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17 oct 2010

Algo sobre mi madre




Por Elsa Abate


Mi madre debió hacer un pacto con la vida. Mi madre debió creer en premios y castigos. Mi madre era ingenua y con voluntad de gigante. Se entregó a conseguir los premios corriendo por la vida como lo hacen los atletas. Enfrentó los retos, decidió sobre atajos, se quemó las manos, me contó lo lindo y nunca me informó sobre premio alguno. Es más, mi madre me dijo que se había olvidado de vivir en sus intentos. Cuando lo hizo había un dejo de nostalgia en su voz  y también asombro como si en ese instante se diera cuenta que la vida no premia y que los reyes magos desaparecieron allá lejos.


Mi madre me acosaba con sus miedos y siempre me decía "no tenés miedo que Dios te castigue" Y yo pensaba que ciertamente Dios me castigaría porque ella lo decía, ella, mi madre. De modo que comencé a crear mis propios miedos. 


La vida era un drama sólo para valientes y ella lo era. De una pieza hacía dos, de una camisa un vestido, multiplicaba las plantas y al plato del mediodía lo presentaba a la noche con una decoración y nombre distintos. 


Mi madre cantaba. Siempre cantaba. Cuando hacía los quehaceres, cantaba. Barría y cantaba. Cuando los hijos crecieron, no sé por qué no cantó más. Creo que aumentaron sus miedos. Cuando los hijos crecen aparece lo desconocido y para ella el drama mostraba dientes de jabalí. 


Cuando fui grande, me confió sus sueños. Ninguno realizado. Sin darse cuenta, se le pasó la vida y los había olvidado en el trajinar, en ponerle cara nueva a la pobreza, en desafiar los monstruos a pura voluntad, en el reciclaje diario del para siempre, confiando en el final de los días rodeada de premios por el deber cumplido; porque mi madre sabía sólo de deberes. Los derechos eran de los otros, de los que ella servía, o sea,  su familia. 


¡Ah, pero tuvo un premio!  Murió como su abuela. Le confesó este deseo a mi tía. Ella me lo contó. 

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