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6 abr 2010

Puente colgante




El puente colgante  que será inaugurado próximamente en nuestra ciudad une Banda Norte con la zona próxima al hospital San Antonio de Padua. La estructura posee 300 metros de largo, 14 metros de ancho y dispondrá de cuatro carriles y como toda obra pública que se precie de tal ya tiene distintos padrinos, uno es el gobierno provincial que la realizó,  y otro el gobierno nacional mencionado por el intendente de Villa María y referente K, Eduardo Accastello que se preocupó en señalar que la obra se realizó con fondos nacionales.

De impecable presencia la obra reúne ya datos que no podemos dejar pasar como es el costo de la misma que según los comentarios periodísticos de referencia duplican el valor inicialmente previsto en los pliegos de la provincia en donde se partió con un presupuesto de 17.000.000 de pesos, pero las firmas ganadoras de la licitación ofertaron 20.000.000. Con reajustes posteriores la obra quedó en 26.000.000 y ahora con la  inclusión de los accesos el costo será de 32.000.000.

Está en marcha además la construcción de un nuevo puente entre Banda Norte y el populoso Barrio Alberdi, y el presupuesto de esta obra es de 13.000.000 de pesos. Las ofertas de las empresas parten desde 14.625.579 pesos hasta 20.000.000.

O sea en distintos tiempos los números son también distintos, para una estructura de idéntica función, en la misma ciudad, atravesando el mismo río.Y tenemos todo el derecho de preguntarnos el por qué. Lo inmediato nos señala que las características de un puente colgante y la finalización de la obra con la inclusión de los accesos justifican los números precedentes. ¿Era necesario un puente de tales características? Pero pasó mucho tiempo desde que se pusiera en marcha el proyecto del puente colgante cuya construcción demandó cerca de dos años y medio, y hoy otro similar en sus objetivos básicos como es tener una vía de comunicación entre las riberas del río tiene un presupuesto sensiblemente inferior si se evalúa el tiempo transcurrido y el aumento creciente de costos en ese lapso.

Nuestra ciudad adolece de demasiadas carencias en obras de infraestructura, y la población demanda la solución del déficit de viviendas prioritariamente, siendo alrededor de 8.000 las casas que se necesitan en nuestro medio de acuerdo a lo señalado oficialmente. 

Los habitantes de Río Cuarto no sólo piden accesos a la posibilidad de tener una vivienda sino que demandan en los distintos barrios asfalto, desagües, mantenimiento de los establecimientos educativos que están en situación lamentable sirva como ejemplo ver el estado de la Escuela Normal en pleno centro de la ciudad. Permanentemente oímos los reclamos por que faltan aulas en las escuelas, así como la necesidad  de mejorar  los servicios  básicos brindados por la municipalidad y las empresas de la provincia, y así podríamos seguir enumerando carencias.

Esta es una breve reseña de las necesidades de los pobladores en los variados sectores, con el fin de señalar que ante tanta  obra pública por realizar  cada peso cuenta y que lo que apreciamos como ciudadanos es que lo que se hace  en esta materia impresiona que se realizan sin un ordenamiento que establezca prioridades y trabajo en conjunto.

La obra pública del país, nos enseñó a los argentinos a ser especialmente desconfiados, basados en la experiencia acumulada de los constantes casos de corrupción ligados a la misma. Con montos siderales los millones se deslizan entre los números de las licitaciones,   las manos de los adjudicatarios, y los oscuros caminos intermedios. Cuando la obra llega a un final feliz que no se da siempre y menos aún en tiempo y forma el acto de puesta en marcha es de espectacularidad que nos deja boquiabiertos y la paternidad digna de un estudio genético. Pero la claridad de las cuentas nunca queda totalmente despejada,esperemos que nos sea el caso de este recién finiquitado puente Bicentenario- Intendente Mugnaini” .

CIUDADANOS AUTOCONVOCADOS DE RIO CUARTO

2001. Barrios de Pie. 2010


Militantes de la organización Barrios de Pie reclamaron este mediodía por alimentos ante la sucursal de un supermercado de la cadena Carrefour del centro porteño,en Rivadavia y Carlos Pellegrini  y entregaron una carta con su reclamo de alimentos y artículos de primera necesidad al gerente del comercio. en el marco de una jornada de protesta que culminará con una concentración frente al Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.

5 abr 2010

El tema del día: La situación en la cárcel local


Denuncian que los presos soportan atroces condiciones en la cárcel local
Tras que la escritora local y defensora de los derechos humanos, Susana Dillon, denunciara públicamente las malas condiciones en las que viven los presos de la cárcel local, Puntal habló con hombres y mujeres que visitan a sus familiares y amigos presidiarios y con ex reclusos que detallaron las crueldades a las que dicen son sometidos los internos.

Por las noches, los presos orinan en un bidón cortado en la parte de arriba y defecan en bolsas de nylon que tiran en el pasillo, para que recién al otro día a la mañana pasen los guardias a recogerlos. Dicen que la comida es muy mala y aseguran que los encargados del servicio se comen la carne y les dejan sólo los huesos a los internos. Y que en celdas que debieran tener dos cuchetas para albergar a cuatro hombres, hay hasta ocho, y que suelen agregar una cucheta de hierro móvil para otros dos y el resto duerme en el piso.

Temerosos, inquietos por la mirada intimidante de los guardias, algunos se animan contar detalles del infierno que se vive intramuros. Aseguran que les niegan la atención médica y que cuando se la brindan lo hacen de la peor manera. También manifiestan que les rompen y les roban los alimentos que llevan desde sus casas, que reciben malos tratos en la requisa y que a los presos que tienen dinero les venden drogas adentro del penal.

Relaciones sexuales separados por colchas

Sólo pueden mantener relaciones sexuales con sus mujeres dos presos por celda, que son quienes duermen en la parte baja de las cuchetas. Cuando llegan sus parejas de visita, sacan la cucheta de hierro móvil al pasillo, colocan una colcha entre las dos camas fijas y allí tienen sexo en paralelo los dos privilegiados de la celda. Los restantes internos salen al patio para permitir un poco más de intimidad. Después que se van las visitas los guardias revisan celosamente los bolsos de los internos, según dicen sus familiares, también con malos tratos.

Parte del mundo oculto que se vive en esa manzana amurallada fue ventilada la semana pasada por Dillon, que a través de una carta publicada por Puntal bajo el título “Cárcel inhumana” exteriorizó que un preso le envió un mensaje en el que aseguraba que “a los que están enfermos los mandan al freezer”, que faltan medicamentos, hay carencia de sanitarios debido a la superpoblación; falta de personal idóneo en enfermería, que hacen sus necesidades en bolsas plásticas, que luego arrojan a los pasillos y de allí, los llevan en estado de putrefacción. Y también mencionaba la mala calidad de la comida.

Según reveló la Madre de Plaza de Mayo, el recluso le hizo saber: “Cuando queremos una audiencia con el jefe, no hay ni la mínima posibilidad, no es permeable a las entrevistas. Hace pocos días hubo una revuelta en dos pabellones con incendio de colchones, palizas, heridos y lo de siempre. Era por el reparto de drogas”.

Susana Dillon agregó: “Los motivos del motín de días pasados, que fueron muy bien silenciados, fueron precisamente por la droga, y es vox pópuli que hasta el personal la reparte, como el pan de cada día”. Y siguió: “La cárcel no es segura, ni limpia. Ni hablemos de recuperar al recluso para ser útil a la sociedad. Nuestra cárcel está superpoblada y ya han pasado años con este problema”.

Olor insoportable

Un ex presidiario, que salió hace poco de la cárcel, ratificó todo. El hombre -quien por temor a represalias prefirió preservar su identidad, al igual que los restantes denunciantes, afirmó: “Son nueve pabellones. Los peores son el 1 y el 2, de procesados, porque son muchísimos -en uno están los primarios y en el otro los reincidentes-. En todos, cuando llega la noche, está prohibido ir al baño, así que se orina en una botella de plástico y se va de cuerpo en una bolsa, adentro de la celda, donde están los otros muchachos. Y eso queda ahí hasta el otro día. El olor que hay es insoportable”.

Y siguió: “La comida es muy mala. Yo trabajé en el casino y vi lo que hacían. Ellos se comen la carne y les dejan sólo los huesos a los presos. La carne casi no se ve. La gente no come lo que le dan, sólo trata de calmar un poco el hambre, con la tira de pan que le dan para todo el día. Y como desayuno y merienda, les dan mate cocido amargo”.

Si bien dice que él lo pasó mal, se contenta de no haber sido nunca enviado a las salas de castigo. Sobre esos horribles espacios, señaló: “Los que la pasan muy feo son quienes son castigados y deben permanecer en los nichos. En una habitación de 2 por 3 suelen poner hasta cinco presos. Ahí hacen sus necesidades. Los dejan salir sólo 15 minutos al día, tiempo en el que pueden bañarse y limpiar ese espacio lleno de olor a caca y orina”.

Mala atención médica

Un hombre que estaba haciendo fila para ingresar de visita a la cárcel señaló: “A mi hermano le dolía la muela desde hacía mucho. Por fin logró que lo atendiera el dentista, pero le limpió con el torno y no le quiso poner la pasta. Y el dolor se le agravó. Los tratan peor que a perros”.

Otro compañero de espera, agregó: “Hay un solo médico para todos los presos, pero además casi nunca los quiere atender, ni darles remedios”.

Una mujer, muy humilde y llena de arrugas, cabello repleto de canas y desdentada, se quejó amargamente por la falta de atención médica. Dijo que por más que estén mal, los presos no logran que los vea el médico, ni les den calmantes, ni ningún otro tipo de medicamento. “Ese que trabaja como doctor es muy mala persona, se niega a atenderlos, cuando están enfermos ni siquiera los hace ir a la enfermería”, enfatizó.

La madre de un preso joven, que ya lleva largo tiempo en la cárcel, contó que el muchacho la pasó muy mal hace poco a causa de una gripe, que parecía ser una pulmonía. “No le dieron ni una aspirina, volaba de fiebre y nadie hizo nada, se sanó como pudo”, indicó.

Otra de la de las visitantes dijo que de los pocos recursos con que cuenta debió comprarle los medicamentos y la faja a su hijo porque no le daban nada después de que lo operaran en el Hospital. “La pasó muy feo hasta que por fin lo revisaron y lo llevaron a operar. Después lo trajeron y lo tiraron en la celda como a un animal, sin calmantes, ni nada. Yo le compré lo que pude y le traje, porque no daba más”, comentó.


Destrato


La presencia de Puntal es rápidamente detectada por los integrantes del Servicio Penitenciario. Y la fila que no se movía desde hacía largo rato, comienza a agilizarse, tanto que casi no quedan visitas en la vereda, que puedan dar testimonio de esa realidad que permanece oculta tras esas paredes gigantes, llenas de rejas, donde predominan las miradas atemorizantes de los guardias, el destrato, la desconfianza y la descortesía.

“A las visitas nos tratan muy mal. Ellos tratan de cansarnos para que no vengamos más. Tienen muy malas maneras, nos faltan el respeto todo el tiempo”, dijo un hombre de unos 50 años que hacía fila el último sábado, para ingresar a ver a su hermano preso. Y agregó: “Roban las mercaderías que les traemos a nuestros familiares. Les rompen los paquetes, para que se mezclen el azúcar, la yerba y las cosas saladas. Son muy malas personas. Esta cárcel es lo peor”.

El visitante comentó: “A mí me hicieron subir las bolsas pesadas que traía hasta la ventanilla y después me cerraron la puerta en la cara, sin recibirme la mercadería, así es como nos tratan. Es muy feo. Uno se las tiene que aguantar, porque es la única manera de poder traerles algo a nuestros familiares. Después les dan lo que quieren, todo roto”.

Un compañero de fila agregó: “Casi siempre la comida es fideos. Que están pegados y re pasados. Y la cena es mucho peor, casi nadie la come. Prefieren pasar con unos mates y esperar que le llevemos algo de afuera”. Y siguió: “Los que se quedan sin cama duermen en el piso. Hay cucarachas y chinches. Es espantoso”.

Otro familiar contó: “El mejor de los pabellones es el cinco. Ahí están los condenados con buena conducta que trabajan, pero los otros son terribles. En el uno suele haber hasta 130 personas, cuando hay lugar sólo para 70”.

“Por cada pabellón hay tres duchas, pero siempre es un infierno, porque son cientos de personas que se tienen que bañar”, acotó.

Un hombre mayor, que aguardaba para ver a su hijo, contó: “A cada uno de los que tienen cama les dan una colcha y no dejan que lleven más de afuera”. Y se quejó: “Los hacen hacer ladrillos por 1,50 por día de trabajo. Y después se los venden a la Municipalidad”.

Temor

Aunque quisieran gritar y largar a borbotones lo que saben, muchos prefieren callar, mirar para otro lado, evitar a esta cronista por temor a que el ingreso se les complique al momento de la requisa. También temen que sus testimonios se traduzcan en malos tratos para sus familiares. Los mismos que permanecieron mudos al ser abordados en el ingreso del penal, a pocos metros de ahí, una vez finalizada la visita se despacharon con más de una crítica hacia el Servicio Penitenciario.

El silencio, la tolerancia más allá de los límites, la humildad y la docilidad son requisitos estrictos de una regulación, que a pesar de que no está escrita tiene absoluta vigencia en ese lugar sombrío, donde la autoridad es ejercida a presión.


Lejos del mínimo esperable para seres humanos


Las condiciones en las que viven los internos de la cárcel local parecen estar lejos del mínimo esperable para seres humanos.

Aunque los presos prefieren callar y no trasladar más preocupaciones a sus familias, algunos les cuentan a sus madres y esposas parte del calvario que implica el encierro conjugado con malos tratos, comidas escasas y de mala calidad y privaciones de hasta la satisfacción de necesidades básicas como son defecar y orinar, que durante la noche deben reprimir o saciar en latas o bolsas de plástico.

Tímidas. Enmudecen por largo rato, hasta que comienzan a entrar en confianza, aunque no sacan los ojos del portón de ingreso mientras vomitan sus calamidades y las de sus familiares. Ellas, las mujeres de los prisioneros, tienen miedo a que después les toque pagar por hablar o que el precio deba ser afrontado por el hombre al que están a punto de entrar a ver.

Dicen que hay drogas. Que les venden a los que tienen dinero adentro de la cárcel. Que son habituales los motines y las peleas entre presos. Y que no les dan ni lo mínimo, como jabón para bañarse o máquinas para afeitarse.

Según contaron a Puntal, en celdas que son para cuatro personas conviven hasta 8 y más hombres. Dos o tres duermen en el piso, en algunos casos desde hace varios meses. Los que se quedan sin cama son los últimos que van llegando o los que surgen de la decisión de los líderes de los pabellones.

Un grupo de mujeres que el último jueves aguardaban para entrar de visita, aseguraron que varios reclusos no cuentan ni siquiera con una colchoneta para conciliar el sueño.

“Duermen como los perros. Yo a mi marido le traje unas camperas para que ponga en el suelo, pero igual cuando hace frío no se puede dormir”, contó una de las que hacía cola frente a la cárcel.

También se quejaron por la calidad de la comida que les dan a los internos. “Yo siempre que puedo a mi hijo le traigo algo para que coma. Hoy le preparé un pollo. Está flaco y, si bien no me quiere contar mucho, yo sé que casi no come la porquería que le dan acá”, dijo otra de las madres que cada semana se agolpan en la penitenciaría para estar con sus hijos privados de la libertad. Esta humilde mujer agregó: “Yo sé que parte de lo que le traigo él se lo tiene que dar a los otros presos, porque son los códigos que hay adentro, pero por lo menos me aseguro que come como la gente aunque sea una o dos veces por semana”.

Agregó que hay presos que están desde hace muchos años y cuentan con heladera, pero que para permitirles su uso les piden comida a cambio a quienes consiguen que sus familias les provean de víveres.

Las visitas coincidieron en que los pabellones más caóticos son el uno y el dos, donde están los procesados. “Mi marido la pasó pésimo al principio, porque eran muchísimos, estaban todos amontonados y con un trato horrible. Después lo pasaron al pabellón cinco, donde son presos más grandes y cambió un poco, pero igual es horrible ver cómo viven”, dijo otra de las mujeres. Y contó que a su pareja lo tuvieron tres días en “el nicho”, un lugar de castigo, de muy reducidas dimensiones, en que debió permanecer todo el tiempo entre su materia fecal y la orina, porque no le permitían hacer sus necesidades en otro lugar.

Las parejas y madres de los reclusos se quejaron amargamente por el tiempo que las hacen esperar y por el trato que reciben en la requisa. Dicen que las hacen ir a la 13.30 y recién las dejan entrar a las 15. Y que a las 17.30 se deben retirar.



Fuente: Puntal


Notas relacionadas:

Cárcel inhumana - (31-03-2010)


“En este país no existe la justicia, por eso hay tanta violencia” - (5-04-2010)


LAS VIUDAS, LA MALDICION BIBLICA Y UN FLOR DE GERIATRICO. -  (12-07-2008)

«LA POLITICA PROVINCIAL DE HUMANIZAR LAS CARCELES»

“En este país no existe la justicia, por eso hay tanta violencia”



Reportaje a Susana Dillon por Luis Zegarra 



A 34 años del último golpe de Estado, Susana Dillon remarca que quedan muchas heridas abiertas en el país.
Aun­que re­cha­za los mé­to­dos agre­si­vos pa­ra lle­var ade­lan­te re­cla­mos, Su­sa­na Di­llon ase­gu­ra que la au­sen­cia de jus­ti­cia fo­men­ta la apa­ri­ción de bro­tes de vio­len­cia.

Pe­se al in­men­so do­lor pro­vo­ca­do por el ase­si­na­to de su hi­ja a ma­nos de los mi­li­ta­res que to­ma­ron el po­der el 24 de mar­zo de 1976, la es­cri­to­ra rio­cuar­ten­se no quie­re re­pre­sa­lias. Pi­de que los ge­no­ci­das sean juz­ga­dos y que cum­plan sus con­de­nas en cár­ce­les co­mu­nes.

En el es­pa­cio de en­tre­vis­tas rea­li­za­das con pre­gun­tas for­mu­la­das por los usua­rios del si­tio web de PUN­TAL, la re­fe­ren­te de la lu­cha por los De­re­chos Hu­ma­nos ase­gu­ra que exis­ten mu­chas ver­da­des que per­ma­ne­cen ocul­tas, so­bre las que no se de­ba­te ni se con­ver­sa.

- ¿Qué sien­te ca­da 24 de mar­zo?
- Es la fe­cha más acia­ga. Pe­ro pa­ra mí hay otra peor, que es cuan­do le tu­ve que de­cir a mi nie­ta: “Tus pa­pás no van a ve­nir, los ma­ta­ron”. Yo soy de las cree que, por te­rri­bles que sean las co­sas, hay que de­cir­les siem­pre la ver­dad a los chi­cos. Y ella es­ta­ba muy ilu­sio­na­da con que sus pa­dres iban a ve­nir. Ese día no me lo voy a ol­vi­dar así vi­va mil años. Y eso que tu­ve suer­te, por­que ella na­ció en cau­ti­ve­rio y des­pués me la tra­je­ron. No soy muy cre­yen­te, pe­ro fue un mi­la­gro que me en­tre­ga­ran la ne­na y la pu­die­se criar yo.

- ¿Qué edad te­nía su nie­ta?
- Ten­dría cua­tro años y me­dio. Na­ció en el 78, o sea que fue en el 82 u 83.

- Co­mo ma­dre, ¿có­mo fue la sen­sa­ción de per­der a su hi­ja?
- El te­ma es que me fui en­te­ran­do de a po­co, por­que fue­ron tan per­ver­sos los mi­li­ta­res que no so­la­men­te nos ase­si­na­ron los hi­jos, si­no que a los pa­dres nos hi­cie­ron creer una fá­bu­la. Nos de­cían los ha­bían tra­ta­do bien, que si ha­bían te­ni­do que ma­tar­los ha­bían usa­do una in­yec­ción pa­ra que no su­frie­ran. Al otro año nos de­cían: “Los ma­ta­ron y los ti­ra­ron al la­go. Y hu­bo que po­ner­les una in­yec­ción pa­ra que no se die­ran cuen­ta”. Ca­da vez era un do­lor más es­pan­to­so. Des­pués su­pe có­mo fue. Y no fue ha­ce tan­to. El co­ro­nel Bru­no La­bor­da, que fue quien la fue a bus­car al Hos­pi­tal Mi­li­tar, don­de ella ha­bía te­ni­do la be­bé, cuen­ta que en el ca­mi­no a La Per­la le di­jo que la iban a fu­si­lar y que le pe­ga­ron 26 ti­ros. De ese cuer­po sa­lió tan­ta san­gre que man­chó a to­dos los que es­ta­ban al­re­de­dor. Fue un gol­pe muy du­ro el que me die­ron, al ver la fe­ro­ci­dad que tu­vie­ron ellos, la per­ver­si­dad inau­di­ta. Des­pués la ti­ra­ron en un po­zo e in­cen­dia­ron el ca­dá­ver pa­ra que no que­da­ra na­da de ella. Al tiem­po vol­vie­ron a sa­car ese ama­si­jo de hue­sos y car­ne que­ma­da, la mo­lie­ron y ti­ra­ron sus ce­ni­zas des­de un avión, en las sie­rras, don­de no la po­dré jun­tar nun­ca. Esas son co­sas que no se pue­den ol­vi­dar. Y no se pue­den per­do­nar por­que ellos nun­ca pi­die­ron per­dón. Y to­da­vía al­gún po­lí­ti­co opor­tu­nis­ta vie­ne y di­ce que hay que ter­mi­nar con es­te pro­ble­ma, que hay que per­do­nar. ¿Có­mo va­mos a per­do­nar si ellos no pi­den per­dón y di­cen que lo vol­ve­rían a ha­cer?

- El ex pre­si­den­te Du­hal­de aca­ba de pro­po­ner un nue­vo pun­to fi­nal pa­ra los jui­cios a los re­pre­so­res.
- En­ci­ma que es un ti­po sos­pe­cha­do por el ma­ne­jo de la dro­ga en el país, aho­ra quie­re es­to, ¡lo úni­co que fal­ta es que lo vo­te­mos! Es­tas son las co­sas que na­tu­ral­men­te tie­nen que vol­ver a la su­per­fi­cie y nos te­ne­mos que acor­dar de no vol­ver a caer en es­to.

- Hay un en­fo­que so­bre el gol­pe del 76 que pa­re­ce no ter­mi­nar de ad­ver­tir­se por los dis­tin­tos sec­to­res so­cia­les. Re­fie­re a que ade­más de los de­li­tos de le­sa hu­ma­ni­dad, du­ran­te los 7 años de dic­ta­du­ra se pro­du­jo un in­creí­ble des­gua­ce del apa­ra­to pro­duc­ti­vo del país. La es­truc­tu­ra eco­nó­mi­ca ar­gen­ti­na fue arra­sa­da.
- Esa fue la se­gun­da par­te, en la que tu­vie­ron que afi­nar el vio­lín. Pa­ra ese fin te­nían a un ti­po que era de los gran­des ven­de­do­res del país, co­mo Jo­sé Mar­tí­nez de Hoz. Ya su fa­mi­lia tie­ne una le­ja­na pro­sa­pia de ser ven­de­do­res del país. Él en­tre­gó el país por quin­ta o sex­ta vez, por­que acá hu­bo mu­chos en­tre­ga­do­res. Em­pe­ce­mos por Ri­va­da­via, Ro­ca… Nues­tra eco­no­mía fue siem­pre el co­fre del pi­ra­ta en es­te re­par­to de la Ar­gen­ti­na. Y aho­ra si­gue… Si­guen los Gio­ja en San Juan, los Bou­dou, los que siem­pre pien­san có­mo ha­cer pa­ra di­si­mu­lar el ma­no­tón a las co­sas que que­dan.

- ¿Us­ted no­ta que hay una po­lí­ti­ca de con­ti­nuar en­tre­gan­do el pa­tri­mo­nio?
- Una po­lí­ti­ca to­tal­men­te de en­tre­ga, no hay nin­gu­na du­da… Con Me­nem a la ca­be­za, a quien to­da­vía vo­ta­ron por 10 años. To­das es­tas co­sas hay que re­pe­tír­se­las al pue­blo, por­que el pue­blo tie­ne una me­mo­ria muy mez­qui­na, muy con­se­cuen­te con los que es­tán des­tro­zan­do el país. Es­tas son las co­sas que te­ne­mos que se­guir con­ver­san­do. Eso sí, sin odios, sin ren­co­res. No soy de las que bus­can ven­gan­za. No me quie­ro pa­re­cer a ellos, en na­da. Yo no qui­sie­ra que es­ta gen­te su­fra una muer­te vio­len­ta, que le den lo mis­mo que les die­ron a nues­tros hi­jos. Yo quie­ro que vi­van mu­chos años, pe­ro den­tro de la cár­cel. Ni ol­vi­do ni per­dón, mil años de pri­sión. Pe­ro pre­sos co­mo los tie­nen en las cár­ce­les lo­ca­les.

- Se di­ce que los Kirch­ner se han apro­pia­do de va­rias con­sig­nas de la lu­cha por los De­re­chos Hu­ma­nos, pe­ro pa­ra dar­le un fin me­ra­men­te po­lí­ti­co.
- Es­tá to­tal­men­te a la vis­ta. No hay que ser un ce­re­bro pa­ra dar­se cuen­ta.

- En ese con­tex­to, Ma­dres y Abue­las de Pla­za de Ma­yo apa­re­cen en mu­chas si­tua­cio­nes pú­bli­cas cer­ca del Go­bier­no. Se di­ce que el ofi­cia­lis­mo las bus­ca pa­ra le­gi­ti­mar al­gu­nas me­di­das, por lo que su lu­cha ha per­di­do cre­di­bi­li­dad. ¿Us­ted que pien­sa?
- Qui­sie­ra no ha­blar de Ma­dres y Abue­las, por­que sien­to ver­güen­za aje­na.

- ¿Qué opi­na de la gen­te ino­cen­te muer­ta en los 70 por ac­cio­nes de gru­pos te­rro­ris­tas?
- Es­tán en su de­re­cho de pe­dir jus­ti­cia. Aque­llos hi­cie­ron al­go que tam­bién de­plo­ro: la vio­len­cia. De­plo­ro la vio­len­cia, tan­to co­mo des­pe­gar­se del pue­blo. Mu­chos de los que an­du­vie­ron en es­tas co­sas no eran ino­cen­tes. Pe­ro los mi­li­cos aga­rra­ban al que era, al que no era, al que tal vez y al que por las du­das. Yo no quie­ro de­cir que mi hi­ja era una san­ta, pe­ro nun­ca la vi em­pu­ñar un ar­ma y du­ran­te mu­cho tiem­po es­tu­ve cons­tan­te­men­te con ella, es­pe­cial­men­te cuan­do es­ta­ba em­ba­ra­za­da, con un em­ba­ra­zo di­fí­cil. Es­tas co­sas son te­rri­bles. Cuan­do me di­cen que cae un po­li­cía, yo lo sien­to, es un ser hu­ma­no, no lo aso­cio al que es­tá en la ve­re­da de en­fren­te.

- ¿Po­ner a las fuer­zas de se­gu­ri­dad en un ban­do opues­to al del ciu­da­da­no co­mún tam­bién es una con­se­cuen­cia de los re­gí­me­nes ins­ta­la­dos en Su­da­mé­ri­ca du­ran­te los 70?
- Sí. To­do es­ta­ba fría­men­te cal­cu­la­do. Mien­tras más gran­de es el cri­men, más asus­ta, así se siem­bra el te­rror. Si a mí me hu­bie­sen di­cho que yo te­nía que pre­sen­ciar el fu­si­la­mien­to de mi hi­ja y de mi yer­no en una pla­za pú­bli­ca, des­pués de un jui­cio he­cho con to­das las le­yes, aho­ra es­ta­ría ca­lla­da. Pe­ro pre­fi­rie­ron la no­che, la os­cu­ri­dad, el rap­to, el si­len­cio, la men­ti­ra… Cuan­do iba a pre­gun­tar por mis hi­jos, en el lu­gar don­de es­ta­ban, me de­cían: “Se­ño­ra, de­ben es­tar en el Ca­ri­be, dis­fru­tan­do del mar”. Fi­ja­te que en el ca­so de Ale Flo­res la po­li­cía le min­tió a la ma­dre. Y esa ma­dre, sin un pe­so an­du­vo pe­lean­do pa­ra con­se­guir in­for­ma­ción… Y has­ta se fue a Chi­le, por­que le de­cían que el chi­co es­ta­ba allá, que se lo ha­bían da­do a no sé quién. La men­ti­ra es al­go tan in­dig­nan­te, es al­go tan no­ci­vo pa­ra es­te país…

- Ha­blan­do de vio­len­cia, le pre­gun­tan qué opi­na de la me­to­do­lo­gía vio­len­ta que em­plean al­gu­nos gru­pos pa­ra re­cla­mar por los De­re­chos Hu­ma­nos, co­mo ejem­plo Que­bra­cho.
- An­tes de po­ner­me vio­len­ta y sa­lir a rom­per vi­drios y co­rrer gen­te, a mí me vie­ne me­jor sen­tar­me a es­cri­bir. Aho­ra, te di­go que a al­gu­nos el es­cra­che les vie­ne bien. Por­que por lo me­nos se cui­dan de an­dar por la ca­lle, por­que la gen­te les di­ce en la ca­ra lo que pien­sa. Cuan­do no hay jus­ti­cia se pro­du­cen to­das es­tas co­sas, por eso hay que cla­mar y exi­gir jus­ti­cia. Si no, la gen­te se ar­ma y ha­ce jus­ti­cia por su pro­pia ma­no. Y ese es un pe­li­gro in­men­so. Yo no quie­ro vio­len­cia, sí la lu­cha se­ña­lan­do lo que es­tán ha­cien­do. De­cir de fren­te to­das las co­sas que se es­tán ha­cien­do mal, sin ofus­car­nos, sin ata­ques, pe­ro con voz fir­me y con­ti­nui­dad.


Los gremialistas y la patronal

Do­cen­te de al­ma, Di­llon tam­bién ma­ni­fies­ta su preo­cu­pa­ción por la edu­ca­ción, sus ins­ti­tu­cio­nes, sus re­pre­sen­tan­tes y su me­to­do­lo­gía.

“¿Dón­de se fue la edu­ca­ción ar­gen­ti­na, que era la pri­me­ra en La­ti­noa­mé­ri­ca du­ran­te mu­chos años, en la épo­ca del Ins­ti­tu­to Pi­zur­no, de las es­cue­las nor­ma­les? El res­pon­sa­ble fue Me­nem, que di­jo que la edu­ca­ción no da ré­di­tos. Es­tas son co­sas que no de­be­mos des­cui­dar. Se pi­de una edu­ca­ción con bue­nos suel­dos, pe­ro has­ta los gre­mia­lis­tas es­tán en­tre­ga­dos. El úl­ti­mo pun­to del es­ca­la­fón ya no es ser ins­pec­tor ge­ne­ral, es ser fun­cio­na­rio. Los de UEPC han pa­sa­do a ser mi­nis­tros, co­mo Gra­ho­vac, o di­pu­ta­dos, co­mo Ne­bre­da. AsÍ ter­mi­nan yen­do pa­ra la pa­tro­nal. Es ver­gon­zo­so. De­be­mos re­cu­pe­rar el vie­jo ca­mi­no. Ha­brá al­gu­nas pie­dra, pe­ro te­ne­mos que te­ner el ojo lis­to pa­ra no gol­pear­nos tan­tas ve­ces.


Doble discurso

Días atrás, Su­sa­na Di­llon en­vió una car­ta al dia­rio de­nun­cian­do que los pre­sos de la Pe­ni­ten­cia­ría se en­cuen­tran alo­ja­dos en pé­si­mas con­di­cio­nes.
En el cur­so de la char­la, la es­cri­to­ra vol­vió a re­fe­rir­se al te­ma.

“Es in­hu­ma­no el mo­do en que tie­nen a los pre­sos en la cár­cel lo­cal. Co­mo no hay su­fi­cien­tes sa­ni­ta­rios, ha­cen sus ne­ce­si­da­des en una bol­sa de plás­ti­co, la anu­dan y des­pués la ti­ran a los co­rre­do­res. Y eso es­tá to­do el día, has­ta que vie­nen y se lo lle­van.

En­ton­ces nos di­cen muy lin­dos dis­cur­sos so­bre los De­re­chos Hu­ma­nos, pe­ro no me con­ven­cen cuan­do co­noz­co es­tas co­sas. Los jue­ces tie­nen que ve­nir a ver es­tas co­sas. Ha­ce más de cua­tro me­ses que no tie­nen un psi­quia­tra y no pue­den nom­brar un reem­pla­zan­te. Di­cen los pre­sos que no les dan me­di­ca­men­tos. Lo que sí les dan es dro­gas, fár­ma­cos, los do­pan pa­ra que no jo­ro­ben. Esas son las co­sas que me po­nen muy aler­ta. Por­que los po­lí­ti­cos nos han di­cho tan­tas men­ti­ras res­pec­to de lo que iban a ha­cer con la cár­cel. Re­cor­de­mos que en al­gún mo­men­to nos di­je­ron que la iban a con­ver­tir en un ge­riá­tri­co. ¡Así nos iban a ter­mi­nar de ma­tar a los vie­jos! ¡Era ri­dí­cu­lo que a ese edi­fi­cio, que es­tá tras­pa­sa­do de do­lor hu­ma­no, se lo den a aque­llos que tie­nen que vi­vir sus úl­ti­mos días! Más va­le que no se con­cre­tó. Una cár­cel tie­ne que ser un lu­gar se­gu­ro y lim­pio, co­mo di­ce la Cons­ti­tu­ción. Y que el pre­so no es­té allí so­la­men­te pa­ra pur­gar su de­li­to, si­no pa­ra co­rre­gir­se”.

- Se­ma­nas atrás se co­no­ció un ca­so en la al­cai­día de la Uni­dad De­par­ta­men­tal 9 que de con­fir­mar­se se­ría gra­ví­si­mo. Hay po­li­cías im­pu­ta­dos por abu­so se­xual y por ven­ta de me­di­ca­men­tos y al­co­hol a los pre­sos.
- Es una bur­la. No sé có­mo no los sa­can de las pes­ta­ñas a esos su­je­tos y a sus su­pe­rio­res, que son los res­pon­sa­bles. Y so­bre to­do los po­lí­ti­cos. ¿Dón­de es­tán que no van a ver es­to? ¿Quie­ren que la gen­te to­me el buen ca­mi­no y les dan es­ta cruz de te­ner que es­tar vi­vien­do con sus de­se­chos? Es es­pan­to­so. He­mos re­tro­ce­di­do 200 años. ¡Los po­nen en maz­mo­rras más in­mun­das y quie­ren que se re­ge­ne­ren!

Fuente: Puntal

2 abr 2010

28º aniversario de la Guerra de Malvinas


Gustavo Pirich ex combatiente de Malvinas es el autor de "Hojas de Ruta" (De la guerra en las islas a la guerra en el continente), al respecto de la obra dice en su blog que está destinado a la difusión del libro sin censura alguna a fin de provocar el debate imprescindible para entender qué fue la Guerra de Malvinas y el posterior regreso de los ex-soldados al continente. Hemos seleccionado el Prólogo de Osvaldo Bayer, para que hoy 2 de abril rememoremos ese hito doloroso de nuestra historia reciente y colaboremos en lo que el autor del libro pretende: la difusión del mismo para el debate.

MALVINAS: LA VERDAD QUE DUELE
Prólogo por Osvaldo Bayer
Que un soldado se atreva a decir la verdad de algo tan puesto en el “altar de la Patria” como la denominada guerra de Malvinas, la “verdadera” verdad que es la absoluta verdad, demuestra tener coraje civil. Sí, porque este libro lo ha escrito Gustavo Pirich ya de civil o “veterano” como le llama la voz oficial militar a los que le tocó ir a una guerra para la cual no habían sido preparados.
Gustavo Pirich nos vuelca aquí sus experiencias, con nombre y apellido. Por ejemplo estas cifras rotundas, al empezar: en Malvinas la mortalidad fue, de cada 1000 soldados, 151 caídos para siempre. En la segunda guerra mundial fue de 52; 43; en las guerras de Corea y, en Vietnam, 18. Claro, hay que preguntarse el porqué. Y el autor lo va a ir detallando. En un idioma preciso, profundo, nos va abriendo las puertas a la tragedia, a la injusticia, a la irracionalidad. Pero no paran ahí las cifras del horror. Hasta ahora, ya se han suicidado desde que terminó la guerra de Malvinas más de trescientos ex soldados. Aquí el autor se pregunta con sabiduría: “¿terminó?”. No, no terminó Hay que discutir todo. Y por eso Pirich presenta este libro para que los argentinos nos informemos de lo que fue, en resumen, lo que se llamó pomposamente “reconquista de Malvinas”. Un principio justo –ya que las Malvinas deben ser en realidad, argentinas- usado por los militares de la desaparición de personas para tratar de salvar el “nombre” ante tanta ignominia causada por su dictadura. Los ex soldados quedaron destrozados anímicamente: la muerte de los compañeros, el mal trato de los superiores para con ellos, el olvido total al regreso.
¿Para qué se hizo esa guerra? Lo acabamos de decir, nada más ni nada menos que para salvarse los militares que habían cometido el más horrible de los crímenes de lesa humanidad: campos de concentración, torturas, “desaparición”, arrojar las víctimas vivas al mar desde aviones, robo de niños, robo de las pertenencias de los perseguidos, etc.. Etcétera.
Comienza el autor su libro con la descripción de “la absoluta soledad” en que se encontraron los soldados al regresar después de la derrota. Y hay un párrafo fundamental que me gusta subrayar: al regreso “no hubo Estado para nosotros. Ni políticos en general. Pero sí traidores en las propias filas que cumplían y cumplen un doble rol: mientras ocupan sillones para ´representarnos`, se llenan de plata y manejan abultados presupuestos, y que también sirven a los intereses de los gobernantes de turno”.
Tal cual. Bastaba escuchar audiciones dedicados a las “Héroes de Malvinas” en conocidas radios que defendían sutilmente a la dictadura caída y los intereses que la apoyaron. Los soldados no fueron héroes de Malvinas sino verdaderas “víctimas de Malvinas”. Esa guerra puede considerarse una vergüenza nacional. Se tomó una justa reivindicación como excusa para esos militares en el poder aparecer como salvadores de la Patria. Lo hemos repetido muchas veces: a las islas Malvinas, argentinas desde siempre hay que reconquistarlas mediante acciones pacíficas y repitiendo ante los organismos internacionales la injusticia que comete Gran Bretaña desde siempre: el haberse apoderado esas islas por la fuerza.
Y este otro párrafo del libro de Pirich quiero remarcar: “La dictadura nos trajo de noche –de vuelta al país- y en silencio, la democracia permitió que la sociedad viera nuestras miserias, pero ambas impidieron que nos expresáramos para poder construir entre todos la verdadera historia de Malvinas”.
La verdadera historia de Malvinas. Esa verdadera historia –desde los estrados militares- la escribió el general Rattenbach, en su informe, con un valiente proceder al enumerar los errores gravísimos, la falta de preparación y la falta de coraje en todo momento de los oficiales del ejército. Por supuesto, con muy pocas excepciones. Pues bien, ese informe que debería estudiarse en nuestros colegios secundarios y universidades tendría que completarse con la lectura de este libro: las vicisitudes y experiencias del soldado Gustavo Pirich y sus compañeros. Y también el film de Tristán Bauer y Edgardo Esteban “Iluminados por el fuego” de prólogo al estudio profundo de esta guerra de la que debemos avergonzarnos los argentinos por la actuación de los que ordenaron y fueron actores protagonistas de la derrota total.
El autor pone el pecho y desenreda el ovillo de la infamia y la cobardía a que fueron sometidos esos jóvenes que fueron usados y aprovechados de su diáfana fe de que iban a defender a la Patria. Se los usó. Nos imaginamos la tremenda tristeza cuando estos, sí, veteranos de la vida, recuerdan a sus compañeros muertos.
Pero la cobardía llegó a tal extremo que, como dice textualmente el autor, “ nos sugirieron además, que una vez vueltos a insertar en la vida civil debíamos olvidar del pasado, y por sobre todo no hablar, no contar lo que en realidad sucedió en esos 74 días.”, y agrega “...en nuestro caso fueron más allá y nos hicieron firmar incluso un acta comprometiéndonos a no revelar lo que habíamos visto”.
Nos imaginamos cómo se deben haber sentido manoseados, denigrados los soldados que volvían derrotados, no tanto por las armas de los imperialistas de Thatcher sino por sus superiores uniformados y civiles aliados de estos.. Y no tiene temor en escribirlo. Así lo dice Pirich: “Es que tanto en el genocidio, como en la guerra de Malvinas, para militares y civiles que los protagonizaron, el peor enemigo es la memoria de los sobrevivientes”:
Pirich no tiene ningún temor y publica los nombres de los jefes y oficiales que abandonaron a sus soldados en pleno campo de batalla. Uno de ellos, explica, hoy tiene el grado de coronel.
Por ejemplo detalla en la pequeñez en que caían los superiores al quitarles a los soldados las mejores partes de sus comidas. Y los castigos que recibieron como soldados por tratar de lograr algún alimento.
Si, están registradas todas las pequeñeces del más indecente egoísmo de oficiales y suboficiales con nombre y apellido.
Luego, el autor entra en el período de la democracia y describe el proceso de “desmalvinización”. Y dice: “el gobierno radical no inició el proceso de “desmalvinización, ya que este comenzó con la dictadura. Pero lo profundizó y lo continuaron el resto de las gestiones que la sucedieron. El abandono de persona como politica de Estado funcionó a la perfección”. Y pasa a detallar todo el proceso político y legislativo, burocrático, por excelencia.
Varios capítulos nos muestran cómo la política trato de utilizar, los utilizó, a los ex soldados de Malvinas. Tal vez lo que les dijo Bauzá, ministro de Menem lo sintetiza todo: “El presidente Menem no los va a poder atender, está preparando la visita de Bush”. Esta respuesta lo dice todo
Pero muchos no abandonaron la lucha y lo dice un cántico que suelen entonar: Volveremos , a Malvinas... De la mano de América latina. Sin guerras, con la paz en la mano y la verdad en la palabra. Este libro me dio la razón un cuarto de siglo después cuando, en el exilio, viajé de ciudad en ciudad para iniciar una campaña de detener la guerra, pararla y comenzar la discusión de quién tenía razón. Para salvar la vida de tantos muchachos que apenas salidos a la vida fueron alejados para siempre de ella por las balas y el fuego de la sinrazón. Leamos este libro y aprenderemos mucho.
Osvaldo Bayer