrupción, con valijas que van y vienen con dinero para comprar votos y todo marcha con el mayor descaro?
Si a esta democracia, que es lo que quedó hecho tiras, luego de la dictadura no la cuidamos, no la remozamos, no le inyectamos decencia, nos tendremos que resignar a volver a las “relaciones carnales” de los años 90 donde tendremos que entregar lo último que nos queda en tierras, aguas y subsuelo. Al país se están llevando a cuestas y aquí votamos y consentimos los mayores despojos, pero Tinelli ya está enarbolando de nuevo el baile de caño como máximo espectáculo para babosos, hasta con la alegría de padres que impulsan sus hijas a lucirse como prostitutas.
Si no se recuperan los valores, si no se tienen nociones de ética, la democracia que costó sangre y muerte, no será más que una lejana e inalcanzable utopía.
El país tiene aún reservas de gente decente y capaz, tiene individuos lúcidos y sanos, además tengo fe en el pueblo cuando se levanta para impedir mayores males. En el 2001, estábamos vencidos y acobardados, pero supimos levantarnos. Para que los muertos y sacrificados por la dictadura hayan brindado su sangre con sentido. Confiemos en el futuro.
Cuando se celebró con grandes fiestas la primera centuria, vino un francés que nos definió: “la Argentina crece cuando sus políticos duermen”. En una de esas, para el bicentenario, les escuchemos de lejos los ronquidos y la justicia tan anhelada nos haya satisfecho.
El inicio del terror
Por Susana Dillon
Cada vez que llega marzo, para las que perdimos a nuestros hijos en la última dictadura, entramos en un estado de vigilia, de meditación, de dolorosos recuerdos.
Los militares, con nosotros, experimentaron una de las torturas más desgarradoras, prolongadas y destructivas: el sembrar en nuestras vidas la incertidumbre de lo ocurrido con los “chupados” por el régimen. Eso de secuestrar a nuestros familiares sin conocer el porqué, ni si todavía existían, una nueva táctica de hacer la guerra y pretender pasar por inocentes negando las torturas, las vejaciones y las muertes. Si alguna vez volverían o si sólo nos entregarían sus sombras.
Años de ir a Buenos Aires, congregarnos en la Plaza de Mayo, comprobar que eran miles las madres que reclamaban lo mismo y que todas decían ser parecidas o iguales las desapariciones.
Desde entonces la Casa Rosada, fue el lugar que perdió su prestigio de ser “la casa de todos” para convertirse en la guarida de los tiranos, patria de la mentira, que nos martillaban en los oídos: “tus hijos estarán tomando sol en alguna playa del Caribe”. Lo que debió ser el sillón donde reinara la democracia, poco a poco se convirtió en un shopping de disfraces que cada tanto cambia el ambiente y a diario mudas de ropajes.
Para siempre tendremos en la memoria, la imagen que, desde las ventanas el dictador de ojos de serpiente, nos llamó “las locas”, porque clamábamos por nuestros hijos. Le recordábamos-”con vida los llevaron, con vida los queremos” y se lo seguimos diciendo a este asesino de comunión diaria.
Mucha agua ha corrido bajo el puente en 33 años, pero la memoria está intacta. Ahora algunas sabemos lo que se ha filtrado por los que recuperaron la libertad, pero no su salud, física y mental.
Algunas de nosotras esperan, al menos un gesto de justicia. Pero la justicia tardía es sólo una mueca.
Ahora se ha vuelto implantar la muerte por calles. La perpetran otros intereses, otras lacras sociales: la pobreza, la ignorancia y la droga.
A nadie parece interesarle el problema. Ninguno de los tres poderes ha hecho gran cosa para poner remedio a la impunidad ni a la inseguridad.
Todos los que debieran ocuparse la pasan permanentemente en preparar elecciones, como si el único fin de la democracia fuera sólo eso: votar.
Siempre estamos en campaña proselitista, lo primero, fijarse sueldos suculentos. Así dieron su ejemplo desde el Concejo Deliberante local. Lo demás se tiene claro por ser práctica permanente: el pueblo paga la fiesta. Pero, ¿qué pasa ahora con esta espiral ascendente de violencia?.
Ahora no se les puede culpar a los subversivos, ahora las ideologías han muerto o están en coma. Ahora son legiones los que ruegan a la justicia que actúe. Las cárceles están llenas y las escuelas son un caos, la gente se muere de enfermedades que se creían desaparecidas para siempre: tuberculosis, dengue, paludismo, fiebre amarilla y los hospitales no tienen insumos ni personal idóneo. ¿Por qué las calles están transitadas por el dolor de madres de hijos asesinados por la sinrazón de la droga?
Muchedumbres dolientes buscan razones para tanto desastre, sumidos muchos en la confusión que enarbolan las banderas de la pena de muerte o de hacer justicia por mano propia. En tanto la televisión, la radio y las publicaciones se recrean mostrando lo que las tontas de la pasarela creen es la máxima seducción: traseros y pechugas siliconadas, sazonadas con lo más ordinario de los chismes que barbotan los tilingos del ambiente.
Pornografía a todo hora para que los giles estén entretenidos y no se acuerden de lo que tiene importancia. Hemos llegado hasta quedar indiferentes ante la violencia desatada hacia los niños, a los que ya se les está quitando el derecho de protección que por ley tiene la infancia.
Les han abierto las puertas a las drogas, han hecho negocios con el hampa y ahora hay que poner “mano dura” en lugar de usar el cerebro para aplicar las leyes justas que pasaron al olvido.
El caos se advierte en la decadencia de este país a la deriva, donde los equilibristas de la política han perdido el rumbo de tanto saltar de un partido otro. ¿A quiénes vamos a creer en este país que ha demostrado no tener límites en la impunidad y la corrupción, con valijas que van y vienen con dinero para comprar votos y todo marcha con el mayor descaro?
Si a esta democracia, que es lo que quedó hecho tiras, luego de la dictadura no la cuidamos, no la remozamos, no le inyectamos decencia, nos tendremos que resignar a volver a las “relaciones carnales” de los años 90 donde tendremos que entregar lo último que nos queda en tierras, aguas y subsuelo. Al país se están llevando a cuestas y aquí votamos y consentimos los mayores despojos, pero Tinelli ya está enarbolando de nuevo el baile de caño como máximo espectáculo para babosos, hasta con la alegría de padres que impulsan sus hijas a lucirse como prostitutas.
Si no se recuperan los valores, si no se tienen nociones de ética, la democracia que costó sangre y muerte, no será más que una lejana e inalcanzable utopía.
El país tiene aún reservas de gente decente y capaz, tiene individuos lúcidos y sanos, además tengo fe en el pueblo cuando se levanta para impedir mayores males. En el 2001, estábamos vencidos y acobardados, pero supimos levantarnos. Para que los muertos y sacrificados por la dictadura hayan brindado su sangre con sentido. Confiemos en el futuro.
Cuando se celebró con grandes fiestas la primera centuria, vino un francés que nos definió: “la Argentina crece cuando sus políticos duermen”. En una de esas, para el bicentenario, les escuchemos de lejos los ronquidos y la justicia tan anhelada nos haya satisfecho.
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