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19 abr 2009

Los hijos que parimos, los hijos que nos matan

Por Horacio López das Eiras 

* Pensar el reciente crimen de la criatura, su madre y del propio verdugo como algo ajeno a nuestras vidas es un craso error. ¿Quien nos ayuda a recapacitar como sociedad en esta virulenta época tecnológica? En algunas horas más, la tragedia de barrio Zacchi pasará al olvido porque un nuevo caso aparecerá en otro punto de la geografía.  

¿Qué estamos haciendo como sociedad para parir hijos que se convierten en terribles asesinos? Este enfurecido muchacho, por ejemplo, que mató a su pareja, luego a la hija de ésta, para, finalmente, terminar con su propia vida, tenía 23 años. Casi la misma edad de la democracia argentina. ¿Qué estamos haciendo mal? Pues, lejos de parecer episodios aislados, parece que este flagelo de violencia, entre personas vinculadas afectivamente, se está mostrando como una cruenta máscara de nuestra realidad diaria.  Por este grave motivo, es indispensable que un periodismo maduro vaya más allá de la tragedia. El periodismo solo cuenta el caso. Muestra imágenes, pone micrófonos, relata hechos; en fin, ‘vende’ la crónica fatídica. Es insuficiente.   Hacen falta quienes nos ayuden a procesar este tipo de cosas que durante varios días se instalan en nuestros hogares y a cualquier hora. Alguien que, con criterio, sensatez y conocimiento profundo, nos ayude a procesar, a contextualizar, y también a reflexionar sobre qué hacer desde nosotros mismos, y desde el poderoso aparato del Estado, para evitar episodios como este, donde la vida de una mamá trabajadora, y de su hijita, terminan con un ladrillazo y en el fondo de un pozo de 40 metros.   Violencia doméstica. Tanto tiempo ocultada, acallada, ignorada; y al final, nos vamos dando cuenta, a base de inocencias asesinadas, que ésta debiera ser la ‘madre’ de todas las batallas. Si no, matamos a los hijos que parimos; si no, los hijos que parimos se vuelven asesinos contra nosotros. Si el periodismo hegemónico ante este tipo de barbaries, no profundiza en los porqué de estos desenlaces, cuál es el nivel sociocultural de sus protagonistas, si tienen inserciones educativas, laborales, afectivas, habitacionales, culturales y, además, incluir visiones de psicólogos, antropólogos, políticos, jueces, etcétera, la congoja y la confusión nos convertirá en seres con pánico, o, en seres intolerantes; de ahí, a pensar ‘que hay que matar a todos estos negros’, hay un solo paso.   En medio de un dilatado conflicto nacional entre dueños de campos y dueños del poder político, de la ola de despidos que como horrendo tsunami recorre el mundo, cuánta falta nos esta haciendo que nuestro ‘frente doméstico’ se mantenga unido, erguido y compasivo entre sus miembros. Que el amor supere al espanto. Nos vamos dando cuenta que, si como Familia, o como Estado, miramos a otro lado en la crianza de nuestros niños y de nuestros jóvenes, estos, como boomerang, retornan en armas letales o como máquinas de matar. Quizás, no integran bandas de narcos o de traficantes de armas, pero son jóvenes de humildes barrios que anidan odio y resentimiento y cuya única revancha es eliminar a seres indefensos.  * El duelo decretado en la escuela donde asistía la niña asesinada, debió extenderse a toda la provincia, de modo que ese simbólico minuto de silencio, nos permita repensar nuestros modos de vivir, antes de que sea mas tarde y sigamos enterrando a seres inocentes. 

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